Su Santidad Francisco tiene una rebeldía innata y está en cada mensaje de los que vino a dar al país. Se equivocan quienes creyeron que les habló a unos con marcada intención o que dirigió como misil sus argumentos o sus sentencias. No vino a eso el Papa. No le corresponde a su ánima, no […]
Su Santidad Francisco tiene una rebeldía innata y está en cada mensaje de los que vino a dar al país. Se equivocan quienes creyeron que les habló a unos con marcada intención o que dirigió como misil sus argumentos o sus sentencias. No vino a eso el Papa. No le corresponde a su ánima, no es un hombre de señalamientos, no vino a condenar a unos y a salvar a otros.
Siempre resultará importante una visita como esta para un país confesional y católico como lo es Colombia, así muchos consideren que la del Papa era una visita menor, casi correspondiente a mentes un tanto lisiadas. Lo cierto es que un país que se vuelca a las calles sobre el máximo jerarca de la iglesia católica, es un país que prefiere una definición desde esa orilla, que permanece en ella y que cree en ella. Eso no está mal ni bien. Eso simplemente es así.
Francisco usó un lenguaje igualitario. A sus años y casi más allá del bien y del mal ha decidido abandonar la doctrina, no citar los evangelios ni predicar desde ellos y no situar la infalible tradición católica como centro de todo cuanto existe. Eso es tal vez incomprensible para muchos, pero es justamente lo que le ayuda a ampliar los márgenes en su marcada intención de comunicarse con todos. Por eso no toma posiciones ni políticas, ni intelectuales, ni económicas de facto. Por eso habla de los universales: el amor, la aceptación, la serenidad, la opción por los más pobres, la igualdad, la compasión, la paz, el bien común, el conocimiento.
En la noche del jueves en Bogotá, frente a la Nunciatura, antes de irse a dormir, tuvo uno de sus gestos más cercanos cuando le pidió a Lina María, la niña en situación de discapacidad cognitiva, que le recordara una parte del texto que ella le había leído. Lina María entonces volvió a leer: “Queremos un mundo en el que la vulnerabilidad sea reconocida como esencia de lo humano. Que lejos de debilitarnos nos fortalece y dignifica. Un lugar de encuentro común que nos humaniza”. Y ahí el Papa nos señaló nuestra igualdad. Somos vulnerables, todos y cada uno de nosotros y para esto solo necesitó reconocer en Lina María una voz poderosa que hablaba de un universal.
Entonces, por primera vez, estamos ante un Sumo Pontífice que no necesita el dogma para ser escuchado y conectarnos con unas reflexiones que nos atañen cotidianamente. Seguramente a muchos les parecerá que carece de peso teológico o que no se caracteriza por el peso intelectual de la orden jesuita. Pero hay un implante de los jesuitas, y quienes nos educamos con ellos lo sabemos, que responde a señalar la estricta igualdad entre unos y otros, la libertad humana y la búsqueda de la felicidad desde el individuo. Siempre me han parecido rebeldes y con causa, pese a todo lo que pueda señalarse históricamente. Y en esta ocasión, con el papa Francisco, celebro pasar del discurso del evangelio al de la conciencia, incluso el de la conciencia de clase que bien sostuvo todas las veces que dijo “no se dejen”.
Por María Angélica Pumarejo
Su Santidad Francisco tiene una rebeldía innata y está en cada mensaje de los que vino a dar al país. Se equivocan quienes creyeron que les habló a unos con marcada intención o que dirigió como misil sus argumentos o sus sentencias. No vino a eso el Papa. No le corresponde a su ánima, no […]
Su Santidad Francisco tiene una rebeldía innata y está en cada mensaje de los que vino a dar al país. Se equivocan quienes creyeron que les habló a unos con marcada intención o que dirigió como misil sus argumentos o sus sentencias. No vino a eso el Papa. No le corresponde a su ánima, no es un hombre de señalamientos, no vino a condenar a unos y a salvar a otros.
Siempre resultará importante una visita como esta para un país confesional y católico como lo es Colombia, así muchos consideren que la del Papa era una visita menor, casi correspondiente a mentes un tanto lisiadas. Lo cierto es que un país que se vuelca a las calles sobre el máximo jerarca de la iglesia católica, es un país que prefiere una definición desde esa orilla, que permanece en ella y que cree en ella. Eso no está mal ni bien. Eso simplemente es así.
Francisco usó un lenguaje igualitario. A sus años y casi más allá del bien y del mal ha decidido abandonar la doctrina, no citar los evangelios ni predicar desde ellos y no situar la infalible tradición católica como centro de todo cuanto existe. Eso es tal vez incomprensible para muchos, pero es justamente lo que le ayuda a ampliar los márgenes en su marcada intención de comunicarse con todos. Por eso no toma posiciones ni políticas, ni intelectuales, ni económicas de facto. Por eso habla de los universales: el amor, la aceptación, la serenidad, la opción por los más pobres, la igualdad, la compasión, la paz, el bien común, el conocimiento.
En la noche del jueves en Bogotá, frente a la Nunciatura, antes de irse a dormir, tuvo uno de sus gestos más cercanos cuando le pidió a Lina María, la niña en situación de discapacidad cognitiva, que le recordara una parte del texto que ella le había leído. Lina María entonces volvió a leer: “Queremos un mundo en el que la vulnerabilidad sea reconocida como esencia de lo humano. Que lejos de debilitarnos nos fortalece y dignifica. Un lugar de encuentro común que nos humaniza”. Y ahí el Papa nos señaló nuestra igualdad. Somos vulnerables, todos y cada uno de nosotros y para esto solo necesitó reconocer en Lina María una voz poderosa que hablaba de un universal.
Entonces, por primera vez, estamos ante un Sumo Pontífice que no necesita el dogma para ser escuchado y conectarnos con unas reflexiones que nos atañen cotidianamente. Seguramente a muchos les parecerá que carece de peso teológico o que no se caracteriza por el peso intelectual de la orden jesuita. Pero hay un implante de los jesuitas, y quienes nos educamos con ellos lo sabemos, que responde a señalar la estricta igualdad entre unos y otros, la libertad humana y la búsqueda de la felicidad desde el individuo. Siempre me han parecido rebeldes y con causa, pese a todo lo que pueda señalarse históricamente. Y en esta ocasión, con el papa Francisco, celebro pasar del discurso del evangelio al de la conciencia, incluso el de la conciencia de clase que bien sostuvo todas las veces que dijo “no se dejen”.
Por María Angélica Pumarejo