Desde mí cocina Por: Silvia Betancourt Alliegro A cada año le corresponde una alegría que lo marca, y una decepción que borra cualquier rastro que haya quedado de aquella. Por ejemplo: Confirmar (por los hechos) nuestras sospechas sobre los hombres del tiempo en que nos encarnamos. Hay personajes que son el paradigma de la elegancia […]
Desde mí cocina
Por: Silvia Betancourt Alliegro
A cada año le corresponde una alegría que lo marca, y una decepción que borra cualquier rastro que haya quedado de aquella.
Por ejemplo: Confirmar (por los hechos) nuestras sospechas sobre los hombres del tiempo en que nos encarnamos.
Hay personajes que son el paradigma de la elegancia en todos los espacios en que hacen presencia, irradian un aura de superioridad imbatible.
También hay otros, que paralelos en las actividades que desarrolla el anterior descrito, que irrumpen en los ámbitos pisando fuerte, expresando con el verbo y con su cuerpo, toda la agresividad de quien se sabe inferior. La alharaca es su marca.
En medio de ellos están los que observan, escuchan, y opinan para conformar bandos en pro o en contra de los implicados. Me refiero a los que dominan la conformación del pensamiento público.
Pues bien, todos tienen derecho a existir, y a ejercer la vida como la sienten. Lo terrible es que las vibraciones que emiten envenenan todos los sistemas mentales que los captan, y esto tiene consecuencias nefastas para los espíritus.
¿Qué podemos hacer nosotros, electores, hasta que la muerte nos rescate? ¿Producir un diccionario de agravios?
Sin duda sería un buen negocio, que nos permitiría una renta que facilitaría nuestra emigración geográfica para cesar de robustecer el karma.
¿Intervenir en el conflicto que se avecina por causa de las elecciones regionales acorazados con la contraseña amor al prójimo?
Pues no, porque Jesús el hijo de María lo hizo, y lo asesinaron las masas; es que el refranero popular es contundente (contiene la experiencia acumulada y condensada de la humanidad), y él nos dice: “El que se mete a redentor, muere crucificado”.
¿Mirar para otro lado, cambiar la emisora y cantar a dúo viejas canciones?
Podría ser, porque la música entroniza en el sentir formas idealizadas de la existencia; y de tal manera, que una canción le quita consistencia al presente, arrastra hasta el pasado (que nunca fue mejor, sino que en el ahora se idealiza) y hacemos presencia mental, que nos muestra escenas casi tangibles; podría asegurar que las recreadas en el teatro y el cine, jamás alcanzarán la perfección que logra la mente que evoca.
Entonces, evoco y convoco al futuro representado en los hombres jóvenes, inteligentes, fuertes y bellos; para que antes de hablar o escribir, pongan la música que le gustaba a la madre, a la abuela, o a la tía; que se zambullan en ella para que emerjan resplandecientes (como ellas soñaron que serían: hermosos como ángeles, como Antínoo, el de Adriano).
Desde mí cocina Por: Silvia Betancourt Alliegro A cada año le corresponde una alegría que lo marca, y una decepción que borra cualquier rastro que haya quedado de aquella. Por ejemplo: Confirmar (por los hechos) nuestras sospechas sobre los hombres del tiempo en que nos encarnamos. Hay personajes que son el paradigma de la elegancia […]
Desde mí cocina
Por: Silvia Betancourt Alliegro
A cada año le corresponde una alegría que lo marca, y una decepción que borra cualquier rastro que haya quedado de aquella.
Por ejemplo: Confirmar (por los hechos) nuestras sospechas sobre los hombres del tiempo en que nos encarnamos.
Hay personajes que son el paradigma de la elegancia en todos los espacios en que hacen presencia, irradian un aura de superioridad imbatible.
También hay otros, que paralelos en las actividades que desarrolla el anterior descrito, que irrumpen en los ámbitos pisando fuerte, expresando con el verbo y con su cuerpo, toda la agresividad de quien se sabe inferior. La alharaca es su marca.
En medio de ellos están los que observan, escuchan, y opinan para conformar bandos en pro o en contra de los implicados. Me refiero a los que dominan la conformación del pensamiento público.
Pues bien, todos tienen derecho a existir, y a ejercer la vida como la sienten. Lo terrible es que las vibraciones que emiten envenenan todos los sistemas mentales que los captan, y esto tiene consecuencias nefastas para los espíritus.
¿Qué podemos hacer nosotros, electores, hasta que la muerte nos rescate? ¿Producir un diccionario de agravios?
Sin duda sería un buen negocio, que nos permitiría una renta que facilitaría nuestra emigración geográfica para cesar de robustecer el karma.
¿Intervenir en el conflicto que se avecina por causa de las elecciones regionales acorazados con la contraseña amor al prójimo?
Pues no, porque Jesús el hijo de María lo hizo, y lo asesinaron las masas; es que el refranero popular es contundente (contiene la experiencia acumulada y condensada de la humanidad), y él nos dice: “El que se mete a redentor, muere crucificado”.
¿Mirar para otro lado, cambiar la emisora y cantar a dúo viejas canciones?
Podría ser, porque la música entroniza en el sentir formas idealizadas de la existencia; y de tal manera, que una canción le quita consistencia al presente, arrastra hasta el pasado (que nunca fue mejor, sino que en el ahora se idealiza) y hacemos presencia mental, que nos muestra escenas casi tangibles; podría asegurar que las recreadas en el teatro y el cine, jamás alcanzarán la perfección que logra la mente que evoca.
Entonces, evoco y convoco al futuro representado en los hombres jóvenes, inteligentes, fuertes y bellos; para que antes de hablar o escribir, pongan la música que le gustaba a la madre, a la abuela, o a la tía; que se zambullan en ella para que emerjan resplandecientes (como ellas soñaron que serían: hermosos como ángeles, como Antínoo, el de Adriano).