CORTÍSIMO METRAJE Por Jarol Ferreira Acosta “Cuanto menos se sabe, tanto más fácilmente se conserva la fe.” Nietzsche Desde hace meses un amigo me presionaba para que lo acompañara a visitar a su pastor, un tipejo arrepentido al cual le había hablado de mí. Yo sencillamente lo evadía, desviándole la propuesta hacia unas cervezas o […]
CORTÍSIMO METRAJE
Por Jarol Ferreira Acosta
“Cuanto menos se sabe,
tanto más fácilmente se conserva la fe.”
Nietzsche
Desde hace meses un amigo me presionaba para que lo acompañara a visitar a su pastor, un tipejo arrepentido al cual le había hablado de mí. Yo sencillamente lo evadía, desviándole la propuesta hacia unas cervezas o a un pastel de cerdo de los que venden donde Las Guillén, en Villanueva. Sabiéndolo tragón era yo quien terminaba chantajeándolo, aunque luego de la hartura me recriminaba por no acceder a ir a hablar con el señor ese.
Si uno es católico, musulmán, judío, budista, o algo, al menos tiene la excusa de la fidelidad hacia una creencia de las mismas proporciones de la que ostenta el acosador, pero él sabía que, aunque me bautizaron e hice la primera comunión, no voy a misa desde mil novecientos noventa y cinco; año en el que colgué mis hábitos. Los cambié por un Levi’s usado. Mi amigo llegó al punto de hacerme sentir que lo ofendía mi falta de consideración hacia su bien intencionada propuesta, por lo que tuve que acceder y verme envuelto en una improvisada sesión privada de iniciación. Un pastor hace lo necesario por agregar una nueva oveja a su rebaño, aunque sea negrita. Es gratis y llega a reproducirse y a producir. No lo culpo, ni a él ni a quienes acuden a él en busca de una historia que justifique lo absurdas que resultan nuestras vidas. Luego del saludo, con una falsa sonrisa coronada por un bigotillo, empezó el sermón; intentándome atacar desprevenido, para que yo pensara que era una charla casual en una esquina de las orillas del Hormigueral:
– Hay cuatro tipos de corazones- dijo, de sopetón. Mientras mi amigo, un negro de metro noventa, y cien quilos de peso, custodiaba la conferencia.- En primer lugar están los corazones de piedra- prosiguió el pastor…
-Ok Dios -oré mentalmente, desesperado- por enésima vez te voy a pedir algo; ahora si espero que no me falles :
Sé que no existes pero,
ya que aquí en el infierno tantos creen en ti
que estás hecho para satisfacer nuestros egos,
hasta de pronto terminas existiendo;
por lo que te ruego que, en este instante,
le caiga un rayo en la cabeza al pastor
y que después se abra la tierra y se lo trague
y que a mi amigo se le olvide que es evangélico
y que quiere que yo me convierta a su culto
y cumpla con su religión.
Amén.
Obviamente no funcionó.
-También tenemos los corazones…
-¿Es igual a la parábola del sembrador? Lo interrumpí, intentando hacerle entender que conocía el punto central de su argumento y que podíamos avanzar hacia el fondo. Pero no. Se quedó mirándome, con carita nerviosa, y prosiguió:
-Los corazones duales son esos que aunque asisten al templo no aplican las doctrinas….
Y los corazones no sé qué y los otros, que eran los buenos porque obedecían en todo y se tragaban el cuento. En resumen, fueron cuarenta y cinco minutos de cháchara parafraseada de textos trilladísimos que lo único que lograron fue reafirmar mi percepción sobre las actuales agremiaciones con rótulos de espiritualidad: El proceso de multiplicación es importante, debido al poder que generan las masas, aunque contradictoriamente su esencia sea el individuo; por lo que pueden ser un buen pasatiempo para aquellos a los que les haga bien socializar y tener unos lineamientos básicos para su conducta. Cuestión que no es mi caso.
Afortunadamente llegó un gordito amanerado a interrumpir el monólogo, argumentando una reunión de jóvenes, solicitando la presencia de su bigotillo en el templo. Nos despedimos y sentí como el trago amargo pasaba, no sin antes acordar una nueva cita a la que por nada ni nadie asistiría. Creía que con eso sería suficiente para satisfacer la necesidad evangelizadora de mi amigo, sin embargo, no fue así. Pero eso ya es otra historia…
CORTÍSIMO METRAJE Por Jarol Ferreira Acosta “Cuanto menos se sabe, tanto más fácilmente se conserva la fe.” Nietzsche Desde hace meses un amigo me presionaba para que lo acompañara a visitar a su pastor, un tipejo arrepentido al cual le había hablado de mí. Yo sencillamente lo evadía, desviándole la propuesta hacia unas cervezas o […]
CORTÍSIMO METRAJE
Por Jarol Ferreira Acosta
“Cuanto menos se sabe,
tanto más fácilmente se conserva la fe.”
Nietzsche
Desde hace meses un amigo me presionaba para que lo acompañara a visitar a su pastor, un tipejo arrepentido al cual le había hablado de mí. Yo sencillamente lo evadía, desviándole la propuesta hacia unas cervezas o a un pastel de cerdo de los que venden donde Las Guillén, en Villanueva. Sabiéndolo tragón era yo quien terminaba chantajeándolo, aunque luego de la hartura me recriminaba por no acceder a ir a hablar con el señor ese.
Si uno es católico, musulmán, judío, budista, o algo, al menos tiene la excusa de la fidelidad hacia una creencia de las mismas proporciones de la que ostenta el acosador, pero él sabía que, aunque me bautizaron e hice la primera comunión, no voy a misa desde mil novecientos noventa y cinco; año en el que colgué mis hábitos. Los cambié por un Levi’s usado. Mi amigo llegó al punto de hacerme sentir que lo ofendía mi falta de consideración hacia su bien intencionada propuesta, por lo que tuve que acceder y verme envuelto en una improvisada sesión privada de iniciación. Un pastor hace lo necesario por agregar una nueva oveja a su rebaño, aunque sea negrita. Es gratis y llega a reproducirse y a producir. No lo culpo, ni a él ni a quienes acuden a él en busca de una historia que justifique lo absurdas que resultan nuestras vidas. Luego del saludo, con una falsa sonrisa coronada por un bigotillo, empezó el sermón; intentándome atacar desprevenido, para que yo pensara que era una charla casual en una esquina de las orillas del Hormigueral:
– Hay cuatro tipos de corazones- dijo, de sopetón. Mientras mi amigo, un negro de metro noventa, y cien quilos de peso, custodiaba la conferencia.- En primer lugar están los corazones de piedra- prosiguió el pastor…
-Ok Dios -oré mentalmente, desesperado- por enésima vez te voy a pedir algo; ahora si espero que no me falles :
Sé que no existes pero,
ya que aquí en el infierno tantos creen en ti
que estás hecho para satisfacer nuestros egos,
hasta de pronto terminas existiendo;
por lo que te ruego que, en este instante,
le caiga un rayo en la cabeza al pastor
y que después se abra la tierra y se lo trague
y que a mi amigo se le olvide que es evangélico
y que quiere que yo me convierta a su culto
y cumpla con su religión.
Amén.
Obviamente no funcionó.
-También tenemos los corazones…
-¿Es igual a la parábola del sembrador? Lo interrumpí, intentando hacerle entender que conocía el punto central de su argumento y que podíamos avanzar hacia el fondo. Pero no. Se quedó mirándome, con carita nerviosa, y prosiguió:
-Los corazones duales son esos que aunque asisten al templo no aplican las doctrinas….
Y los corazones no sé qué y los otros, que eran los buenos porque obedecían en todo y se tragaban el cuento. En resumen, fueron cuarenta y cinco minutos de cháchara parafraseada de textos trilladísimos que lo único que lograron fue reafirmar mi percepción sobre las actuales agremiaciones con rótulos de espiritualidad: El proceso de multiplicación es importante, debido al poder que generan las masas, aunque contradictoriamente su esencia sea el individuo; por lo que pueden ser un buen pasatiempo para aquellos a los que les haga bien socializar y tener unos lineamientos básicos para su conducta. Cuestión que no es mi caso.
Afortunadamente llegó un gordito amanerado a interrumpir el monólogo, argumentando una reunión de jóvenes, solicitando la presencia de su bigotillo en el templo. Nos despedimos y sentí como el trago amargo pasaba, no sin antes acordar una nueva cita a la que por nada ni nadie asistiría. Creía que con eso sería suficiente para satisfacer la necesidad evangelizadora de mi amigo, sin embargo, no fue así. Pero eso ya es otra historia…