Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 13 abril, 2024

No estamos llevaos (IV)

Quizás lo que voy a narrar ya lo he hecho, porque los viejos tenemos la vaina de la repetidera y cuando ya superamos los 80, como yo, “pior”. Pero la cita es oportuna para demostrar cómo hemos avanzado en materia académica en todos los niveles, desde kínder, primaria y bachillerato hasta lo universitario. El cuento […]

Quizás lo que voy a narrar ya lo he hecho, porque los viejos tenemos la vaina de la repetidera y cuando ya superamos los 80, como yo, “pior”. Pero la cita es oportuna para demostrar cómo hemos avanzado en materia académica en todos los niveles, desde kínder, primaria y bachillerato hasta lo universitario. El cuento es este: en el año de 1959 salieron los primeros bachilleres del Loperena y fueron tan pocos que me acuerdo de todos: Efraín Córdoba, José María Trespalacios, Emilio Araos, José Manuel Martínez Quiroz, José Enrique Mindiola y Cicerón Sierra, fallecidos; Agustín Villalobos, Jorge Ospino y Luis Pimienta, alías “Luchito”. Con el único que me veo, hoy retirado de su profesión (la agronomía) es con Luchito, exitoso empresario agrícola, ganadero y comerciante dedicado plácidamente a consentir a Elsy su bella y dulce esposa y a criar nietos “que es muy sabroso” y parece que tendrá la dicha de acariciar bisnietos y tataranietos, pues ayer que lo vi está como un kikí. La verdad no sé de la vida de Villalobos y de Ospino que creo que estén vivos.

Pues bien, el Loperena no tenía 200 alumnos y la mayoría éramos internos que dormíamos en el segundo piso y parte del primero, el resto eran aulas y apartado, el comedor y el auditorio o paraninfo donde se desarrollaban actos culturales y se iba a misa todos los domingos obligatoriamente; nos levantaban a las 4 de la mañana y nos obligaban a bañarnos al aire libre en tanques con totumas, el agua muy helada, eso era una tortura, a las 6 entrábamos a estudio hasta las 7 y de ahí al comedor y a las 8 Valverde tocaba la campana para que en fila ordenada entráramos a clase, pero con la revisión del Prefecto (léase Tirano) y el que tuviera los zapatos sucios o la ropa desordenada o cualquier cosa por el estilo, era retirado y no podía entrar.
Cada hora recreo, y así de 8 a 12 y media hora después el almuerzo, la siesta que algunos, la mayoría la hacía y otros jugábamos futbol en el “Cadillero”. En la tarde clases otra vez, descanso, comida y estudio hasta las 9, donde sonaba el campanazo final que significaba silencio absoluto.

Ese mismo horario lo tenía la Escuela Industrial con el mismo número de alumnos del Loperena, que salían graduados en ebanistería, mecánica, torneros y sastres y al mismo tiempo también con internado el Colegio de La Sagrada Familia exclusiva de mujeres que venían de otras partes y salían graduadas en Comercio en cuarto año y se desempeñaban con lujo de competencia como secretarias, pues eran expertas en contabilidad, mecanografía, taquigrafía, letra bonita e impecable ortografía.

Que yo recuerde colegios privados existía El Carmen del profesor Acuña, el Liceo Cervantes de Dagoberto Fuentes y La Parroquial, todos de primaria, no había kínder, ni hogares infantiles, eso era todo y en la próxima entraremos a ver lo que tenemos hoy para demostrar que “no estamos llevaos”.


De veras que me satisface la noticia que la alcaldía de Ernesto Orozco va a comprar el caseronón y el Teatro Cesar que fueron de la familia Baute Uhía, hoy de propiedad del empresario villanuevero, el doctor Blas García Daza. Por fin hubo un mandatario que oyó el clamor de los artistas, poetas, escritores y de la cultura en general que desde hace rato ha venido insistiendo ante muchas administraciones sobre esa idea, pero nadie ha parado bolas. Ojalá que esto sea una realidad para que tengan un bello y cómodo local donde desarrollar sus actividades.

Felicitaciones alcalde por lo de los basureros, habrá problemas y comunidades que reclamarán pero por algo hay que empezar y ojalá la policía le colabore, pues sin ella no es posible cumplir su propósito.

hosé Manuel Aponte Martínez

Columnista
13 abril, 2024

No estamos llevaos (IV)

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José M. Aponte Martínez

Quizás lo que voy a narrar ya lo he hecho, porque los viejos tenemos la vaina de la repetidera y cuando ya superamos los 80, como yo, “pior”. Pero la cita es oportuna para demostrar cómo hemos avanzado en materia académica en todos los niveles, desde kínder, primaria y bachillerato hasta lo universitario. El cuento […]


Quizás lo que voy a narrar ya lo he hecho, porque los viejos tenemos la vaina de la repetidera y cuando ya superamos los 80, como yo, “pior”. Pero la cita es oportuna para demostrar cómo hemos avanzado en materia académica en todos los niveles, desde kínder, primaria y bachillerato hasta lo universitario. El cuento es este: en el año de 1959 salieron los primeros bachilleres del Loperena y fueron tan pocos que me acuerdo de todos: Efraín Córdoba, José María Trespalacios, Emilio Araos, José Manuel Martínez Quiroz, José Enrique Mindiola y Cicerón Sierra, fallecidos; Agustín Villalobos, Jorge Ospino y Luis Pimienta, alías “Luchito”. Con el único que me veo, hoy retirado de su profesión (la agronomía) es con Luchito, exitoso empresario agrícola, ganadero y comerciante dedicado plácidamente a consentir a Elsy su bella y dulce esposa y a criar nietos “que es muy sabroso” y parece que tendrá la dicha de acariciar bisnietos y tataranietos, pues ayer que lo vi está como un kikí. La verdad no sé de la vida de Villalobos y de Ospino que creo que estén vivos.

Pues bien, el Loperena no tenía 200 alumnos y la mayoría éramos internos que dormíamos en el segundo piso y parte del primero, el resto eran aulas y apartado, el comedor y el auditorio o paraninfo donde se desarrollaban actos culturales y se iba a misa todos los domingos obligatoriamente; nos levantaban a las 4 de la mañana y nos obligaban a bañarnos al aire libre en tanques con totumas, el agua muy helada, eso era una tortura, a las 6 entrábamos a estudio hasta las 7 y de ahí al comedor y a las 8 Valverde tocaba la campana para que en fila ordenada entráramos a clase, pero con la revisión del Prefecto (léase Tirano) y el que tuviera los zapatos sucios o la ropa desordenada o cualquier cosa por el estilo, era retirado y no podía entrar.
Cada hora recreo, y así de 8 a 12 y media hora después el almuerzo, la siesta que algunos, la mayoría la hacía y otros jugábamos futbol en el “Cadillero”. En la tarde clases otra vez, descanso, comida y estudio hasta las 9, donde sonaba el campanazo final que significaba silencio absoluto.

Ese mismo horario lo tenía la Escuela Industrial con el mismo número de alumnos del Loperena, que salían graduados en ebanistería, mecánica, torneros y sastres y al mismo tiempo también con internado el Colegio de La Sagrada Familia exclusiva de mujeres que venían de otras partes y salían graduadas en Comercio en cuarto año y se desempeñaban con lujo de competencia como secretarias, pues eran expertas en contabilidad, mecanografía, taquigrafía, letra bonita e impecable ortografía.

Que yo recuerde colegios privados existía El Carmen del profesor Acuña, el Liceo Cervantes de Dagoberto Fuentes y La Parroquial, todos de primaria, no había kínder, ni hogares infantiles, eso era todo y en la próxima entraremos a ver lo que tenemos hoy para demostrar que “no estamos llevaos”.


De veras que me satisface la noticia que la alcaldía de Ernesto Orozco va a comprar el caseronón y el Teatro Cesar que fueron de la familia Baute Uhía, hoy de propiedad del empresario villanuevero, el doctor Blas García Daza. Por fin hubo un mandatario que oyó el clamor de los artistas, poetas, escritores y de la cultura en general que desde hace rato ha venido insistiendo ante muchas administraciones sobre esa idea, pero nadie ha parado bolas. Ojalá que esto sea una realidad para que tengan un bello y cómodo local donde desarrollar sus actividades.

Felicitaciones alcalde por lo de los basureros, habrá problemas y comunidades que reclamarán pero por algo hay que empezar y ojalá la policía le colabore, pues sin ella no es posible cumplir su propósito.

hosé Manuel Aponte Martínez