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Columnista - 4 abril, 2012

Mujeres de ahora: vean viejas experiencias católicas

Desde mí cocina Por Silvia Betancourt Alliegro Cuando éramos niñas, hablo de cincuenta años transcurridos, mínimo; no podíamos dejar de asistir a misa un domingo, pues en las noches nos asaltaban apocalípticas pesadillas, y al despertar el lunes sentíamos temor de asistir a clases, pues lo más seguro era que la hermana (monja) detectara quiénes […]

Desde mí cocina
Por Silvia Betancourt Alliegro

Cuando éramos niñas, hablo de cincuenta años transcurridos, mínimo; no podíamos dejar de asistir a misa un domingo, pues en las noches nos asaltaban apocalípticas pesadillas, y al despertar el lunes sentíamos temor de asistir a clases, pues lo más seguro era que la hermana (monja) detectara quiénes éramos las pecadoras, y para descubrirnos desplegaba unas inteligentes maniobras, como por ejemplo, deslizaba una breve frase contenida en el evangelio correspondiente y dirigiéndose directamente a uno, le solicitaba un comentario.

Caíamos porque caíamos; es que en ese tiempo no era permitido tener y leer la Biblia en los hogares como actualmente se hace, así que ni forma de documentarnos. Sólo estudiábamos la Historia Sagrada ilustrada con bellísimos grabados.
Ahora me gustaría  volver a echarle una ojeada para ver si recupero una parte de mí esencia que se refundió en el periplo por esta vida.

Para entender ese ambiente tendríamos que contratar los servicios de un realizador cinematográfico entrado en años, y que haya sido católico, apostólico y suramericano. Vamos a retroceder a ver qué encontramos en la memoria.

Primero que todo, el Catecismo Astete era obligatorio comprarlo y estudiarlo, pues había clase de religión cuatro veces por semana, en esos días se estudiaba de lunes a viernes mañana y tarde, el sábado medio día; y llevábamos un cuaderno que tenía más lecciones y tareas que el de matemáticas, ilustrado bellamente, así que también éramos excelentes dibujantes, y añádale que no podía tener borrones notorios y mucho menos mala ortografía.  Una calificación de tres era pésima, así que todas luchábamos por el cinco aclamado, pues el cuatro nos dejaba tibias.

Además, tenía usted que conocer el nombre de cada una de las prendas usadas por el sacerdote, incluyendo los colores asignados a cada día de la semana; los utensilios para oficiar la misa. Añádale que teníamos que contestar en latín toda la misa, y detectar de qué humor estaba el cura por el tono de la voz, pues oficiaba de espaldas al pueblo, para proceder a confesarnos, y si supiera usted, joven de hoy, lo que nosotras considerábamos pecado seguramente se burlaría.

Teníamos que usar mantilla (velo en la cabeza) para poder entrar a la iglesia, los brazos cubiertos con manga larga, falda hasta media pierna, medias tobilleras entre semana y veladas los domingos y fiestas de guardar. El rosario tenía que colgar del brazo con discreción y el devocionario cerca al corazón.

Ahora ustedes son demasiado emancipadas, así que usan para ir a la iglesia minifalda y blusa sin mangas, sandalias que dejen ver sus hermosos pies rematados por uñas pintadas (esto para nosotras hubiera significado la ex comunión), y pueden a abrir la boca, recibir el Cuerpo de Cristo, decir amén y en un santiamén regresan a casa a ser altaneras con sus padres, a mirar películas atrevidas, a hacer pereza y a tramar cómo arrebatarle el novio o el esposo a alguna otra dama, a quien envidian con furor, a deslizar al oído  de otra perversa contemporánea calumnias injuriosas ya sea por el celular o vía Internet, hasta que llegue el otro domingo para ir a misa, para no ser rechazadas por el grupo social al que pertenecen y de donde extraerán un marido … que convertirán en mártir.

Nosotras honrábamos a padre y madre, amábamos a Dios por encima de todas las cosas, no jurábamos en vano, santificábamos las fiestas, no fornicábamos, ni mentíamos, no matábamos ni un ratón, desechábamos los malos pensamientos, mentir y calumniar era de gente rastrera, no mirábamos ni de reojo a un hombre casado, y la Virgen María era nuestra estrella predilecta.

Ustedes, mujeres jóvenes de hoy, que no padecieron la fatiga de ocho horas de ayuno para poder comulgar, que no tienen que rezar el rosario todos los días, que no tienen que ayudar en los oficios de la casa; no sienten, jamás,  que están pecando; y se atreven a decir que están aburridas y que no son felices, cuando disponen de una libertad ilimitada para ser que lo que sueñen realmente, no lo que les toque, y lo más doloroso, no reconocen que todos estos milagros fueron logrados por estas mujeres sesentonas que ahora miran con desprecio porque somos espirituales, y porque estamos por encima del materialismo absoluto.

[email protected]

Columnista
4 abril, 2012

Mujeres de ahora: vean viejas experiencias católicas

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Silvia Betancourt Alliegro

Desde mí cocina Por Silvia Betancourt Alliegro Cuando éramos niñas, hablo de cincuenta años transcurridos, mínimo; no podíamos dejar de asistir a misa un domingo, pues en las noches nos asaltaban apocalípticas pesadillas, y al despertar el lunes sentíamos temor de asistir a clases, pues lo más seguro era que la hermana (monja) detectara quiénes […]


Desde mí cocina
Por Silvia Betancourt Alliegro

Cuando éramos niñas, hablo de cincuenta años transcurridos, mínimo; no podíamos dejar de asistir a misa un domingo, pues en las noches nos asaltaban apocalípticas pesadillas, y al despertar el lunes sentíamos temor de asistir a clases, pues lo más seguro era que la hermana (monja) detectara quiénes éramos las pecadoras, y para descubrirnos desplegaba unas inteligentes maniobras, como por ejemplo, deslizaba una breve frase contenida en el evangelio correspondiente y dirigiéndose directamente a uno, le solicitaba un comentario.

Caíamos porque caíamos; es que en ese tiempo no era permitido tener y leer la Biblia en los hogares como actualmente se hace, así que ni forma de documentarnos. Sólo estudiábamos la Historia Sagrada ilustrada con bellísimos grabados.
Ahora me gustaría  volver a echarle una ojeada para ver si recupero una parte de mí esencia que se refundió en el periplo por esta vida.

Para entender ese ambiente tendríamos que contratar los servicios de un realizador cinematográfico entrado en años, y que haya sido católico, apostólico y suramericano. Vamos a retroceder a ver qué encontramos en la memoria.

Primero que todo, el Catecismo Astete era obligatorio comprarlo y estudiarlo, pues había clase de religión cuatro veces por semana, en esos días se estudiaba de lunes a viernes mañana y tarde, el sábado medio día; y llevábamos un cuaderno que tenía más lecciones y tareas que el de matemáticas, ilustrado bellamente, así que también éramos excelentes dibujantes, y añádale que no podía tener borrones notorios y mucho menos mala ortografía.  Una calificación de tres era pésima, así que todas luchábamos por el cinco aclamado, pues el cuatro nos dejaba tibias.

Además, tenía usted que conocer el nombre de cada una de las prendas usadas por el sacerdote, incluyendo los colores asignados a cada día de la semana; los utensilios para oficiar la misa. Añádale que teníamos que contestar en latín toda la misa, y detectar de qué humor estaba el cura por el tono de la voz, pues oficiaba de espaldas al pueblo, para proceder a confesarnos, y si supiera usted, joven de hoy, lo que nosotras considerábamos pecado seguramente se burlaría.

Teníamos que usar mantilla (velo en la cabeza) para poder entrar a la iglesia, los brazos cubiertos con manga larga, falda hasta media pierna, medias tobilleras entre semana y veladas los domingos y fiestas de guardar. El rosario tenía que colgar del brazo con discreción y el devocionario cerca al corazón.

Ahora ustedes son demasiado emancipadas, así que usan para ir a la iglesia minifalda y blusa sin mangas, sandalias que dejen ver sus hermosos pies rematados por uñas pintadas (esto para nosotras hubiera significado la ex comunión), y pueden a abrir la boca, recibir el Cuerpo de Cristo, decir amén y en un santiamén regresan a casa a ser altaneras con sus padres, a mirar películas atrevidas, a hacer pereza y a tramar cómo arrebatarle el novio o el esposo a alguna otra dama, a quien envidian con furor, a deslizar al oído  de otra perversa contemporánea calumnias injuriosas ya sea por el celular o vía Internet, hasta que llegue el otro domingo para ir a misa, para no ser rechazadas por el grupo social al que pertenecen y de donde extraerán un marido … que convertirán en mártir.

Nosotras honrábamos a padre y madre, amábamos a Dios por encima de todas las cosas, no jurábamos en vano, santificábamos las fiestas, no fornicábamos, ni mentíamos, no matábamos ni un ratón, desechábamos los malos pensamientos, mentir y calumniar era de gente rastrera, no mirábamos ni de reojo a un hombre casado, y la Virgen María era nuestra estrella predilecta.

Ustedes, mujeres jóvenes de hoy, que no padecieron la fatiga de ocho horas de ayuno para poder comulgar, que no tienen que rezar el rosario todos los días, que no tienen que ayudar en los oficios de la casa; no sienten, jamás,  que están pecando; y se atreven a decir que están aburridas y que no son felices, cuando disponen de una libertad ilimitada para ser que lo que sueñen realmente, no lo que les toque, y lo más doloroso, no reconocen que todos estos milagros fueron logrados por estas mujeres sesentonas que ahora miran con desprecio porque somos espirituales, y porque estamos por encima del materialismo absoluto.

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