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Columnista - 24 febrero, 2013

Necesario, útil o superfluo

Como espectador es bien difícil distinguir lo indispensable de lo provechoso y esto de lo sobrante. Todo depende de las carencias de cada cual y del momento en que se vive. Hoy, lo que para uno es necesario para otro resulta útil y para un tercero superfluo. Mañana, entre esas mismas personas, los intereses pueden variar.

Por Luis Augusto González Pimienta

   Como espectador es bien difícil distinguir lo indispensable de lo provechoso y esto de lo sobrante. Todo depende de las carencias de cada cual y del momento en que se vive. Hoy, lo que para uno es necesario para otro resulta útil y para un tercero superfluo. Mañana, entre esas mismas personas, los intereses pueden variar.


   Ha sido recurrente el asunto relacionado con la dominación que ejercen los equipos electrónicos sobre los adolescentes. Impensable en la época que nos tocó en suerte vivir  cuando éramos jóvenes de edad, pues no se habían inventado. Pertenezco a la generación del radio transistor y de la televisión en blanco y negro, que fueron grandes avances en su momento. Lo que trato de recordar es qué tanto influyeron en nosotros esos equipos que marcaran nuestros pasos, convirtiéndose en la sombra que no nos abandona nunca. La verdad, por lo menos en mi caso, me serví bastante de ellos, pero no fui su esclavo.


   Es por eso por lo que me aterra que los jóvenes modernos no puedan vivir sin el teléfono celular. Están a todas horas haciendo uso de él. Si hasta lo llevan a los salones de clase. Lo prefieren a la comunicación abierta al punto de que charlan entre sí personas que están al alcance de la vista. Lo utilizan en los estadios, en los cines, en las bibliotecas, en los restaurantes, en los baños, y estoy seguro de que si fueran impermeables lo usarían en la ducha. No se separan de él ni para dormir y lo protegen como el más preciado tesoro.


   Lo mismo podría decirse del internet que también obsesiona a los jóvenes, aunque tiene menor difusión entre las clases populares por razones de costo. Sin embargo, los llamados café internet (que vaya uno a saber si consumen nuestra bebida nacional) facilitan el acceso a la red de los que no poseen computador propio, o teniéndolo, carecen de la conexión al sistema.


   Más adelante se inventó el verbo chatear que ya figura en el Diccionario Panhispánico de Dudas, con el significado de mantener una conversación mediante el intercambio de mensajes electrónicos. No chatear es estar “out”. Desgraciadamente el chateo está acabando con el lenguaje en la medida en que se usan abreviaturas y símbolos sólo entendibles por los propios chateadores, sustantivo que en breve recibirá la aceptación de los académicos de la lengua.


   Otro moderno aparato es el iPod, reproductor de música digital y disco duro, de pequeño tamaño, control remoto y gran capacidad de archivo, que lo convierte en el más completo equipo de sonido móvil, utilísimo para escuchar cualquier cantidad de buena música sin portar los discos compactos ni incomodarse cambiándolos. Como ocurre con otros inventos, su precio decrecerá con el paso del tiempo.


  La aparición de estos y otros equipos electrónicos -las tabletas-, cada día más sofisticados, tienen disparada la publicidad incrementando el consumismo. Inventos como el teléfono celular (en España le llaman correctamente móvil) y el internet, sirven de conductores de la atosigante publicidad que nos hace dudar de si lo ofrecido es necesario, útil o superfluo.


   Conviene participar de los logros tecnológicos del hombre, pero dejando un espacio a la reflexión para no terminar robotizados, comprando y usando todo lo que sale al mercado. Por ese camino terminaríamos dudando de si la espiritualidad o el amor son necesarios, o apenas útiles o superfluos y por ende desechables.

Columnista
24 febrero, 2013

Necesario, útil o superfluo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Augusto González Pimienta

Como espectador es bien difícil distinguir lo indispensable de lo provechoso y esto de lo sobrante. Todo depende de las carencias de cada cual y del momento en que se vive. Hoy, lo que para uno es necesario para otro resulta útil y para un tercero superfluo. Mañana, entre esas mismas personas, los intereses pueden variar.


Por Luis Augusto González Pimienta

   Como espectador es bien difícil distinguir lo indispensable de lo provechoso y esto de lo sobrante. Todo depende de las carencias de cada cual y del momento en que se vive. Hoy, lo que para uno es necesario para otro resulta útil y para un tercero superfluo. Mañana, entre esas mismas personas, los intereses pueden variar.


   Ha sido recurrente el asunto relacionado con la dominación que ejercen los equipos electrónicos sobre los adolescentes. Impensable en la época que nos tocó en suerte vivir  cuando éramos jóvenes de edad, pues no se habían inventado. Pertenezco a la generación del radio transistor y de la televisión en blanco y negro, que fueron grandes avances en su momento. Lo que trato de recordar es qué tanto influyeron en nosotros esos equipos que marcaran nuestros pasos, convirtiéndose en la sombra que no nos abandona nunca. La verdad, por lo menos en mi caso, me serví bastante de ellos, pero no fui su esclavo.


   Es por eso por lo que me aterra que los jóvenes modernos no puedan vivir sin el teléfono celular. Están a todas horas haciendo uso de él. Si hasta lo llevan a los salones de clase. Lo prefieren a la comunicación abierta al punto de que charlan entre sí personas que están al alcance de la vista. Lo utilizan en los estadios, en los cines, en las bibliotecas, en los restaurantes, en los baños, y estoy seguro de que si fueran impermeables lo usarían en la ducha. No se separan de él ni para dormir y lo protegen como el más preciado tesoro.


   Lo mismo podría decirse del internet que también obsesiona a los jóvenes, aunque tiene menor difusión entre las clases populares por razones de costo. Sin embargo, los llamados café internet (que vaya uno a saber si consumen nuestra bebida nacional) facilitan el acceso a la red de los que no poseen computador propio, o teniéndolo, carecen de la conexión al sistema.


   Más adelante se inventó el verbo chatear que ya figura en el Diccionario Panhispánico de Dudas, con el significado de mantener una conversación mediante el intercambio de mensajes electrónicos. No chatear es estar “out”. Desgraciadamente el chateo está acabando con el lenguaje en la medida en que se usan abreviaturas y símbolos sólo entendibles por los propios chateadores, sustantivo que en breve recibirá la aceptación de los académicos de la lengua.


   Otro moderno aparato es el iPod, reproductor de música digital y disco duro, de pequeño tamaño, control remoto y gran capacidad de archivo, que lo convierte en el más completo equipo de sonido móvil, utilísimo para escuchar cualquier cantidad de buena música sin portar los discos compactos ni incomodarse cambiándolos. Como ocurre con otros inventos, su precio decrecerá con el paso del tiempo.


  La aparición de estos y otros equipos electrónicos -las tabletas-, cada día más sofisticados, tienen disparada la publicidad incrementando el consumismo. Inventos como el teléfono celular (en España le llaman correctamente móvil) y el internet, sirven de conductores de la atosigante publicidad que nos hace dudar de si lo ofrecido es necesario, útil o superfluo.


   Conviene participar de los logros tecnológicos del hombre, pero dejando un espacio a la reflexión para no terminar robotizados, comprando y usando todo lo que sale al mercado. Por ese camino terminaríamos dudando de si la espiritualidad o el amor son necesarios, o apenas útiles o superfluos y por ende desechables.