No hay derecho, a que un Juez de la República reciba agresiones por haber obrado a cabalidad en su misión de interpretar e interponer la ley. Lo ocurrido en la semana anterior con el doctor Franklin Martínez Solano, juez Cuarto Penal del Circuito de Valledupar, es algo por decirlo así, insólito e inadmisible.
Por Nurys Pardo Conrado
No hay derecho, a que un Juez de la República reciba agresiones por haber obrado a cabalidad en su misión de interpretar e interponer la ley.
Lo ocurrido en la semana anterior con el doctor Franklin Martínez Solano, juez Cuarto Penal del Circuito de Valledupar, es algo por decirlo así, insólito e inadmisible.
El sólo hecho de personalizar alguien a la justicia merece el acatamiento y el respeto debido que ostenta como autoridad judicial, otra cosa es que quienes no comprendan tal hecho quieran imponer la fuerza y las acciones de hecho en su contra, por eso es más que justo el apoyo que el doctor Martínez Solano está recibiendo de quienes tienen la claridad de la función y de la misión que ejerce.
El ataque tanto verbal como físico no sólo fue sobre este honorable juez, sino que cayó también en sus dos menores hijos que le acompañaban en ese trágico momento, instante de mucha zozobra para ellos causándole un gran impacto emocional y síquico al encontrar sin saber por qué un proceder en su contra en momentos que compartían la compañía de su progenitor en un centro comercial de esta localidad.
Sería fatídico que se invirtieran los papeles y llegáramos a concluir y hasta aceptar que quienes tienen que esconderse son los justos y no los sancionados, más aún cuando en el juicio respectivo se demostró que la conducta asumida por el actor estuvo fuera de los cánones legales y quebrantando la normativa penal vigente en ese momento, donde lo indicado por su descendiente sería guardar silencio y aceptar el veredicto.
Cabe esta actuación distorsionada para recordar que en el pretérito a otro juez de esta ciudad también fue objeto de unos fuetazos por parte de un desadaptado, más tarde cayó bajo las balas asesinas disparadas desde la oscuridad el doctor Efraín Córdoba Castilla y como si fuera poco la doctora Marilis Hinojoza Suárez también fue blanco de este accionar, pero falta más, Graciela Aroca Vergara funcionaria del poder judicial murió trágicamente en hechos similares y dejemos de contar.
Es hora que la sociedad cesarense y nacional demuestre la solidaridad con los accionantes de la justicia y no permitamos en conjunto que hechos como estos se sigan dando de manera reiterada, por lo que estamos de acuerdo con el presidente de Asonal Judicial seccional, quien rechazó a nombre de esa organización los hechos dados.
Es más notorio en este aspecto el silencio de los buenos que las travesuras de los energúmenos que poco a poco están acabando con lo que queda de este Estado Social de Derecho que se promulga, pero que no se respeta ni acata.
Vayan mis respaldo y afectos para el agredido y el reconocimiento a su noble labor, pero igualmente el repudio a ese actuar inadecuado que enmugrece el comportamiento justo de una sociedad atónica y desesperada.
No hay derecho, a que un Juez de la República reciba agresiones por haber obrado a cabalidad en su misión de interpretar e interponer la ley. Lo ocurrido en la semana anterior con el doctor Franklin Martínez Solano, juez Cuarto Penal del Circuito de Valledupar, es algo por decirlo así, insólito e inadmisible.
Por Nurys Pardo Conrado
No hay derecho, a que un Juez de la República reciba agresiones por haber obrado a cabalidad en su misión de interpretar e interponer la ley.
Lo ocurrido en la semana anterior con el doctor Franklin Martínez Solano, juez Cuarto Penal del Circuito de Valledupar, es algo por decirlo así, insólito e inadmisible.
El sólo hecho de personalizar alguien a la justicia merece el acatamiento y el respeto debido que ostenta como autoridad judicial, otra cosa es que quienes no comprendan tal hecho quieran imponer la fuerza y las acciones de hecho en su contra, por eso es más que justo el apoyo que el doctor Martínez Solano está recibiendo de quienes tienen la claridad de la función y de la misión que ejerce.
El ataque tanto verbal como físico no sólo fue sobre este honorable juez, sino que cayó también en sus dos menores hijos que le acompañaban en ese trágico momento, instante de mucha zozobra para ellos causándole un gran impacto emocional y síquico al encontrar sin saber por qué un proceder en su contra en momentos que compartían la compañía de su progenitor en un centro comercial de esta localidad.
Sería fatídico que se invirtieran los papeles y llegáramos a concluir y hasta aceptar que quienes tienen que esconderse son los justos y no los sancionados, más aún cuando en el juicio respectivo se demostró que la conducta asumida por el actor estuvo fuera de los cánones legales y quebrantando la normativa penal vigente en ese momento, donde lo indicado por su descendiente sería guardar silencio y aceptar el veredicto.
Cabe esta actuación distorsionada para recordar que en el pretérito a otro juez de esta ciudad también fue objeto de unos fuetazos por parte de un desadaptado, más tarde cayó bajo las balas asesinas disparadas desde la oscuridad el doctor Efraín Córdoba Castilla y como si fuera poco la doctora Marilis Hinojoza Suárez también fue blanco de este accionar, pero falta más, Graciela Aroca Vergara funcionaria del poder judicial murió trágicamente en hechos similares y dejemos de contar.
Es hora que la sociedad cesarense y nacional demuestre la solidaridad con los accionantes de la justicia y no permitamos en conjunto que hechos como estos se sigan dando de manera reiterada, por lo que estamos de acuerdo con el presidente de Asonal Judicial seccional, quien rechazó a nombre de esa organización los hechos dados.
Es más notorio en este aspecto el silencio de los buenos que las travesuras de los energúmenos que poco a poco están acabando con lo que queda de este Estado Social de Derecho que se promulga, pero que no se respeta ni acata.
Vayan mis respaldo y afectos para el agredido y el reconocimiento a su noble labor, pero igualmente el repudio a ese actuar inadecuado que enmugrece el comportamiento justo de una sociedad atónica y desesperada.