Hace ocho días, el Centro de Pensamiento Cesarense y la revista Enfoque Vallenato, en una versión más de “Diálogos de Ciudad”, reunieron a varias personas conocedoras del problema de movilidad y de sus posibles soluciones.
Por Luis Napoleón de Armas P.
Hace ocho días, el Centro de Pensamiento Cesarense y la revista Enfoque Vallenato, en una versión más de “Diálogos de Ciudad”, reunieron a varias personas conocedoras del problema de movilidad y de sus posibles soluciones.
Allí estuvieron los que tenían que estar; cinco ponencias sobre los diferentes tópicos que afectan este fenómeno urbano, hicieron un recorrido lógico en todo su proceso, desde las causas del problema hasta su impacto sobre la sociedad civil.
Cuando la movilidad es mala la ciudad se estrangula y asfixia, el ciudadano se estresa, los costos de movilización se incrementan y el medio ambiente se vuelve denso. Allí se habló del rezago institucional, tal vez como causa primaria de lo que urbanísticamente es hoy Valledupar, de la densidad vehicular y crecimiento demográfico; de la movilidad sostenible y variantes del transporte interdepartamental de carga y pasajero y de soluciones urbanas.
El crecimiento de una ciudad debe ser armónico y planificado y esta tarea corresponde desarrollarla a los alcaldes del ente territorial; debe existir una coherencia entre el ambiente, lo urbanístico, el crecimiento demográfico, la densidad automotora, la red vial interna y de acceso, todo esto dentro de lo que llamamos espacio público; todos estos elementos son el ropaje de una ciudad que será diferente cuando es pequeña a cuando sea grande.Si esta ciudad fuera una persona, diríamos que creció con inyección de hormonas, amorfa, en la cual la planificación se detuvo hace casi 20 años.
La mística vallenatía y el síndrome de “Sorpresa Caribe” que, con algo de chovinismo de gran ciudad sentíamos, hoy yacen sepultados bajo los recuerdos. Nuestra ciudad hoy es confusa, desatendida por sus alcaldes, crítica en algunos puntos y bulliciosa.
El centro de la ciudad se está “induizando”; allí se siente uno como en Cachemira y otras ciudades de la India, llena de baratijas, hecho que refleja el estado de pobreza de una región en la cual existe una simbiosis entre la formalidad y la informalidad; la economía también afecta la movilidad, así como la cultura ciudadana; en las vías rápidas, que son pocas, la gente detiene el vehículo para mercar sin importar que el semáforo ya dio la orden de seguir; pero lo determinante aquí es la ausencia de autoridad para proteger el espacio público que es de todos, es un pacto que todos debemos guardar, y es lo único que nos ha quedado después de la serie de concesiones de bienes públicos. A esta ciudad hay que repensarla, a los próximos alcaldes les toca hacer realidades estas reflexiones.
Hace ocho días, el Centro de Pensamiento Cesarense y la revista Enfoque Vallenato, en una versión más de “Diálogos de Ciudad”, reunieron a varias personas conocedoras del problema de movilidad y de sus posibles soluciones.
Por Luis Napoleón de Armas P.
Hace ocho días, el Centro de Pensamiento Cesarense y la revista Enfoque Vallenato, en una versión más de “Diálogos de Ciudad”, reunieron a varias personas conocedoras del problema de movilidad y de sus posibles soluciones.
Allí estuvieron los que tenían que estar; cinco ponencias sobre los diferentes tópicos que afectan este fenómeno urbano, hicieron un recorrido lógico en todo su proceso, desde las causas del problema hasta su impacto sobre la sociedad civil.
Cuando la movilidad es mala la ciudad se estrangula y asfixia, el ciudadano se estresa, los costos de movilización se incrementan y el medio ambiente se vuelve denso. Allí se habló del rezago institucional, tal vez como causa primaria de lo que urbanísticamente es hoy Valledupar, de la densidad vehicular y crecimiento demográfico; de la movilidad sostenible y variantes del transporte interdepartamental de carga y pasajero y de soluciones urbanas.
El crecimiento de una ciudad debe ser armónico y planificado y esta tarea corresponde desarrollarla a los alcaldes del ente territorial; debe existir una coherencia entre el ambiente, lo urbanístico, el crecimiento demográfico, la densidad automotora, la red vial interna y de acceso, todo esto dentro de lo que llamamos espacio público; todos estos elementos son el ropaje de una ciudad que será diferente cuando es pequeña a cuando sea grande.Si esta ciudad fuera una persona, diríamos que creció con inyección de hormonas, amorfa, en la cual la planificación se detuvo hace casi 20 años.
La mística vallenatía y el síndrome de “Sorpresa Caribe” que, con algo de chovinismo de gran ciudad sentíamos, hoy yacen sepultados bajo los recuerdos. Nuestra ciudad hoy es confusa, desatendida por sus alcaldes, crítica en algunos puntos y bulliciosa.
El centro de la ciudad se está “induizando”; allí se siente uno como en Cachemira y otras ciudades de la India, llena de baratijas, hecho que refleja el estado de pobreza de una región en la cual existe una simbiosis entre la formalidad y la informalidad; la economía también afecta la movilidad, así como la cultura ciudadana; en las vías rápidas, que son pocas, la gente detiene el vehículo para mercar sin importar que el semáforo ya dio la orden de seguir; pero lo determinante aquí es la ausencia de autoridad para proteger el espacio público que es de todos, es un pacto que todos debemos guardar, y es lo único que nos ha quedado después de la serie de concesiones de bienes públicos. A esta ciudad hay que repensarla, a los próximos alcaldes les toca hacer realidades estas reflexiones.