Monseñor Óscar José Vélez Isaza, un apóstol distinguido, es un árbol florecido.
I
Monseñor Oscar José,
un apóstol distinguido,
es un árbol florecido
en el jardín de la fe,
por eso siempre se ve
en verdor de primavera,
su voz diáfana y certera
perfumada de alabanza,
ilumina la esperanza
para que el amor no muera.
II
La esperanza iluminada
es un manojo de luz,
que nos recuerda a Jesús
y a su verdad revelada.
La Luz es ruta sagrada
para seguir el camino
del señalado destino
que Dios a todos nos marca.
La oscuridad es la parca
que detiene al peregrino.
III
Se detiene el peregrino
cuando estas lejos de Dios,
solitario con su voz
se confunde sin buen tino;
porque Cristo es el camino
de todo amor verdadero,
es el amigo sincero
que nos muestra la verdad.
Dios es la felicidad
dice el pastor misionero.
IV
Este pastor misionero
predica sin antifaz
alabanzas a la paz
y cantos de amor sincero.
No debe haber pebeteros
para el rencor y sus males,
porque son vanos zarzales
que hay que desterrar del alma
para cultivar la calma
en los huertos de rosales.
Por José Atuesta Mindiola.
Monseñor Óscar José Vélez Isaza, un apóstol distinguido, es un árbol florecido.
I
Monseñor Oscar José,
un apóstol distinguido,
es un árbol florecido
en el jardín de la fe,
por eso siempre se ve
en verdor de primavera,
su voz diáfana y certera
perfumada de alabanza,
ilumina la esperanza
para que el amor no muera.
II
La esperanza iluminada
es un manojo de luz,
que nos recuerda a Jesús
y a su verdad revelada.
La Luz es ruta sagrada
para seguir el camino
del señalado destino
que Dios a todos nos marca.
La oscuridad es la parca
que detiene al peregrino.
III
Se detiene el peregrino
cuando estas lejos de Dios,
solitario con su voz
se confunde sin buen tino;
porque Cristo es el camino
de todo amor verdadero,
es el amigo sincero
que nos muestra la verdad.
Dios es la felicidad
dice el pastor misionero.
IV
Este pastor misionero
predica sin antifaz
alabanzas a la paz
y cantos de amor sincero.
No debe haber pebeteros
para el rencor y sus males,
porque son vanos zarzales
que hay que desterrar del alma
para cultivar la calma
en los huertos de rosales.
Por José Atuesta Mindiola.