Ambos están llenos de afecto, aprecio y cariño e indiferentes a las vanidades de la vida y bajo diferentes criterios de expresión.
Primero conocí al mayor, tiempo después habría de conocer al otro, pero la diferencia en el tiempo nunca varió ni mucho menos influyó en el alma del afecto, como sucede con el dinero, que cambia con el tiempo de acuerdo con el estado de solvencia de las situaciones que le son intrínsecas por naturaleza propia.
El carisma y simpatía ya mostraban sus primeros pasos pues la música ya también empezaba a atraparlos del todo en las redes del arte, de un arte preconcebido a través de la sangre de los genios que poco solían darse con la frecuencia usual de aquellos tiempos; sus padres habrían de influir en un futuro, que aún sentía algún desgano por el tipo de música o arte transmitido, pero que, a través de ellos, sin tener la más mínima idea, tomaba el camino universal de las cosas buenas.
El ambiente en que nacieron esparcía amor, afecto, amistad y múltiples virtudes que solo nacen y se desarrollan bien donde las tierras han sido abonadas y regadas permanentemente con la humildad campesina y el respeto por el medio ambiente, prendidas por consiguiente al arraigo profundo por la naturaleza.
Como decía, al mayor conocí primero cuando de muy joven empecé a recorrer las tierras de mi provincia, también de la mano de otro, que todo lo que tocaba lo convertía en amistad y afecto y cuando por veces posteriores a la primera, hacía mis entradas soñadas por el pueblo del afecto: Villanueva.
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Lo conocí a través de mi padre, sí, su padrino de entonces, con unas primeras notas de acordeón maltrechas pero que mostraban lo profundo de su ser ya bañado de nostalgias por las normas genéticas trasmitidas.
Entonaba, entonces, las canciones de su padre y las que escuchaba del mismo ambiente que rodeaba su medio, y que habría de enmarcarle el camino hacia un mundo con menos angustias y más amor por su gente; esgrimía un pequeño acordeón de dos teclados que le permitía entonar para sus más allegados, entre ellos ya me contaba yo, de sus emociones musicales para gozar de unos años mozos impregnados de una herencia musical inmensa para gloria futura de todos.
Muchos hacíamos de cantantes a su lado como tratando de mostrar también la estampa de la raza y herencias musicales y afectivas.
Entre encuentros y encuentros, que se producían en los meses de junio y diciembre de recreos escolares, apareció el otro, el otro heredero también del afecto y la humildad, ya no con un acordeón en la mano, pero sí con una voz infinita que nos atrapaba en las redes de los sentimientos, desafiando a todos sus amigos, nuestros amigos, los acompañantes de siempre, y nos decía que la transmisión verbal y melodiosa estaba a manos de él y solo él podría cautivarnos a todos de su herencia.
Luego, en cualquier sitio como Tunja, Bogotá, Valledupar, cualquier aldea o comarca, eran centros de reuniones permanentes en donde deleitaban a quien fuera amigo, o amigo de sus amigos, quedando cada quien bañado de emociones profundas dando lugar a amistades para toda la vida.
Así crecieron, y recuerdo que en las parrandas realizadas éramos nosotros mismos los músicos y cantantes suplentes, para hacer interminables aquellos encuentros y aquellos momentos.
Nunca se han podido resaltar diferencias o marcar diferencias exactas entre el uno y el otro; algunos dicen que a uno le gusta el dinero y que al otro le falta sencillez y humildad. ¡Mentiras! Ambos están llenos de afecto, aprecio y cariño e indiferentes a las vanidades de la vida y bajo diferentes criterios de expresión: el uno, el dinero que le cae lo reparte entre sus amigos necesitados; el otro, se muestra repelente cuando no le ponen atención a sus expresiones del alma a través de sus magistrales dedos y composiciones sentidas y de ahí su separación de criterios que los han llevado en el campo artístico a condiciones aisladas, pero que como todas las cosas perfectas de la vida tienen que volver a su estado natural para poder interpretar nuevamente juntos y al lado de los amigos de siempre canciones como, entre muchas, aquella que relata episodios familiares y que hoy hacen grande a nuestro folclor.
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Expreso, sin no antes decirles, que queremos volver a verlos juntos y de casa en casa, con sus amigos queridos, y aparecer, como lo hacían, interpretando aquellos sones que, en otros tiempos, nacieron por los momentos vividos a base del afecto y el aprecio.
Hoy me tomé la vocería de todos para escribir estas notas, porque siento que siempre, desde antes que empezaran a aparecer los años viejos, hemos querido decirles que: vuelvan de la mano a sus viejos tiempos y cuídense que el folclor los necesita, y tampoco, como todo amante de su ser, quiere morir, como tampoco nosotros sus amigos quisiéramos hacerlo sin antes verles de la mano otra vez, alegrando la vida de la tierra que les vio nacer y nuevamente poder revivir aquellos versos que invitaban a escanciar un buen trago, para cantar al unísono con todos sus amigos aquellas estrofas sentidas:
Porque cuando escucho mi triste acordeón,
Quisiera reírme y quisiera llorar
Porque cuando escucho a mi hermano cantar
Quisiera una copa llena de licor,
Quisiera un momento olvidar el dolor,
Que pasen las penas y sentirme feliz
Al lado de mi hermano
Con quien he batallado para poder vivir.
¡La vida de ustedes no solo es de ustedes, es de todos nosotros también!
Por: Fausto Cotes Núñez
Ambos están llenos de afecto, aprecio y cariño e indiferentes a las vanidades de la vida y bajo diferentes criterios de expresión.
Primero conocí al mayor, tiempo después habría de conocer al otro, pero la diferencia en el tiempo nunca varió ni mucho menos influyó en el alma del afecto, como sucede con el dinero, que cambia con el tiempo de acuerdo con el estado de solvencia de las situaciones que le son intrínsecas por naturaleza propia.
El carisma y simpatía ya mostraban sus primeros pasos pues la música ya también empezaba a atraparlos del todo en las redes del arte, de un arte preconcebido a través de la sangre de los genios que poco solían darse con la frecuencia usual de aquellos tiempos; sus padres habrían de influir en un futuro, que aún sentía algún desgano por el tipo de música o arte transmitido, pero que, a través de ellos, sin tener la más mínima idea, tomaba el camino universal de las cosas buenas.
El ambiente en que nacieron esparcía amor, afecto, amistad y múltiples virtudes que solo nacen y se desarrollan bien donde las tierras han sido abonadas y regadas permanentemente con la humildad campesina y el respeto por el medio ambiente, prendidas por consiguiente al arraigo profundo por la naturaleza.
Como decía, al mayor conocí primero cuando de muy joven empecé a recorrer las tierras de mi provincia, también de la mano de otro, que todo lo que tocaba lo convertía en amistad y afecto y cuando por veces posteriores a la primera, hacía mis entradas soñadas por el pueblo del afecto: Villanueva.
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Lo conocí a través de mi padre, sí, su padrino de entonces, con unas primeras notas de acordeón maltrechas pero que mostraban lo profundo de su ser ya bañado de nostalgias por las normas genéticas trasmitidas.
Entonaba, entonces, las canciones de su padre y las que escuchaba del mismo ambiente que rodeaba su medio, y que habría de enmarcarle el camino hacia un mundo con menos angustias y más amor por su gente; esgrimía un pequeño acordeón de dos teclados que le permitía entonar para sus más allegados, entre ellos ya me contaba yo, de sus emociones musicales para gozar de unos años mozos impregnados de una herencia musical inmensa para gloria futura de todos.
Muchos hacíamos de cantantes a su lado como tratando de mostrar también la estampa de la raza y herencias musicales y afectivas.
Entre encuentros y encuentros, que se producían en los meses de junio y diciembre de recreos escolares, apareció el otro, el otro heredero también del afecto y la humildad, ya no con un acordeón en la mano, pero sí con una voz infinita que nos atrapaba en las redes de los sentimientos, desafiando a todos sus amigos, nuestros amigos, los acompañantes de siempre, y nos decía que la transmisión verbal y melodiosa estaba a manos de él y solo él podría cautivarnos a todos de su herencia.
Luego, en cualquier sitio como Tunja, Bogotá, Valledupar, cualquier aldea o comarca, eran centros de reuniones permanentes en donde deleitaban a quien fuera amigo, o amigo de sus amigos, quedando cada quien bañado de emociones profundas dando lugar a amistades para toda la vida.
Así crecieron, y recuerdo que en las parrandas realizadas éramos nosotros mismos los músicos y cantantes suplentes, para hacer interminables aquellos encuentros y aquellos momentos.
Nunca se han podido resaltar diferencias o marcar diferencias exactas entre el uno y el otro; algunos dicen que a uno le gusta el dinero y que al otro le falta sencillez y humildad. ¡Mentiras! Ambos están llenos de afecto, aprecio y cariño e indiferentes a las vanidades de la vida y bajo diferentes criterios de expresión: el uno, el dinero que le cae lo reparte entre sus amigos necesitados; el otro, se muestra repelente cuando no le ponen atención a sus expresiones del alma a través de sus magistrales dedos y composiciones sentidas y de ahí su separación de criterios que los han llevado en el campo artístico a condiciones aisladas, pero que como todas las cosas perfectas de la vida tienen que volver a su estado natural para poder interpretar nuevamente juntos y al lado de los amigos de siempre canciones como, entre muchas, aquella que relata episodios familiares y que hoy hacen grande a nuestro folclor.
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Expreso, sin no antes decirles, que queremos volver a verlos juntos y de casa en casa, con sus amigos queridos, y aparecer, como lo hacían, interpretando aquellos sones que, en otros tiempos, nacieron por los momentos vividos a base del afecto y el aprecio.
Hoy me tomé la vocería de todos para escribir estas notas, porque siento que siempre, desde antes que empezaran a aparecer los años viejos, hemos querido decirles que: vuelvan de la mano a sus viejos tiempos y cuídense que el folclor los necesita, y tampoco, como todo amante de su ser, quiere morir, como tampoco nosotros sus amigos quisiéramos hacerlo sin antes verles de la mano otra vez, alegrando la vida de la tierra que les vio nacer y nuevamente poder revivir aquellos versos que invitaban a escanciar un buen trago, para cantar al unísono con todos sus amigos aquellas estrofas sentidas:
Porque cuando escucho mi triste acordeón,
Quisiera reírme y quisiera llorar
Porque cuando escucho a mi hermano cantar
Quisiera una copa llena de licor,
Quisiera un momento olvidar el dolor,
Que pasen las penas y sentirme feliz
Al lado de mi hermano
Con quien he batallado para poder vivir.
¡La vida de ustedes no solo es de ustedes, es de todos nosotros también!
Por: Fausto Cotes Núñez