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Columnista - 14 abril, 2019

No hay vitaminas que los salve

Se dice que en tiempos de antaño, en estas mismas tierras, bañadas por ríos de agua fría, cubiertas por una sabana próspera y rodeada de numerosos picos montañosos, la gente le madrugaba al sol, con pan y café en buche, salían a laborar la tierra y andar los caminos para poner la comida en la […]

Se dice que en tiempos de antaño, en estas mismas tierras, bañadas por ríos de agua fría, cubiertas por una sabana próspera y rodeada de numerosos picos montañosos, la gente le madrugaba al sol, con pan y café en buche, salían a laborar la tierra y andar los caminos para poner la comida en la mesa. Era habitual las manos llenas de callos producto de labores del campo, la piel tostada y reseca por los vientos veraniegos y una que otra herida producto de cualquier trabajo duro. El cansancio se calmaba con un terrón de panela enmochilado, una arropilla o un bollo envuelto en hoja de mazorca. Las vitaminas se comían al llegar a casa y tenían forma de yuca, ahuyama, arroz volao´, carne salada y dulce de maduro. Los vallenatos vivían largas vidas, muchos llegando a la centena y unos años más, muriendo del aburrimiento que llegaba de tantos años de coger fresco, sentados en mecedoras o meciéndose en chinchorros en los patios de sus terrazas.

Hoy en día, esa raza de vallenatos está casi extinta. Son pocos los que quedan y pueden dar testimonio del trabajo arduo y vigoroso que caracterizaba al hombre y a la mujer de las tierras del Cacique Upar. Hoy caminan por las calles seres endebles tanto física como emocionalmente producto del desarrollo de la civilización y el avance tecnológico del que se nos hizo imposible escapar.

Es común encontrar niños y jóvenes en los consultorios acompañados por sus madres con motivos de mal color, cansancio o debilidad. Niños y jóvenes que no superan los 15 años de edad, en plena etapa del desarrollo que debería caracterizarse por la energía excesiva y el vigor que traen consigo las hormonas. Por tal motivo conlleva a preguntarse si en realidad estamos disminuyendo la calidad de nuestro geno y fenotipo o estamos cultivando una nueva generación producto de la sobreprotección y un exceso de franca flojera física y mental.

Quienes están llamados a ser los relevos de grandes generaciones llenas de personas pujantes, trabajadoras y distinguidas, pasan sus días realizando tareas a medias, postrados por largas horas desde tempranas edades frente a las pantallas de grandes televisores o creando adicciones potencialmente peligrosas a redes sociales sin control. Han sepultado los hábitos de lectoescritura, comunicación interpersonal y actividad física por chats, Fortnite y retos virales sin sentido alguno.

No señores, las nuevas generaciones no tienen deficiencias genéticas, no son inferiores a las anteriores y no carecen de micronutrientes y vitaminas. Simplemente, como humanidad, hemos creado un nicho para ellos en donde la holgazanería, la flojera y el conformismo invaden sus cuerpos. A todos los padres que llevan al médico a sus hijos que no se despegan del celular y no levantan un dedo para cualquier actividad, con motivos de mal color y por cansancio ¡Basta! Para la flojera no hay más remedio que la actividad, el trabajo y el esfuerzo. Para este problema no existen vitaminas.

Columnista
14 abril, 2019

No hay vitaminas que los salve

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Ivan Castro Lopez

Se dice que en tiempos de antaño, en estas mismas tierras, bañadas por ríos de agua fría, cubiertas por una sabana próspera y rodeada de numerosos picos montañosos, la gente le madrugaba al sol, con pan y café en buche, salían a laborar la tierra y andar los caminos para poner la comida en la […]


Se dice que en tiempos de antaño, en estas mismas tierras, bañadas por ríos de agua fría, cubiertas por una sabana próspera y rodeada de numerosos picos montañosos, la gente le madrugaba al sol, con pan y café en buche, salían a laborar la tierra y andar los caminos para poner la comida en la mesa. Era habitual las manos llenas de callos producto de labores del campo, la piel tostada y reseca por los vientos veraniegos y una que otra herida producto de cualquier trabajo duro. El cansancio se calmaba con un terrón de panela enmochilado, una arropilla o un bollo envuelto en hoja de mazorca. Las vitaminas se comían al llegar a casa y tenían forma de yuca, ahuyama, arroz volao´, carne salada y dulce de maduro. Los vallenatos vivían largas vidas, muchos llegando a la centena y unos años más, muriendo del aburrimiento que llegaba de tantos años de coger fresco, sentados en mecedoras o meciéndose en chinchorros en los patios de sus terrazas.

Hoy en día, esa raza de vallenatos está casi extinta. Son pocos los que quedan y pueden dar testimonio del trabajo arduo y vigoroso que caracterizaba al hombre y a la mujer de las tierras del Cacique Upar. Hoy caminan por las calles seres endebles tanto física como emocionalmente producto del desarrollo de la civilización y el avance tecnológico del que se nos hizo imposible escapar.

Es común encontrar niños y jóvenes en los consultorios acompañados por sus madres con motivos de mal color, cansancio o debilidad. Niños y jóvenes que no superan los 15 años de edad, en plena etapa del desarrollo que debería caracterizarse por la energía excesiva y el vigor que traen consigo las hormonas. Por tal motivo conlleva a preguntarse si en realidad estamos disminuyendo la calidad de nuestro geno y fenotipo o estamos cultivando una nueva generación producto de la sobreprotección y un exceso de franca flojera física y mental.

Quienes están llamados a ser los relevos de grandes generaciones llenas de personas pujantes, trabajadoras y distinguidas, pasan sus días realizando tareas a medias, postrados por largas horas desde tempranas edades frente a las pantallas de grandes televisores o creando adicciones potencialmente peligrosas a redes sociales sin control. Han sepultado los hábitos de lectoescritura, comunicación interpersonal y actividad física por chats, Fortnite y retos virales sin sentido alguno.

No señores, las nuevas generaciones no tienen deficiencias genéticas, no son inferiores a las anteriores y no carecen de micronutrientes y vitaminas. Simplemente, como humanidad, hemos creado un nicho para ellos en donde la holgazanería, la flojera y el conformismo invaden sus cuerpos. A todos los padres que llevan al médico a sus hijos que no se despegan del celular y no levantan un dedo para cualquier actividad, con motivos de mal color y por cansancio ¡Basta! Para la flojera no hay más remedio que la actividad, el trabajo y el esfuerzo. Para este problema no existen vitaminas.