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Columnista - 12 abril, 2010

Muerte en la vía

MI COLUMNA Por: Mary Daza Orozco Siempre es el mismo tramo del recorrido de Valledupar a Villanueva en el que se ensaña la muerte y tiñe el suelo de pena, aumenta el dolor, llena de asombro y da al traste con vidas de la manera más horrorosa sin lugar a un adiós, a un intento […]

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MI COLUMNA


Por: Mary Daza Orozco

Siempre es el mismo tramo del recorrido de Valledupar a Villanueva en el que se ensaña la muerte y tiñe el suelo de pena, aumenta el dolor, llena de asombro y da al traste con vidas de la manera más horrorosa sin lugar a un adiós, a un intento de salvación.
Desde hace tiempo seres queridos han dejado allí, regadas en la carretera, ilusiones y desencuentros con las familias que los esperaban y todo por accidentes que se han podido evitar, pero no,  todo lo contrario: últimamente han proliferado y se han ido engarzando en una cadena impresionante, tanto que el temor a viajar hasta el pueblo del alma se agranda.
Los accidentes son eso: contingencias inesperadas  que se dan en todos los lugares del mundo, a todas horas y de distintos tenores, hacen parte de los riesgos de vivir;  pero que se sucedan uno tras otro de la misma manera y en el mismo lugar es inaceptable.
La vía, nostálgica para todos los que viajamos tanto y tanto por ella, la que hace parte de nuestras vivencias acomodadas con fuerza en nuestros afectos,  la carretera otrora cubierta de lado y lado, por fincas, potreros y dehesas de verdes intensos y al fondo saturada de paisajes de azul infinito que aligeraban el viaje hoy presenta cruces tumularias, grama chamuscada, sitios en donde las lágrimas de familiares y amigos de los desdichados han regado  el pavimento.
Antes, como en todas las carreteras del mundo, había en la vía a Villanueva la cruz dolida en memoria de un caído y cuando la contemplábamos a través de la ventanilla mentalmente llegaba la plegaria fúnebre, corta y precisa: “réquiem”…; ahora si se levantaran recordatorios funéreos para cada víctima, el viaje de convertiría en un Vía Crucis.
La muerte está en la vía, en la de los recuerdos, con una frecuencia desenfrenada, se presenta en la irresponsabilidad del transporte de combustible sin ley que exija por lo menos básicas medidas de seguridad, y lo extraño es que sea siempre en el mismo trayecto, no más al norte, ni más al sur. ¿A quién se le pide que haga algo para evitar que más personas tengan una muerte tan cruel, que los viajes terminen en un infierno desbordado que no da lugar ni a reaccionar? Algo hay que hacer señores encargados de la seguridad vial, no se resiste una explosión más, un holocausto más.
Es cierto que la muerte es el final del viaje, pero el de la vida, no el de aquí a La Guajira o al revés, de ahí que se clame por una campaña de seguridad que proteja a los desprevenidos viajeros y a los que trabajan en el transporte de gasolina.
A propósito de la gasolina, esa que se acumula a lo largo de la vía, en la entrada de los pueblos, es una bomba de tiempo, y aunque se comprende que es una manera de ganarse la vida de muchas personas y de comprarla más económica los interesados, su venta debe tener  normas de seguridad.
Mientras tanto una plegaria en memoria de todos los que no llegaron al final del viaje, y para que la muerte se vaya de la vía, para que vuelva a ser la  misma con olor a vida, la de los retornos alegres a la Villanueva de la infancia, de la juventud, a la de siempre:
No más fogonazos de muerte, no más soles apagados, no más hálitos diluidos en el camino de los sueños, que renazca la vida serena, que las memoranzas no se manchen de dolor y de ausencias.
[email protected]

Columnista
12 abril, 2010

Muerte en la vía

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

MI COLUMNA Por: Mary Daza Orozco Siempre es el mismo tramo del recorrido de Valledupar a Villanueva en el que se ensaña la muerte y tiñe el suelo de pena, aumenta el dolor, llena de asombro y da al traste con vidas de la manera más horrorosa sin lugar a un adiós, a un intento […]


MI COLUMNA


Por: Mary Daza Orozco

Siempre es el mismo tramo del recorrido de Valledupar a Villanueva en el que se ensaña la muerte y tiñe el suelo de pena, aumenta el dolor, llena de asombro y da al traste con vidas de la manera más horrorosa sin lugar a un adiós, a un intento de salvación.
Desde hace tiempo seres queridos han dejado allí, regadas en la carretera, ilusiones y desencuentros con las familias que los esperaban y todo por accidentes que se han podido evitar, pero no,  todo lo contrario: últimamente han proliferado y se han ido engarzando en una cadena impresionante, tanto que el temor a viajar hasta el pueblo del alma se agranda.
Los accidentes son eso: contingencias inesperadas  que se dan en todos los lugares del mundo, a todas horas y de distintos tenores, hacen parte de los riesgos de vivir;  pero que se sucedan uno tras otro de la misma manera y en el mismo lugar es inaceptable.
La vía, nostálgica para todos los que viajamos tanto y tanto por ella, la que hace parte de nuestras vivencias acomodadas con fuerza en nuestros afectos,  la carretera otrora cubierta de lado y lado, por fincas, potreros y dehesas de verdes intensos y al fondo saturada de paisajes de azul infinito que aligeraban el viaje hoy presenta cruces tumularias, grama chamuscada, sitios en donde las lágrimas de familiares y amigos de los desdichados han regado  el pavimento.
Antes, como en todas las carreteras del mundo, había en la vía a Villanueva la cruz dolida en memoria de un caído y cuando la contemplábamos a través de la ventanilla mentalmente llegaba la plegaria fúnebre, corta y precisa: “réquiem”…; ahora si se levantaran recordatorios funéreos para cada víctima, el viaje de convertiría en un Vía Crucis.
La muerte está en la vía, en la de los recuerdos, con una frecuencia desenfrenada, se presenta en la irresponsabilidad del transporte de combustible sin ley que exija por lo menos básicas medidas de seguridad, y lo extraño es que sea siempre en el mismo trayecto, no más al norte, ni más al sur. ¿A quién se le pide que haga algo para evitar que más personas tengan una muerte tan cruel, que los viajes terminen en un infierno desbordado que no da lugar ni a reaccionar? Algo hay que hacer señores encargados de la seguridad vial, no se resiste una explosión más, un holocausto más.
Es cierto que la muerte es el final del viaje, pero el de la vida, no el de aquí a La Guajira o al revés, de ahí que se clame por una campaña de seguridad que proteja a los desprevenidos viajeros y a los que trabajan en el transporte de gasolina.
A propósito de la gasolina, esa que se acumula a lo largo de la vía, en la entrada de los pueblos, es una bomba de tiempo, y aunque se comprende que es una manera de ganarse la vida de muchas personas y de comprarla más económica los interesados, su venta debe tener  normas de seguridad.
Mientras tanto una plegaria en memoria de todos los que no llegaron al final del viaje, y para que la muerte se vaya de la vía, para que vuelva a ser la  misma con olor a vida, la de los retornos alegres a la Villanueva de la infancia, de la juventud, a la de siempre:
No más fogonazos de muerte, no más soles apagados, no más hálitos diluidos en el camino de los sueños, que renazca la vida serena, que las memoranzas no se manchen de dolor y de ausencias.
[email protected]