Hasta finales del siglo XX la prostitución era vista como una maldición y como una vergüenza en las familias; de hecho, los prostíbulos eran sitios considerados antros ubicados en lugares donde estuviesen alejados de las zonas residenciales, escuelas y por supuesto de las iglesias. Se les conocía como zonas de tolerancia y la verdad era […]
Hasta finales del siglo XX la prostitución era vista como una maldición y como una vergüenza en las familias; de hecho, los prostíbulos eran sitios considerados antros ubicados en lugares donde estuviesen alejados de las zonas residenciales, escuelas y por supuesto de las iglesias. Se les conocía como zonas de tolerancia y la verdad era que se consideraban hasta una práctica que amenazaba la salud pública y dichos sitios eran sujeto de inspección permanente de las autoridades sanitarias puesto que las trabajadoras sexuales (putas) eran sometidas a rigurosos exámenes para prevenir brotes de ETS (Enfermedades de transmisión sexual) y como dato adicional; recuerden que la palabra “gonorrea” en el dialecto paisa es una ofensa fuerte precisamente por venir de ahí.
Pero eso empezó a cambiar, la prostitución fue migrando a diversas formas y penetrando en ámbitos que la han ido matizando y disimulando, los antros y zonas de tolerancia se fueron hacia lugares exclusivos de la ciudad, de hecho, se invirtieron los papeles, mientras en el siglo pasado los señores iban a los antros a buscar a las damas, hoy es al revés, el antro se fue a buscar a sus clientes.
Ahora bien, sé que más de un mojigato o de esos “progresistas” que se ofenden por todo y que apelan a la libertad de la que gozan hoy los ciudadanos del mundo occidental para hacer con su vida y con su cuerpo lo que se le venga en gana, me van a crucificar por esta columna, pero solo estoy refiriéndome a una actividad que de tanto exponerse se volvió paisaje pero que no por ello es normal ni aceptable por toda la sociedad; no en vano la RAE (Real Academia de la Lengua Española) define el término puta como “mujer que entrega su cuerpo a la satisfacción de los deseos sexuales de otra persona, a cambio de dinero”. Con ésta definición sustento lo dicho
“Modelos de web cam”, “damas de compañía”, “cine para adultos” o “contenido sensual” y por supuesto “only fans” son los nombres con lo que hoy se conoce esta milenaria práctica que se disputa con el comercio el puesto de la actividad más antigua de la historia; ustedes que son liberales me podrán contradecir que no es comparable, que las prostitutas de antes sí lo eran pero las de ahora no porque la mayoría no se acuestan con los tipos sino que lo hacen a través de una cámara, o a través de videos y fotos de niñas desnudas con pornografía expresa y que se multiplicó de manera exponencial precisamente porque genera multimillonarias ganancias, si ésta actividad se sometiera al control del fisco no habría necesidad de más reformas tributarias, se los aseguro.
En mi caso particular en la red social Facebook tengo 235 solicitudes de amistad de niñas por cuya foto de perfil es fácil intuir a que se dedican, de hecho algunas son mucho más directas y escriben al Messenger ofreciendo paquetes para adultos, las edades oscilan entre los 14 y los 30 años y es una práctica que se ha ido generalizando incluso a la red Twitter (Hoy X) que en el pasado era solo una red de opiniones y análisis. Hasta ahí llegó la industria de “contenido para adultos”; entonces, si la prensa nacional entrevista en un horario considerado “prime time” a una mujer como Esperanza Gómez que tiene apartamentos en la principales ciudades de Colombia, Estados Unidos y Europa, que tiene carros de alta gama y derrocha lujos en sus redes sociales y a la que la periodista que la entrevistaba la llamaba “empresaria”, ¿no se sienten tentadas las jovencitas a ingresar a ese mundo de fantasía soñado? Pues la verdad es que sí.
Conozco de varios casos, yo diría de muchos, de jovencitas que ingresan a este mundo por “necesidad”, algunas lo hacen para financiar sus estudios universitarios, las más bonitas dan el siguiente paso que es operarse e ingresar a lo que llaman “catálogos” para que “empresarias” del turismo sexual las promocionen y terminan en trágicas historias de trata de personas y otras en el mundo de la mafia y el tráfico de órganos, otras son llevadas bajo engaño de casas de modelaje en Europa bajo promesa de trabajo y terminan en manos de la mafia albanesa que son expertos en este oscuro negocio.
Pónganle el nombre que quieran, para mi sigue llamándose prostitución, punto.
POR: Eloy Gutiérrez Anaya
Hasta finales del siglo XX la prostitución era vista como una maldición y como una vergüenza en las familias; de hecho, los prostíbulos eran sitios considerados antros ubicados en lugares donde estuviesen alejados de las zonas residenciales, escuelas y por supuesto de las iglesias. Se les conocía como zonas de tolerancia y la verdad era […]
Hasta finales del siglo XX la prostitución era vista como una maldición y como una vergüenza en las familias; de hecho, los prostíbulos eran sitios considerados antros ubicados en lugares donde estuviesen alejados de las zonas residenciales, escuelas y por supuesto de las iglesias. Se les conocía como zonas de tolerancia y la verdad era que se consideraban hasta una práctica que amenazaba la salud pública y dichos sitios eran sujeto de inspección permanente de las autoridades sanitarias puesto que las trabajadoras sexuales (putas) eran sometidas a rigurosos exámenes para prevenir brotes de ETS (Enfermedades de transmisión sexual) y como dato adicional; recuerden que la palabra “gonorrea” en el dialecto paisa es una ofensa fuerte precisamente por venir de ahí.
Pero eso empezó a cambiar, la prostitución fue migrando a diversas formas y penetrando en ámbitos que la han ido matizando y disimulando, los antros y zonas de tolerancia se fueron hacia lugares exclusivos de la ciudad, de hecho, se invirtieron los papeles, mientras en el siglo pasado los señores iban a los antros a buscar a las damas, hoy es al revés, el antro se fue a buscar a sus clientes.
Ahora bien, sé que más de un mojigato o de esos “progresistas” que se ofenden por todo y que apelan a la libertad de la que gozan hoy los ciudadanos del mundo occidental para hacer con su vida y con su cuerpo lo que se le venga en gana, me van a crucificar por esta columna, pero solo estoy refiriéndome a una actividad que de tanto exponerse se volvió paisaje pero que no por ello es normal ni aceptable por toda la sociedad; no en vano la RAE (Real Academia de la Lengua Española) define el término puta como “mujer que entrega su cuerpo a la satisfacción de los deseos sexuales de otra persona, a cambio de dinero”. Con ésta definición sustento lo dicho
“Modelos de web cam”, “damas de compañía”, “cine para adultos” o “contenido sensual” y por supuesto “only fans” son los nombres con lo que hoy se conoce esta milenaria práctica que se disputa con el comercio el puesto de la actividad más antigua de la historia; ustedes que son liberales me podrán contradecir que no es comparable, que las prostitutas de antes sí lo eran pero las de ahora no porque la mayoría no se acuestan con los tipos sino que lo hacen a través de una cámara, o a través de videos y fotos de niñas desnudas con pornografía expresa y que se multiplicó de manera exponencial precisamente porque genera multimillonarias ganancias, si ésta actividad se sometiera al control del fisco no habría necesidad de más reformas tributarias, se los aseguro.
En mi caso particular en la red social Facebook tengo 235 solicitudes de amistad de niñas por cuya foto de perfil es fácil intuir a que se dedican, de hecho algunas son mucho más directas y escriben al Messenger ofreciendo paquetes para adultos, las edades oscilan entre los 14 y los 30 años y es una práctica que se ha ido generalizando incluso a la red Twitter (Hoy X) que en el pasado era solo una red de opiniones y análisis. Hasta ahí llegó la industria de “contenido para adultos”; entonces, si la prensa nacional entrevista en un horario considerado “prime time” a una mujer como Esperanza Gómez que tiene apartamentos en la principales ciudades de Colombia, Estados Unidos y Europa, que tiene carros de alta gama y derrocha lujos en sus redes sociales y a la que la periodista que la entrevistaba la llamaba “empresaria”, ¿no se sienten tentadas las jovencitas a ingresar a ese mundo de fantasía soñado? Pues la verdad es que sí.
Conozco de varios casos, yo diría de muchos, de jovencitas que ingresan a este mundo por “necesidad”, algunas lo hacen para financiar sus estudios universitarios, las más bonitas dan el siguiente paso que es operarse e ingresar a lo que llaman “catálogos” para que “empresarias” del turismo sexual las promocionen y terminan en trágicas historias de trata de personas y otras en el mundo de la mafia y el tráfico de órganos, otras son llevadas bajo engaño de casas de modelaje en Europa bajo promesa de trabajo y terminan en manos de la mafia albanesa que son expertos en este oscuro negocio.
Pónganle el nombre que quieran, para mi sigue llamándose prostitución, punto.
POR: Eloy Gutiérrez Anaya