Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 22 octubre, 2012

No me pudo conquistar el rock *

MISCELÁNEA Por Luis Augusto González Pimienta Los años sesenta fueron de grandes transformaciones. Se diría revolucionarios, en el mejor de los sentidos. Varios hechos trascendentales nos marcaron para siempre como la invención de la minifalda, que no sé si por coincidencia o por inevitable relación llevó a discutir el problema de la superpoblación. Fue entonces […]

MISCELÁNEA

Por Luis Augusto González Pimienta

Los años sesenta fueron de grandes transformaciones. Se diría revolucionarios, en el mejor de los sentidos.

Varios hechos trascendentales nos marcaron para siempre como la invención de la minifalda, que no sé si por coincidencia o por inevitable relación llevó a discutir el problema de la superpoblación. Fue entonces cuando los demógrafos pintaron un cuadro apocalíptico según el cual estallarían guerras entre los países ricos y muy poblados y los pobres pero productores de alimentos. La alarma funcionó en algunas naciones, Colombia incluida, y dio lugar a un efectivo control de la natalidad y, en nuestro medio, a la creación del Instituto de Bienestar Familiar.

En los colegios y universidades se discutía el existencialismo de Jean Paul Sastre y su evolución hacia el marxismo. Declaro que no me convencían sus postulados, probablemente por mi formación religiosa y hogareña, en donde se respiraba conservatismo. De manera que su rechazo al premio Nobel de Literatura no me impresionó, y lo tomé como un acto de arrogancia, más que de rebeldía. En cambio me deleitaba la lectura de Cortázar, de Juan Rulfo, cuyas dos novelas conocí en  esa década, y por supuesto de Gabriel García Márquez quien daba a conocer su máxima obra, la que quince años después le otorgaría el Nobel.

Marcaron época los cambios en la Iglesia Católica propiciados por el Papa Juan XXIII; el Concilio Vaticano II que implicó la reconciliación de la iglesia con el mundo moderno; la abolición por Pablo VI del famoso Índex, o catalogo de libros prohibidos que los católicos no podíamos leer. Desde entonces no hay censura.

Fueron también significativos los avances en astronáutica que partiendo del viaje al espacio en 1.961 de Yuri Gagarin, quien dio  una órbita alrededor de la Tierra, condujeron al hombre a la Luna el 20 de julio de 1969, con Neil Armstrong en su Apolo 11.

Pero quizá el cambio más significativo fue el que se dio en la música. En los finales de los cincuenta Elvis Presley era absoluto dominador del mercado mundial. En los sesenta emergieron los peludos de Liverpool, The Beatles, y tras ellos los enloquecedores Rolling Stones con Mick Jagger a la cabeza. Aquí hizo agua mi nave. Desde niño me gustó la música que se producía en mi Valle. La escuchaba en las voces de Buitrago, de Bovea y sus vallenatos, algunos temas de Abel Antonio Villa, de Aníbal Velásquez, luego Alejo Durán, Luis Enrique Martínez, ‘Colacho’ Mendoza, y todos los que vinieron después. Por supuesto tuve la influencia bogotana de lo que entonces llamaban música colombiana que debió llamarse música andina, pues con ese gentilicio discriminaban entre otras, a la música de las dos costas y a la llanera. Vainas de cachacos. Aunque ahora también nosotros estamos incurriendo en el mismo error, pues le estamos llamando música vallenata a todo lo que tenga un acordeón incluido.

Declaro que en su momento el ritmo pegajoso de Elvis Presley y sus movimientos corporales me cautivaron, aunque nunca intenté imitarlos. Después me convencería de que lo mío era lo folclórico colombiano, lo auténtico, lo de mis raíces. Cuando llegaron los Beatles  y después los Rolling Stones salí disparado en procura de aire. Nunca, lo confieso, me gustaron, y eso que era un adolescente, un “teenager”. Que no entendiera el inglés no era el motivo, pues a Elvis tampoco lo entendía y me gustaba. Probablemente la causa fuera la estridencia de sus guitarras eléctricas, que todavía lastiman mis oídos. De todas maneras renegué oportunamente de esa música, y hoy en día, cuando existen variantes y extensiones del rock, soy feliz porque no me dejé conquistar por él.

*Reeditado a petición de una lectora.

Columnista
22 octubre, 2012

No me pudo conquistar el rock *

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Augusto González Pimienta

MISCELÁNEA Por Luis Augusto González Pimienta Los años sesenta fueron de grandes transformaciones. Se diría revolucionarios, en el mejor de los sentidos. Varios hechos trascendentales nos marcaron para siempre como la invención de la minifalda, que no sé si por coincidencia o por inevitable relación llevó a discutir el problema de la superpoblación. Fue entonces […]


MISCELÁNEA

Por Luis Augusto González Pimienta

Los años sesenta fueron de grandes transformaciones. Se diría revolucionarios, en el mejor de los sentidos.

Varios hechos trascendentales nos marcaron para siempre como la invención de la minifalda, que no sé si por coincidencia o por inevitable relación llevó a discutir el problema de la superpoblación. Fue entonces cuando los demógrafos pintaron un cuadro apocalíptico según el cual estallarían guerras entre los países ricos y muy poblados y los pobres pero productores de alimentos. La alarma funcionó en algunas naciones, Colombia incluida, y dio lugar a un efectivo control de la natalidad y, en nuestro medio, a la creación del Instituto de Bienestar Familiar.

En los colegios y universidades se discutía el existencialismo de Jean Paul Sastre y su evolución hacia el marxismo. Declaro que no me convencían sus postulados, probablemente por mi formación religiosa y hogareña, en donde se respiraba conservatismo. De manera que su rechazo al premio Nobel de Literatura no me impresionó, y lo tomé como un acto de arrogancia, más que de rebeldía. En cambio me deleitaba la lectura de Cortázar, de Juan Rulfo, cuyas dos novelas conocí en  esa década, y por supuesto de Gabriel García Márquez quien daba a conocer su máxima obra, la que quince años después le otorgaría el Nobel.

Marcaron época los cambios en la Iglesia Católica propiciados por el Papa Juan XXIII; el Concilio Vaticano II que implicó la reconciliación de la iglesia con el mundo moderno; la abolición por Pablo VI del famoso Índex, o catalogo de libros prohibidos que los católicos no podíamos leer. Desde entonces no hay censura.

Fueron también significativos los avances en astronáutica que partiendo del viaje al espacio en 1.961 de Yuri Gagarin, quien dio  una órbita alrededor de la Tierra, condujeron al hombre a la Luna el 20 de julio de 1969, con Neil Armstrong en su Apolo 11.

Pero quizá el cambio más significativo fue el que se dio en la música. En los finales de los cincuenta Elvis Presley era absoluto dominador del mercado mundial. En los sesenta emergieron los peludos de Liverpool, The Beatles, y tras ellos los enloquecedores Rolling Stones con Mick Jagger a la cabeza. Aquí hizo agua mi nave. Desde niño me gustó la música que se producía en mi Valle. La escuchaba en las voces de Buitrago, de Bovea y sus vallenatos, algunos temas de Abel Antonio Villa, de Aníbal Velásquez, luego Alejo Durán, Luis Enrique Martínez, ‘Colacho’ Mendoza, y todos los que vinieron después. Por supuesto tuve la influencia bogotana de lo que entonces llamaban música colombiana que debió llamarse música andina, pues con ese gentilicio discriminaban entre otras, a la música de las dos costas y a la llanera. Vainas de cachacos. Aunque ahora también nosotros estamos incurriendo en el mismo error, pues le estamos llamando música vallenata a todo lo que tenga un acordeón incluido.

Declaro que en su momento el ritmo pegajoso de Elvis Presley y sus movimientos corporales me cautivaron, aunque nunca intenté imitarlos. Después me convencería de que lo mío era lo folclórico colombiano, lo auténtico, lo de mis raíces. Cuando llegaron los Beatles  y después los Rolling Stones salí disparado en procura de aire. Nunca, lo confieso, me gustaron, y eso que era un adolescente, un “teenager”. Que no entendiera el inglés no era el motivo, pues a Elvis tampoco lo entendía y me gustaba. Probablemente la causa fuera la estridencia de sus guitarras eléctricas, que todavía lastiman mis oídos. De todas maneras renegué oportunamente de esa música, y hoy en día, cuando existen variantes y extensiones del rock, soy feliz porque no me dejé conquistar por él.

*Reeditado a petición de una lectora.