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Columnista - 7 julio, 2023

No hagamos monumentos al olvido

Por años, en esta venerada tierra de acordeones y cantores, ha estado presente un tercer actor, un actor en búsqueda de protagonismo al ser relegado su canto de gloria. Un actor que, a pesar de los vientos en contra, convalece, pero aún no muere: el deporte. La causa de su moribundo estado es el olvido, la desidia, la falta de compromiso sustancial, la misma enfermedad que por lustros ha asechado y malogrado todos los grandes planes de transformación para la ciudad.

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Por años, en esta venerada tierra de acordeones y cantores, ha estado presente un tercer actor, un actor en búsqueda de protagonismo al ser relegado su canto de gloria. Un actor que, a pesar de los vientos en contra, convalece, pero aún no muere: el deporte. La causa de su moribundo estado es el olvido, la desidia, la falta de compromiso sustancial, la misma enfermedad que por lustros ha asechado y malogrado todos los grandes planes de transformación para la ciudad.

Y es una enfermedad grave, gravísima. Hablo en serio cuando les digo que nos está matando la indiferencia, Valledupar. Ese letargo cómodo en el que permanecemos envueltos, una verdadera amenaza, más temprano que tarde nos hará colapsar. Por lo pronto ha convertido nuestros espacios de esparcimiento y deporte en simples monumentos al olvido. ¿Para qué edificar grandiosos estadios, pistas y coliseos, y luego abandonarlos a su suerte, a merced del tiempo y del desinterés, solo para recordarnos que somos inútiles? 

El deporte, considerado uno de los grandes núcleos latentes de la cultura de los pueblos, en torno al cual se ha cohesionado sociedad y creado capital social, en Valledupar y el Cesar siempre ha sido relegado al fondo de nuestras prioridades. Se olvida nuestra clase política que este no es solo un acto físico, sino una ceremonia de valores: competencia, tolerancia, juego limpio, aceptación de victoria o derrota. El deporte, señores, es un lenguaje universal, un tejedor de comunidad. Y nosotros hemos decidido hacer oídos sordos.

No es que nos falte infraestructura deportiva. No, la tenemos de sobra, pero por infortunio, ineficientemente utilizada. Hemos albergado los juegos nacionales, construido y adaptado espléndidos campos para varios deportes, se acaba de inaugurar la Unidad Deportiva Guatapurí, se inician este fin de semana los Juegos Intermunicipales, incluso hemos acariciado la idea de ser sede de eventos internacionales. 

Pero todas estas acciones – la dotación de infraestructura – serán inmediatistas y apenas productivas si no estructuramos una política de fomento deportivo. Necesitamos apoyar desde el colegio, desde el barrio, desde cada rincón de nuestra ciudad, la pasión por el deporte, esa pasión sostenida en el tiempo que nos permita abrazar al grueso de la población joven, arrebatándoselas al vicio y a la ilegalidad, y ofreciéndoles oportunidades de profesionalizarse en el deporte. 

Lo del Valledupar Fútbol Club fue un estruendoso descalabro para la ciudad de Valledupar, que se dejó arrebatar la sede que ostentaba, un proyecto que acunamos y cultivamos durante 20 años con pasión y sudor. Ahora, al perderlo, queda un vacío que no solo se siente en el césped, sino en el corazón de todos los vallenatos. 

 El estadio Armando Maestre Pavajeau, recientemente remodelado con una inversión considerable que paradójicamente no alcanzó para concluirlo, quedó ahora inundado de un silencio deprimente por una incomprensible desidia; se vislumbra como un monumento al olvido.

Y que calle el Armando Maestre, testigo y protagonista de famosas algarabías por gestas futbolísticas, ya es mucho pesar. Allí, y en otras canchas -potreros, se escribieron en la memoria de nuestros septuagenarios u octogenarios, las historias de muchos equipos locales: Guatapurí, Ríver Plate, El Loperena, La Industrial, La Paz, El Eternit. 

En esa cancha se forjaron futbolistas que luego le dieron gloria y prez a la región, muchos de ellos firmados por clubes profesionales nacionales o extranjeros. Ahí deslumbraron ‘El Chiche’ Maestre, Eutimio Rodríguez, Arístides López, los Monsalvo Reales, los Socarrás, los Acuña, Julio Guerra, el ‘Ballena’ Martínez, Agudelo, Passo, Mazziri. 

Valledupar vibraba en las canchas. Además de las fiestas patronales, del Festival Vallenato, es el deporte en general el mayor cohesionador de ciudadanía. Miopes nuestros gobernantes que, al no advertirlo, no maximizan este efecto sociológico del deporte.  

¿Permitiremos que el deporte en Valledupar se convierta en un simple recuerdo o lucharemos para devolverle su lugar prominente en nuestra sociedad? No es solo una cuestión de inversión económica, sino de compromiso, voluntad política y conciencia social.

Construyamos monumentos, pero no al olvido, sino a la perseverancia, al esfuerzo, a la dedicación, a la cohesión social. Monumentos que hablen de nuestra historia, de nuestra lucha, de nuestras victorias y derrotas. No dejemos que el deporte en Valledupar sea un simple eco del pasado. Devolvámosle su voz, su espacio, su esencia. No nos quedemos en la mera infraestructura. Aunque importante, es muda si no se le aprovecha al máximo. 

Columnista
7 julio, 2023

No hagamos monumentos al olvido

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Camilo Quiróz

Por años, en esta venerada tierra de acordeones y cantores, ha estado presente un tercer actor, un actor en búsqueda de protagonismo al ser relegado su canto de gloria. Un actor que, a pesar de los vientos en contra, convalece, pero aún no muere: el deporte. La causa de su moribundo estado es el olvido, la desidia, la falta de compromiso sustancial, la misma enfermedad que por lustros ha asechado y malogrado todos los grandes planes de transformación para la ciudad.


Por años, en esta venerada tierra de acordeones y cantores, ha estado presente un tercer actor, un actor en búsqueda de protagonismo al ser relegado su canto de gloria. Un actor que, a pesar de los vientos en contra, convalece, pero aún no muere: el deporte. La causa de su moribundo estado es el olvido, la desidia, la falta de compromiso sustancial, la misma enfermedad que por lustros ha asechado y malogrado todos los grandes planes de transformación para la ciudad.

Y es una enfermedad grave, gravísima. Hablo en serio cuando les digo que nos está matando la indiferencia, Valledupar. Ese letargo cómodo en el que permanecemos envueltos, una verdadera amenaza, más temprano que tarde nos hará colapsar. Por lo pronto ha convertido nuestros espacios de esparcimiento y deporte en simples monumentos al olvido. ¿Para qué edificar grandiosos estadios, pistas y coliseos, y luego abandonarlos a su suerte, a merced del tiempo y del desinterés, solo para recordarnos que somos inútiles? 

El deporte, considerado uno de los grandes núcleos latentes de la cultura de los pueblos, en torno al cual se ha cohesionado sociedad y creado capital social, en Valledupar y el Cesar siempre ha sido relegado al fondo de nuestras prioridades. Se olvida nuestra clase política que este no es solo un acto físico, sino una ceremonia de valores: competencia, tolerancia, juego limpio, aceptación de victoria o derrota. El deporte, señores, es un lenguaje universal, un tejedor de comunidad. Y nosotros hemos decidido hacer oídos sordos.

No es que nos falte infraestructura deportiva. No, la tenemos de sobra, pero por infortunio, ineficientemente utilizada. Hemos albergado los juegos nacionales, construido y adaptado espléndidos campos para varios deportes, se acaba de inaugurar la Unidad Deportiva Guatapurí, se inician este fin de semana los Juegos Intermunicipales, incluso hemos acariciado la idea de ser sede de eventos internacionales. 

Pero todas estas acciones – la dotación de infraestructura – serán inmediatistas y apenas productivas si no estructuramos una política de fomento deportivo. Necesitamos apoyar desde el colegio, desde el barrio, desde cada rincón de nuestra ciudad, la pasión por el deporte, esa pasión sostenida en el tiempo que nos permita abrazar al grueso de la población joven, arrebatándoselas al vicio y a la ilegalidad, y ofreciéndoles oportunidades de profesionalizarse en el deporte. 

Lo del Valledupar Fútbol Club fue un estruendoso descalabro para la ciudad de Valledupar, que se dejó arrebatar la sede que ostentaba, un proyecto que acunamos y cultivamos durante 20 años con pasión y sudor. Ahora, al perderlo, queda un vacío que no solo se siente en el césped, sino en el corazón de todos los vallenatos. 

 El estadio Armando Maestre Pavajeau, recientemente remodelado con una inversión considerable que paradójicamente no alcanzó para concluirlo, quedó ahora inundado de un silencio deprimente por una incomprensible desidia; se vislumbra como un monumento al olvido.

Y que calle el Armando Maestre, testigo y protagonista de famosas algarabías por gestas futbolísticas, ya es mucho pesar. Allí, y en otras canchas -potreros, se escribieron en la memoria de nuestros septuagenarios u octogenarios, las historias de muchos equipos locales: Guatapurí, Ríver Plate, El Loperena, La Industrial, La Paz, El Eternit. 

En esa cancha se forjaron futbolistas que luego le dieron gloria y prez a la región, muchos de ellos firmados por clubes profesionales nacionales o extranjeros. Ahí deslumbraron ‘El Chiche’ Maestre, Eutimio Rodríguez, Arístides López, los Monsalvo Reales, los Socarrás, los Acuña, Julio Guerra, el ‘Ballena’ Martínez, Agudelo, Passo, Mazziri. 

Valledupar vibraba en las canchas. Además de las fiestas patronales, del Festival Vallenato, es el deporte en general el mayor cohesionador de ciudadanía. Miopes nuestros gobernantes que, al no advertirlo, no maximizan este efecto sociológico del deporte.  

¿Permitiremos que el deporte en Valledupar se convierta en un simple recuerdo o lucharemos para devolverle su lugar prominente en nuestra sociedad? No es solo una cuestión de inversión económica, sino de compromiso, voluntad política y conciencia social.

Construyamos monumentos, pero no al olvido, sino a la perseverancia, al esfuerzo, a la dedicación, a la cohesión social. Monumentos que hablen de nuestra historia, de nuestra lucha, de nuestras victorias y derrotas. No dejemos que el deporte en Valledupar sea un simple eco del pasado. Devolvámosle su voz, su espacio, su esencia. No nos quedemos en la mera infraestructura. Aunque importante, es muda si no se le aprovecha al máximo.