Acabó la segunda versión de la FELVA, escenario cultural y literario que permitió a muchos gozar de algunos frutos del espíritu humano y es que da mucha más lastima un hombre que quiere saber y no puede, que un hombre hambriento.
Dice Arnoldo Kraus en su “Apología del libro”, que si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y es que ataca desde esa frase a los que hablan solamente de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales, que es lo que los pueblos piden a gritos. También dice que bien está que todos los hombres coman, pero también que todos los hombres sepan.
Acabó la segunda versión de la FELVA, escenario cultural y literario que permitió a muchos gozar de algunos frutos del espíritu humano y es que da mucha más lastima un hombre que quiere saber y no puede, que un hombre hambriento. Porque alguien con hambre puede calmarla fácilmente con un trozo de pan o cualquier porción de alimento, pero aquel que tiene ansias de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía de un alma insatisfecha porque lo que necesita es aprender, necesita de libros.
Como lector, antes que nada, agradezco a aquellos que propician esta serie de eventos, pues nos permite como niños fantasear ante los libros que ven nuestros ojos, sumergirnos en aguas cristalinas no importando la profundidad del pozo en que nos hundamos y en muchas ocasiones preferimos comprar un libro a comernos algo en la feria. Recorremos las tiendas y carpas adaptadas para el momento, coloridas de carátulas y portadas arregladas como mercancía expuesta para agradar al lector profesional o a cualquier otro en potencia. Nos silban, nos murmuran y hasta nos gritan llamando la atención y otros hasta escoge a sus lectores, sí, aunque muchos no lo crean.
¿Y qué hay de los escritores? Como lo dije en mi columna pasada, ellos acaban descubriendo que convertir el sublime arte de la literatura en un puchero en la mesa no es tan sencillo. Frágiles, soñadores e ilusos frente a poderosos y muchas veces incultos que jamás apreciarán lo que escribe, pero que al final si no encuentran lectores de sus libros, muchos no comerán, como escribió Rubén Darío, en un cuento corto: “Y el poeta: – Señor, no he comido. Y el rey: – Habla y comerás”.
Pero volviendo al tema que decía sobre que todos debemos aprender y para ello hay que leer, deseo recordar que en algunas otras oportunidades he escrito sobre el miedo a los libros, de lecturas herméticas, de nuevas tecnologías construidas para evitar que seamos lectores, o para que solo lo seamos de manera trivial, ¿qué pretendo cuando hablo de ese miedo? Es permitir a todos pensar que la lectura es un arte (si es que puedo decirle así) que se niega a desaparecer, pues, desde milenios se amenaza el libro, como dice Felipe Garrido en su prólogo de un libro de Manguel, amenazas pronunciadas desde los tronos de los reyes, desde los púlpitos de los inquisidores, desde los sillones de los presidentes, desde las oficinas de la industria electrónica; pero lo que han logrado, al contrario, es alentar nuestro reconocimiento de lectura como actividad esencial del ser humano. Que los lectores sean pocos, que muchos lean mal, que la mayor parte confunda propaganda con literatura – todo eso importa menos que el arte de leer continúe, que el libro perdure, que la literatura nos ayude a ser un poco más felices y un poco menos idiotas.
Pregunto, ¿cuántas veces lees antes de desayunar o de almorzar o comer? Creo que no se podría vivir sin leer, sino los invito a que hagan la prueba. Tal vez, muchos lo primero que hacen al despertar es tomar su teléfono y abrir los chats, e incluso antes de cepillarse los dientes o de evacuar la vejiga por primera vez en el día se aferran a la luz del móvil que ni siquiera logra con su destello sacarnos de la somnolencia en la que aún estamos inmersos. ¿Cuántas palabras van leídas antes de levantarnos de la cama?
Tanto como lector y escritor doy las gracias a todos aquellos, reitero, que incentivan la literatura, porque cada libro que nos permite apreciar en cada tienda o en cada evento organizado, es como puede ser para Sherezade, una estrategia contra la muerte, un proyecto para una vida mejor, como lo imaginó Dante, o tal vez un poco más justa, como lo soñó Don Quijote o volviendo a Kraus, cuando dice: se lee, y en ocasiones se escribe, cuando la vida sonríe; se lee, y con frecuencia se escribe, cuando la vida se rompe. Se lee y escribe para no dejar de saber, para poder ser. Los libros son compañeros: palian el peso de los días y atenúan el dolor de la vida.
Por: Jairo Mejía Cuello
Acabó la segunda versión de la FELVA, escenario cultural y literario que permitió a muchos gozar de algunos frutos del espíritu humano y es que da mucha más lastima un hombre que quiere saber y no puede, que un hombre hambriento.
Dice Arnoldo Kraus en su “Apología del libro”, que si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y es que ataca desde esa frase a los que hablan solamente de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales, que es lo que los pueblos piden a gritos. También dice que bien está que todos los hombres coman, pero también que todos los hombres sepan.
Acabó la segunda versión de la FELVA, escenario cultural y literario que permitió a muchos gozar de algunos frutos del espíritu humano y es que da mucha más lastima un hombre que quiere saber y no puede, que un hombre hambriento. Porque alguien con hambre puede calmarla fácilmente con un trozo de pan o cualquier porción de alimento, pero aquel que tiene ansias de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía de un alma insatisfecha porque lo que necesita es aprender, necesita de libros.
Como lector, antes que nada, agradezco a aquellos que propician esta serie de eventos, pues nos permite como niños fantasear ante los libros que ven nuestros ojos, sumergirnos en aguas cristalinas no importando la profundidad del pozo en que nos hundamos y en muchas ocasiones preferimos comprar un libro a comernos algo en la feria. Recorremos las tiendas y carpas adaptadas para el momento, coloridas de carátulas y portadas arregladas como mercancía expuesta para agradar al lector profesional o a cualquier otro en potencia. Nos silban, nos murmuran y hasta nos gritan llamando la atención y otros hasta escoge a sus lectores, sí, aunque muchos no lo crean.
¿Y qué hay de los escritores? Como lo dije en mi columna pasada, ellos acaban descubriendo que convertir el sublime arte de la literatura en un puchero en la mesa no es tan sencillo. Frágiles, soñadores e ilusos frente a poderosos y muchas veces incultos que jamás apreciarán lo que escribe, pero que al final si no encuentran lectores de sus libros, muchos no comerán, como escribió Rubén Darío, en un cuento corto: “Y el poeta: – Señor, no he comido. Y el rey: – Habla y comerás”.
Pero volviendo al tema que decía sobre que todos debemos aprender y para ello hay que leer, deseo recordar que en algunas otras oportunidades he escrito sobre el miedo a los libros, de lecturas herméticas, de nuevas tecnologías construidas para evitar que seamos lectores, o para que solo lo seamos de manera trivial, ¿qué pretendo cuando hablo de ese miedo? Es permitir a todos pensar que la lectura es un arte (si es que puedo decirle así) que se niega a desaparecer, pues, desde milenios se amenaza el libro, como dice Felipe Garrido en su prólogo de un libro de Manguel, amenazas pronunciadas desde los tronos de los reyes, desde los púlpitos de los inquisidores, desde los sillones de los presidentes, desde las oficinas de la industria electrónica; pero lo que han logrado, al contrario, es alentar nuestro reconocimiento de lectura como actividad esencial del ser humano. Que los lectores sean pocos, que muchos lean mal, que la mayor parte confunda propaganda con literatura – todo eso importa menos que el arte de leer continúe, que el libro perdure, que la literatura nos ayude a ser un poco más felices y un poco menos idiotas.
Pregunto, ¿cuántas veces lees antes de desayunar o de almorzar o comer? Creo que no se podría vivir sin leer, sino los invito a que hagan la prueba. Tal vez, muchos lo primero que hacen al despertar es tomar su teléfono y abrir los chats, e incluso antes de cepillarse los dientes o de evacuar la vejiga por primera vez en el día se aferran a la luz del móvil que ni siquiera logra con su destello sacarnos de la somnolencia en la que aún estamos inmersos. ¿Cuántas palabras van leídas antes de levantarnos de la cama?
Tanto como lector y escritor doy las gracias a todos aquellos, reitero, que incentivan la literatura, porque cada libro que nos permite apreciar en cada tienda o en cada evento organizado, es como puede ser para Sherezade, una estrategia contra la muerte, un proyecto para una vida mejor, como lo imaginó Dante, o tal vez un poco más justa, como lo soñó Don Quijote o volviendo a Kraus, cuando dice: se lee, y en ocasiones se escribe, cuando la vida sonríe; se lee, y con frecuencia se escribe, cuando la vida se rompe. Se lee y escribe para no dejar de saber, para poder ser. Los libros son compañeros: palian el peso de los días y atenúan el dolor de la vida.
Por: Jairo Mejía Cuello