Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 19 enero, 2013

No hay olvidos

Veinte años después de su viaje sin retorno, el doctor Gustavo Fornary se enfrentó a su primer recuerdo. Y a su primer amor.

Boton Wpp


Por: Leonardo José Maya

[email protected]

Facebook Leonardo Jose Maya Amaya

 

Veinte años después de su viaje sin retorno,  el doctor Gustavo Fornary se enfrentó a su primer recuerdo. Y a su primer amor.

Era un renombrado psicólogo con muchas publicaciones y conferencista internacional, especialista en conflictos de parejas. Se había radicado en la capital donde atendía en su clínica privada. Esa tarde recibió a Gloria P. La paciente, de treinta y ocho años, llegó en crisis de angustia severa, procedente de una ciudad 800 kilómetros al norte.

Lucía una postiza cabellera rubia, lentes de contacto y excesivo maquillaje, lloraba por desamor. Soportaba un matrimonio mal llevado que había arruinado su vida, estaba visiblemente envejecida, lastimada por la vida, desilusiones y traiciones.

La mujer lloraba sin consuelo y le relató su desdicha, el comenzó su terapia inmediatamente tratando de tranquilizarla elevándole el autoestima, ella comenzó a preguntar insistentemente al terapeuta por su vida personal.

_ Doctor, ¿usted aún recuerda su primera novia?

El respondió sin vacilación.

–       Es mi mayor añoranza, la recuerdo todos los días de mi vida.

A la mujer se le iluminaron los ojos y su llanto se calmó.

_ Continúe Doctor.

 –  Si pudiera le haría saber que nunca la he olvidado  a veces sueño con ella y al despertar busco bajo la almohada a ver si allí encuentro enredado pedazos de mis sueños.

La paciente se convirtió en terapeuta

_ Doctor, dígame la verdad, ¿usted la amó?

_ No, no la amé, la amo. El amor nunca se marcha, solo se duerme pero puede despertarse como el primer día con el solo recuerdo de la persona añorada.

 – Doctor…  cuénteme más.

 _ Nos conocimos en el colegio,  a mi padre lo trasladaron de la empresa en que trabajaba y nos fuimos a otro país. No tuve tiempo de despedirme, no pude decirle cuánto la amaba y después nunca volvimos a vernos.

_ ¿Qué es lo que más extraña de ella?

–       Su cabello claro y sus ojos miel – la mujer volvió a romper en llanto –

–       Él continuó – era muy dulce, teníamos muchas ilusiones, ¿sabe? diseñaba muy bien y pintaba elefantes al lápiz, aún conservo varios dibujos de ella y  dibujo en mis ojos el recuerdo de su sonrisa

– Si usted la viera, ¿la reconocería? 

_ En el acto. Daría todo lo que soy solo por encontrarla para decirle lo que no le pude decir y quizás la amaría de nuevo.

_  Repítame una cosa, ¿realmente la amó?

_ Infinitamente -dijo nostálgico- ella fue mi primer amor… me gustaría que supiera que aún no la he olvidado.

Una hora después, la mujer totalmente recuperada canceló sus honorarios y se marchó feliz sabiéndose amada. Tuvo el tacto de no revelarle que ella era ese primer amor y prefirió dejarlo con la quimera para no lastimar sus recuerdos, o tal vez el afamado sicólogo lo supo desde el principio y la terapia consistía justamente en decirle lo que la paciente quería escuchar. 

 

Columnista
19 enero, 2013

No hay olvidos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Leonardo Maya Amaya

Veinte años después de su viaje sin retorno, el doctor Gustavo Fornary se enfrentó a su primer recuerdo. Y a su primer amor.



Por: Leonardo José Maya

[email protected]

Facebook Leonardo Jose Maya Amaya

 

Veinte años después de su viaje sin retorno,  el doctor Gustavo Fornary se enfrentó a su primer recuerdo. Y a su primer amor.

Era un renombrado psicólogo con muchas publicaciones y conferencista internacional, especialista en conflictos de parejas. Se había radicado en la capital donde atendía en su clínica privada. Esa tarde recibió a Gloria P. La paciente, de treinta y ocho años, llegó en crisis de angustia severa, procedente de una ciudad 800 kilómetros al norte.

Lucía una postiza cabellera rubia, lentes de contacto y excesivo maquillaje, lloraba por desamor. Soportaba un matrimonio mal llevado que había arruinado su vida, estaba visiblemente envejecida, lastimada por la vida, desilusiones y traiciones.

La mujer lloraba sin consuelo y le relató su desdicha, el comenzó su terapia inmediatamente tratando de tranquilizarla elevándole el autoestima, ella comenzó a preguntar insistentemente al terapeuta por su vida personal.

_ Doctor, ¿usted aún recuerda su primera novia?

El respondió sin vacilación.

–       Es mi mayor añoranza, la recuerdo todos los días de mi vida.

A la mujer se le iluminaron los ojos y su llanto se calmó.

_ Continúe Doctor.

 –  Si pudiera le haría saber que nunca la he olvidado  a veces sueño con ella y al despertar busco bajo la almohada a ver si allí encuentro enredado pedazos de mis sueños.

La paciente se convirtió en terapeuta

_ Doctor, dígame la verdad, ¿usted la amó?

_ No, no la amé, la amo. El amor nunca se marcha, solo se duerme pero puede despertarse como el primer día con el solo recuerdo de la persona añorada.

 – Doctor…  cuénteme más.

 _ Nos conocimos en el colegio,  a mi padre lo trasladaron de la empresa en que trabajaba y nos fuimos a otro país. No tuve tiempo de despedirme, no pude decirle cuánto la amaba y después nunca volvimos a vernos.

_ ¿Qué es lo que más extraña de ella?

–       Su cabello claro y sus ojos miel – la mujer volvió a romper en llanto –

–       Él continuó – era muy dulce, teníamos muchas ilusiones, ¿sabe? diseñaba muy bien y pintaba elefantes al lápiz, aún conservo varios dibujos de ella y  dibujo en mis ojos el recuerdo de su sonrisa

– Si usted la viera, ¿la reconocería? 

_ En el acto. Daría todo lo que soy solo por encontrarla para decirle lo que no le pude decir y quizás la amaría de nuevo.

_  Repítame una cosa, ¿realmente la amó?

_ Infinitamente -dijo nostálgico- ella fue mi primer amor… me gustaría que supiera que aún no la he olvidado.

Una hora después, la mujer totalmente recuperada canceló sus honorarios y se marchó feliz sabiéndose amada. Tuvo el tacto de no revelarle que ella era ese primer amor y prefirió dejarlo con la quimera para no lastimar sus recuerdos, o tal vez el afamado sicólogo lo supo desde el principio y la terapia consistía justamente en decirle lo que la paciente quería escuchar.