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Columnista - 5 junio, 2012

No al silencio cómplice

BITÁCORA Detrás de los triunfos de la sociedad, han existido grandes obreras quienes desde su silencio y entrega amorosa al trabajo que ejecutan, desarrollan una labor inigualable e irremplazable para el bienestar de nuestra humanidad. Ellas merecen la protección de la colectividad en la que se encuentran, pues por encima de exigir al Estado más […]

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BITÁCORA

Detrás de los triunfos de la sociedad, han existido grandes obreras quienes desde su silencio y entrega amorosa al trabajo que ejecutan, desarrollan una labor inigualable e irremplazable para el bienestar de nuestra humanidad. Ellas merecen la protección de la colectividad en la que se encuentran, pues por encima de exigir al Estado más rigor en la aplicación de las normas que sancionan el maltrato a la mujer, cada ciudadano tiene la responsabilidad de ayudar a controlar estas abominables prácticas tan comunes y tan escondidas por vergüenza o miedo a denunciarlas.

Me refiero a todas aquellas damas que desde su silencio y su sufrimiento han llevado sobre sus hombros la grandeza de ser madres cabeza de hogar y motor de la familia, sin importar los excesos de sus esposos o parejas que abusan de su condición, explotándolas, maltratándolas física y psicológicamente; aún así, ellas viven en la esperanza de trabajar por un mundo mejor en donde su núcleo familiar tenga mayores oportunidades para vivir dignamente.

Esas que trabajan de sol a sol limpiando casas o lavando ropas ajenas para sacar adelante a la familia, esas mujeres que sin distingo de días se han vuelto empresarias de la pequeñez vendiendo pescado, frutas, verduras o empanadas en las esquinas, esas que tejen su futuro desde sus máquinas de costura entre otros oficios, son las verdaderas constructoras de la grandeza de este país, estas campeonas de la maratón de la vida que no tienen otra fama más que la de trabajar con dignidad por su futuro, con respeto y grandeza por los suyos, merecen ser rodeadas y protegidas, no sólo por la ley, sino por cada habitante, quien debe hacer su aporte para evitar o denunciar el maltrato y la discriminación.

Esas mujeres que habitan en los barrios, en las veredas, en los municipios son aquellas dignas de resaltar y apadrinar. Esas mujeres tejen la grandeza de Colombia, porque más allá de ser mujeres comunes y corrientes, son las heroínas del silencio que sufren por llevarles el sustento a sus hijos, que luchan por brindarles un mejor por venir.

Frente a la modernidad en la que vivimos, cuando los estudios, los programas sociales y las nuevas sensibilidades que deberían despertar las políticas de respeto a la equidad de género, nunca como hoy las mujeres habían estado tan amenazadas por aquellos desadaptados sociales, quienes ocultan sus problemas de autoestima detrás de los golpes y el maltrato, porque no tienen otra opción para hacerse notar y sentirse machos, que imponerse a través de los golpes a una mujer que – por naturaleza- está en desventaja física con respecto a quienes las agreden.

Cada día las noticias sobre abandono, violaciones y maltrato a la mujer crece sin medida, porque muchos no han entendido que en la mujeres hay una fuerza motora que hace crecer nuestra sociedad y que ellas están llamadas a sustentar el progreso de este país, siempre y cuando el Estado garantice una política de protección a la dignidad de la mujer que no se quede en el mero papel, sino que actúe sobre la concienciación de la sociedad a través de acciones pedagógicas en el hogar, los colegios, las universidades y los sitios de trabajo donde interactúan hombres y mujeres.

Toda la sociedad, pero en especial las mujeres tienen la obligación de denunciar a los maltratadores para rechazar estas prácticas violentas y primitivas de aquellos hombres que encuentran en los golpes una manera absurda de comunicarse e imponerse.

¿Habrá que esperar a que haya otra noticia escandalosa sobre maltrato a la mujer como la que en estos días se ha hecho a raíz de la muerte de Rosa Elvira? Es innegable que hay miles de mujeres en este país que han padecido y padecen igual o peor suerte que ella, pero que auspician la impunidad por miedo a las consecuencias que se puedan generar al sentirse desprotegidas. Es tiempo de romper el silencio y hacerse respetar la vida.

@Oscararizadaza

Columnista
5 junio, 2012

No al silencio cómplice

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Oscar Ariza Daza

BITÁCORA Detrás de los triunfos de la sociedad, han existido grandes obreras quienes desde su silencio y entrega amorosa al trabajo que ejecutan, desarrollan una labor inigualable e irremplazable para el bienestar de nuestra humanidad. Ellas merecen la protección de la colectividad en la que se encuentran, pues por encima de exigir al Estado más […]


BITÁCORA

Detrás de los triunfos de la sociedad, han existido grandes obreras quienes desde su silencio y entrega amorosa al trabajo que ejecutan, desarrollan una labor inigualable e irremplazable para el bienestar de nuestra humanidad. Ellas merecen la protección de la colectividad en la que se encuentran, pues por encima de exigir al Estado más rigor en la aplicación de las normas que sancionan el maltrato a la mujer, cada ciudadano tiene la responsabilidad de ayudar a controlar estas abominables prácticas tan comunes y tan escondidas por vergüenza o miedo a denunciarlas.

Me refiero a todas aquellas damas que desde su silencio y su sufrimiento han llevado sobre sus hombros la grandeza de ser madres cabeza de hogar y motor de la familia, sin importar los excesos de sus esposos o parejas que abusan de su condición, explotándolas, maltratándolas física y psicológicamente; aún así, ellas viven en la esperanza de trabajar por un mundo mejor en donde su núcleo familiar tenga mayores oportunidades para vivir dignamente.

Esas que trabajan de sol a sol limpiando casas o lavando ropas ajenas para sacar adelante a la familia, esas mujeres que sin distingo de días se han vuelto empresarias de la pequeñez vendiendo pescado, frutas, verduras o empanadas en las esquinas, esas que tejen su futuro desde sus máquinas de costura entre otros oficios, son las verdaderas constructoras de la grandeza de este país, estas campeonas de la maratón de la vida que no tienen otra fama más que la de trabajar con dignidad por su futuro, con respeto y grandeza por los suyos, merecen ser rodeadas y protegidas, no sólo por la ley, sino por cada habitante, quien debe hacer su aporte para evitar o denunciar el maltrato y la discriminación.

Esas mujeres que habitan en los barrios, en las veredas, en los municipios son aquellas dignas de resaltar y apadrinar. Esas mujeres tejen la grandeza de Colombia, porque más allá de ser mujeres comunes y corrientes, son las heroínas del silencio que sufren por llevarles el sustento a sus hijos, que luchan por brindarles un mejor por venir.

Frente a la modernidad en la que vivimos, cuando los estudios, los programas sociales y las nuevas sensibilidades que deberían despertar las políticas de respeto a la equidad de género, nunca como hoy las mujeres habían estado tan amenazadas por aquellos desadaptados sociales, quienes ocultan sus problemas de autoestima detrás de los golpes y el maltrato, porque no tienen otra opción para hacerse notar y sentirse machos, que imponerse a través de los golpes a una mujer que – por naturaleza- está en desventaja física con respecto a quienes las agreden.

Cada día las noticias sobre abandono, violaciones y maltrato a la mujer crece sin medida, porque muchos no han entendido que en la mujeres hay una fuerza motora que hace crecer nuestra sociedad y que ellas están llamadas a sustentar el progreso de este país, siempre y cuando el Estado garantice una política de protección a la dignidad de la mujer que no se quede en el mero papel, sino que actúe sobre la concienciación de la sociedad a través de acciones pedagógicas en el hogar, los colegios, las universidades y los sitios de trabajo donde interactúan hombres y mujeres.

Toda la sociedad, pero en especial las mujeres tienen la obligación de denunciar a los maltratadores para rechazar estas prácticas violentas y primitivas de aquellos hombres que encuentran en los golpes una manera absurda de comunicarse e imponerse.

¿Habrá que esperar a que haya otra noticia escandalosa sobre maltrato a la mujer como la que en estos días se ha hecho a raíz de la muerte de Rosa Elvira? Es innegable que hay miles de mujeres en este país que han padecido y padecen igual o peor suerte que ella, pero que auspician la impunidad por miedo a las consecuencias que se puedan generar al sentirse desprotegidas. Es tiempo de romper el silencio y hacerse respetar la vida.

@Oscararizadaza