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Columnista - 30 abril, 2024

Nostalgia por los primeros Festivales

Me imagino que me van a llover piedras, rayos y centellas por lo que voy a decir acá; pero, bueno, de eso se trata, no somos monedita de oro y profesamos y respetamos la libertad de opinión.Con motivo de este Festival de la Leyenda Vallenata, edición n.º 57, en homenaje a Iván Villazón Aponte, un gran cantante y cultor cuidadoso […]

Me imagino que me van a llover piedras, rayos y centellas por lo que voy a decir acá; pero, bueno, de eso se trata, no somos monedita de oro y profesamos y respetamos la libertad de opinión.Con motivo de este Festival de la Leyenda Vallenata, edición n.º 57, en homenaje a Iván Villazón Aponte, un gran cantante y cultor cuidadoso de nuestra música, me vinieron a la memoria algunos de los festivales, los primeros, que se realizaban en la plaza Alfonso López nuestra querida Valledupar. 

Mis papás vivían en la calle 14, entre las carreras 7ª y 8ª, y no había que coger ni taxi ni bus para llegar a la plaza, a ver tantos acordeoneros, de tantas categorías, batirse a duelo musical, interpretando un paseo, un merengue, una puya o un son. Aquello era muy particular, un verdadero macondo. Venta de cerveza y gaseosa, músicos aficionados, profesionales, buenos y malos, promoviendo su arte, vendiendo su música a quien quisiera escucharla. Así conocí a Juancho Polo Valencia, a Lorenzo Morales, a Toño Salas, y a tantos otros que eran unos juglares sencillos, que lo que más querían era que los escucharan y conocieran. 

El concurso era en kioscos, donde había un jurado empírico, pero experto y conocedor del tema, cuidadosamente escogido por los organizadores. Entonces no existía la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata, sino que el concurso y la fiesta era organizado por la Oficina de Cultura y Turismo del Departamento y la Casa de la Cultura de Valledupar. El mayor temor de los participantes era no equivocarse con un pito mal tocado, una nota disonante. Creo, sin temor a equivocarme, que había más pasión entre los músicos y todos los participantes. No había el desfile de las piloneras, ni de piloneritos. 

Valledupar, entonces, era un pueblo grande, donde todo el mundo se conocía, donde había unos pocos restaurantes sencillos, y la mayoría de la gente compraba y comía era en la calle, entre una cerveza y otra; entre un trago y otro. Y la gente se hospedaba en las casas de familiares y amigos. Teníamos pocos hoteles. 

Las parrandas eran sencillas y abiertas, la gente entraba y salía de las casas; y desde la misma plaza, las cadenas de radio iban transmitiendo los detalles de esos primeros concursos. Esos Festivales eran distintos. Pero tenían su encanto especial.  

Cada acordeonero llevaba sus barras de aficionados, que hacían bulla con pasión por su participante; el que estaba con Alejo, estaba con Alejo, los que estaban con Colacho, lo mismo; y a otros les gustaba era Calixto Ochoa, o Alberto Pacheco. En algunas ocasiones, el Festival se hizo junto a una Feria Ganadera, que también era entretenida, pero le robaba público a la fiesta principal. Eso se corrigió, sabiamente. 

Y en la última noche de la contienda, claro, muchas veces el público no quedaba contento y había que salir de la plaza protegido por alguna banca o taburete, porque la protesta era con palos y piedras. Eso era lo malo. Pero, esos primeros festivales nos llenan de nostalgia. 

Hoy, la cosa es bien distinta, esta es un eventomonumental, que atrae a miles de turistas, y donde los conciertos y grandes parrandas opacan, muchas veces, los distintos concursos que deben ser la esencia de la fiesta vernácula que tanta alegría nos ha dado. Sean los de antes o los de ahora; viva el Festival, fiesta central de este folclore que hoy es símbolo nacional y de Colombia ante el mundo, quizás como nunca lo soñaron sus creadores: Consuelo Araujo Noguera, Rafael Escalona, Alfonso López y Gabriel García Márquez, entre otros. 

Bogotá, abril de 2024. 

Por: Carlos Alberto Maestre Maya

Columnista
30 abril, 2024

Nostalgia por los primeros Festivales

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Carlos Alberto Maestre

Me imagino que me van a llover piedras, rayos y centellas por lo que voy a decir acá; pero, bueno, de eso se trata, no somos monedita de oro y profesamos y respetamos la libertad de opinión.Con motivo de este Festival de la Leyenda Vallenata, edición n.º 57, en homenaje a Iván Villazón Aponte, un gran cantante y cultor cuidadoso […]


Me imagino que me van a llover piedras, rayos y centellas por lo que voy a decir acá; pero, bueno, de eso se trata, no somos monedita de oro y profesamos y respetamos la libertad de opinión.Con motivo de este Festival de la Leyenda Vallenata, edición n.º 57, en homenaje a Iván Villazón Aponte, un gran cantante y cultor cuidadoso de nuestra música, me vinieron a la memoria algunos de los festivales, los primeros, que se realizaban en la plaza Alfonso López nuestra querida Valledupar. 

Mis papás vivían en la calle 14, entre las carreras 7ª y 8ª, y no había que coger ni taxi ni bus para llegar a la plaza, a ver tantos acordeoneros, de tantas categorías, batirse a duelo musical, interpretando un paseo, un merengue, una puya o un son. Aquello era muy particular, un verdadero macondo. Venta de cerveza y gaseosa, músicos aficionados, profesionales, buenos y malos, promoviendo su arte, vendiendo su música a quien quisiera escucharla. Así conocí a Juancho Polo Valencia, a Lorenzo Morales, a Toño Salas, y a tantos otros que eran unos juglares sencillos, que lo que más querían era que los escucharan y conocieran. 

El concurso era en kioscos, donde había un jurado empírico, pero experto y conocedor del tema, cuidadosamente escogido por los organizadores. Entonces no existía la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata, sino que el concurso y la fiesta era organizado por la Oficina de Cultura y Turismo del Departamento y la Casa de la Cultura de Valledupar. El mayor temor de los participantes era no equivocarse con un pito mal tocado, una nota disonante. Creo, sin temor a equivocarme, que había más pasión entre los músicos y todos los participantes. No había el desfile de las piloneras, ni de piloneritos. 

Valledupar, entonces, era un pueblo grande, donde todo el mundo se conocía, donde había unos pocos restaurantes sencillos, y la mayoría de la gente compraba y comía era en la calle, entre una cerveza y otra; entre un trago y otro. Y la gente se hospedaba en las casas de familiares y amigos. Teníamos pocos hoteles. 

Las parrandas eran sencillas y abiertas, la gente entraba y salía de las casas; y desde la misma plaza, las cadenas de radio iban transmitiendo los detalles de esos primeros concursos. Esos Festivales eran distintos. Pero tenían su encanto especial.  

Cada acordeonero llevaba sus barras de aficionados, que hacían bulla con pasión por su participante; el que estaba con Alejo, estaba con Alejo, los que estaban con Colacho, lo mismo; y a otros les gustaba era Calixto Ochoa, o Alberto Pacheco. En algunas ocasiones, el Festival se hizo junto a una Feria Ganadera, que también era entretenida, pero le robaba público a la fiesta principal. Eso se corrigió, sabiamente. 

Y en la última noche de la contienda, claro, muchas veces el público no quedaba contento y había que salir de la plaza protegido por alguna banca o taburete, porque la protesta era con palos y piedras. Eso era lo malo. Pero, esos primeros festivales nos llenan de nostalgia. 

Hoy, la cosa es bien distinta, esta es un eventomonumental, que atrae a miles de turistas, y donde los conciertos y grandes parrandas opacan, muchas veces, los distintos concursos que deben ser la esencia de la fiesta vernácula que tanta alegría nos ha dado. Sean los de antes o los de ahora; viva el Festival, fiesta central de este folclore que hoy es símbolo nacional y de Colombia ante el mundo, quizás como nunca lo soñaron sus creadores: Consuelo Araujo Noguera, Rafael Escalona, Alfonso López y Gabriel García Márquez, entre otros. 

Bogotá, abril de 2024. 

Por: Carlos Alberto Maestre Maya