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Columnista - 19 junio, 2016

Noches de milagros y misas de sanación

Luego de que los discípulos regresaron de la misión a la que habían sido enviados por Jesús, el Maestro preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Las respuestas reflejaron las múltiples opiniones que tenía el pueblo sobre el carpintero de Nazaret: “Algunos dicen que eres Elías, otros piensan que eres Juan el Bautista o […]

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Luego de que los discípulos regresaron de la misión a la que habían sido enviados por Jesús, el Maestro preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Las respuestas reflejaron las múltiples opiniones que tenía el pueblo sobre el carpintero de Nazaret: “Algunos dicen que eres Elías, otros piensan que eres Juan el Bautista o alguno de los antiguos profetas”. No era para menos. Jesús predicaba una “Buena Noticia” revolucionaria, se atribuía el título de “Hijo del Hombre”, hacía milagros y se enfrentaba abiertamente con la autoridad religiosa. El escepticismo de quienes al principio lo consideraron fuera de sí había cedido a la fe y la admiración, al ver salir de sus manos toda clase de prodigios. La gente admirada se preguntaba: “¿Qué autoridad es esta? ¿Quién es este a quien hasta el viento y el mar le obedecen? ¿No es este el hijo de María?” Había mucho de extraordinario en el Nazareno y la gente lo notaba.

Pero Jesús no se contenta con solo hacer un sondeo de su popularidad o aceptación entre las masas, él quiere formar a los suyos e instruirlos en la verdad, por lo que a continuación les interroga: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Pedro se adelanta, para descanso de los restantes once, y afirma: “Tú eres el Mesías de Dios”. Resulta curioso que, ante la confesión de Pedro la reacción de Jesús sea la prohibición de publicar tal cosa: “No se lo digan a nadie”. Y a continuación anuncia que “El Hijo del Hombre tiene que sufrir mucho, ser desechado, ejecutado y resucitar al tercer día”.

Podemos identificar en este relato dos grandes peligros que los seguidores del Cristo deben evitar al considerar lo que es el Cristianismo: En primer lugar, hay que sacarse de la cabeza aquella idea errónea de que, por ser Cristiano, todo va a ir de maravilla en la vida y de que el sufrimiento, el dolor y la muerte van a estar alejados la existencia de quienes vayan a Misa o a culto. En nuestros días muchos han hecho, explícita o implícitamente, la invitación a “entrar en una iglesia y dejar de sufrir”. Siento mucho decepcionar a los crédulos (o más bien incautos), pero nadie puede cumplir en esta vida tal promesa, ni siquiera Dios. La vida humana está íntimamente ligada al sufrimiento, que no siempre es malo, aunque siempre queramos rehuirlo: “El Hijo del Hombre tiene que padecer”. La idea de un Cristianismo triunfalista tan metida en la mentalidad de muchos está muy lejos de ser cristiana. Y no me refiero en específico a ninguna confesión. Para mí da lo mismo invitar a una “noche de milagros” o a una “Misa de sanación y liberación”. Ambas son meras estrategias publicitarias, aunque Dios en su omnipotencia pueda obrar en ellas uno que otro milagro.

En segundo lugar, hay que evitar, también a toda costa, la idea masoquista de que la vida cristiana consiste meramente en sufrir: “el Hijo del Hombre debe resucitar”. Así como el triunfalismo, la resignación es un concepto poco cristiano.

En vez de utilizar la religión como opio para mantener al pueblo aletargado y exprimirle los bolsillos, o elevar el propio ego, ésta debería ser utilizada para iluminar moral, psicológica y críticamente a las personas. No queremos zombies, sino cristianos, ¿o me equivoco? Feliz domingo.

Columnista
19 junio, 2016

Noches de milagros y misas de sanación

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

Luego de que los discípulos regresaron de la misión a la que habían sido enviados por Jesús, el Maestro preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Las respuestas reflejaron las múltiples opiniones que tenía el pueblo sobre el carpintero de Nazaret: “Algunos dicen que eres Elías, otros piensan que eres Juan el Bautista o […]


Luego de que los discípulos regresaron de la misión a la que habían sido enviados por Jesús, el Maestro preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Las respuestas reflejaron las múltiples opiniones que tenía el pueblo sobre el carpintero de Nazaret: “Algunos dicen que eres Elías, otros piensan que eres Juan el Bautista o alguno de los antiguos profetas”. No era para menos. Jesús predicaba una “Buena Noticia” revolucionaria, se atribuía el título de “Hijo del Hombre”, hacía milagros y se enfrentaba abiertamente con la autoridad religiosa. El escepticismo de quienes al principio lo consideraron fuera de sí había cedido a la fe y la admiración, al ver salir de sus manos toda clase de prodigios. La gente admirada se preguntaba: “¿Qué autoridad es esta? ¿Quién es este a quien hasta el viento y el mar le obedecen? ¿No es este el hijo de María?” Había mucho de extraordinario en el Nazareno y la gente lo notaba.

Pero Jesús no se contenta con solo hacer un sondeo de su popularidad o aceptación entre las masas, él quiere formar a los suyos e instruirlos en la verdad, por lo que a continuación les interroga: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Pedro se adelanta, para descanso de los restantes once, y afirma: “Tú eres el Mesías de Dios”. Resulta curioso que, ante la confesión de Pedro la reacción de Jesús sea la prohibición de publicar tal cosa: “No se lo digan a nadie”. Y a continuación anuncia que “El Hijo del Hombre tiene que sufrir mucho, ser desechado, ejecutado y resucitar al tercer día”.

Podemos identificar en este relato dos grandes peligros que los seguidores del Cristo deben evitar al considerar lo que es el Cristianismo: En primer lugar, hay que sacarse de la cabeza aquella idea errónea de que, por ser Cristiano, todo va a ir de maravilla en la vida y de que el sufrimiento, el dolor y la muerte van a estar alejados la existencia de quienes vayan a Misa o a culto. En nuestros días muchos han hecho, explícita o implícitamente, la invitación a “entrar en una iglesia y dejar de sufrir”. Siento mucho decepcionar a los crédulos (o más bien incautos), pero nadie puede cumplir en esta vida tal promesa, ni siquiera Dios. La vida humana está íntimamente ligada al sufrimiento, que no siempre es malo, aunque siempre queramos rehuirlo: “El Hijo del Hombre tiene que padecer”. La idea de un Cristianismo triunfalista tan metida en la mentalidad de muchos está muy lejos de ser cristiana. Y no me refiero en específico a ninguna confesión. Para mí da lo mismo invitar a una “noche de milagros” o a una “Misa de sanación y liberación”. Ambas son meras estrategias publicitarias, aunque Dios en su omnipotencia pueda obrar en ellas uno que otro milagro.

En segundo lugar, hay que evitar, también a toda costa, la idea masoquista de que la vida cristiana consiste meramente en sufrir: “el Hijo del Hombre debe resucitar”. Así como el triunfalismo, la resignación es un concepto poco cristiano.

En vez de utilizar la religión como opio para mantener al pueblo aletargado y exprimirle los bolsillos, o elevar el propio ego, ésta debería ser utilizada para iluminar moral, psicológica y críticamente a las personas. No queremos zombies, sino cristianos, ¿o me equivoco? Feliz domingo.