Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 17 marzo, 2013

Monólogo del río Guatapurí

Por José Atuesta Mindiola   Del vientre de la Sierra-Madre, la imperial Nevada, nacen mis hilos de aguas que recoge una laguna, y se van sumando arroyos hasta convertirme en el gran río. El lugar de mí nacimiento y gran parte de mi recorrido corresponde al territorio sagrado de los indígenas arhuacos, y algunos de […]

Boton Wpp

Por José Atuesta Mindiola

 

Del vientre de la Sierra-Madre, la imperial Nevada, nacen mis hilos de aguas que recoge una laguna, y se van sumando arroyos hasta convertirme en el gran río. El lugar de mí nacimiento y gran parte de mi recorrido corresponde al territorio sagrado de los indígenas arhuacos, y algunos de mis lugares lo utilizan como sitios de pagamentos o de ceremonias tribales. Los indígenas Chimilas que habitaban la parte plana de este Valle, me dieron el nombre que tengo por mis aguas frías y cristalinas (río Guatapurí).

 

La imagen más común de los poetas para describir mi recorrido es de una inmensa serpiente, por eso dicen que mis aguas serpentean en veloz ascenso por la serranía hasta cruzar el noreste de Valledupar y perderme en el río Cesar. Esta descripción poética se cimenta en la leyenda de la serpiente Doroy; según los campesinos que viven a orillas de los ríos, en las fuertes crecientes suele bajar hacia los mares una gigante culebra atravesada que lleva en su cabeza un par de cuernos, posee barba como chivo y emite cantos como el gallo, pero quien la oye no puede volver a dormir hasta cuando pase la creciente.

 

Mis aguas bendicen a todas las personas, a todos los seres y a los cultivos que están cerca de mí. La ciudad de mis amores es Valledupar, ahí entre inmensas rocas y barrancos, rodeados de peregüetanos y cañaguates, mis aguas se tornan profundas y en un recodo me brindo a los bañistas. Todos conocen ese sitio como el balneario Hurtado. Ahí surge la leyenda de la Sirena, que es una parábola de la desobediencia: cuentan que una hermosa adolescente desobedeció a sus padres y se fue escondida a bañarse un Viernes Santo y apenas se sumergió en el agua quedó convertida en sirena. Algunos viejos pescadores dicen haber escuchado en noches de luna llena, el canto de la sirena.

 

Mis aguas tienen frescura, catarsis y magia para inspiración de cantores vallenatos y para los enamorados. Me han llamado padre tutelar del canto y El rey del Valle. Quien viene a Valledupar y se baña en mis aguas quiere quedarse, y es seguro que regresa.

El agua es la cuna de la vida. Yo doy vida a la vida. Mi alegría es viajar con las orillas protegidas por la sombra vegetal de los caminos, por la fortaleza de piedras y barrancos, pero hoy el paisaje es triste y desolado. Existe un afán destructor del hombre: desvía mi cauce, tala los árboles de mis riberas, quema los bosques, destruye los barrancos, arroja basuras y envena mis aguas. Y el cantarino romance de mi andar lo contamina con la estridencia de los carros, de las motos y del volumen babélico de los equipos de sonidos.

 

Antes yo era un río caudaloso, hoy soy un mero regato y el hombre por ser insensato, muchas veces es impío, mal se queja del estío porque la aridez lo acecha, y el calor como una flecha le martiriza la piel. En mis orillas hay nostalgia por el verdor en su alborada, hoy mis riberas desoladas sin los árboles sombríos. El desierto con sus bríos avanza con los escombros, que vienen sobre los hombros de la caldera global y a mí me aterra este mal, cada vez que lo nombro.

 

Un sabio indígena arhuaco, entristecido, pero con altiva esperanza, dijo al contemplarme: el agua no se acaba, se esconde. Un rio nunca anda solo. Hay un río macho y un río hembra. Siempre andan juntos, uno arriba que fluye en el follaje del viento y otro abajo, invisible a la música del aire. Si al macho lo desvían de su cauce, no podrán cantar victoria los usurpadores del agua. Llegará el momento que el río macho vuela a su antiguo lecho a buscar al rio hembra. El designio es vivir unidos.

 

Columnista
17 marzo, 2013

Monólogo del río Guatapurí

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Atuesta Mindiola

Por José Atuesta Mindiola   Del vientre de la Sierra-Madre, la imperial Nevada, nacen mis hilos de aguas que recoge una laguna, y se van sumando arroyos hasta convertirme en el gran río. El lugar de mí nacimiento y gran parte de mi recorrido corresponde al territorio sagrado de los indígenas arhuacos, y algunos de […]


Por José Atuesta Mindiola

 

Del vientre de la Sierra-Madre, la imperial Nevada, nacen mis hilos de aguas que recoge una laguna, y se van sumando arroyos hasta convertirme en el gran río. El lugar de mí nacimiento y gran parte de mi recorrido corresponde al territorio sagrado de los indígenas arhuacos, y algunos de mis lugares lo utilizan como sitios de pagamentos o de ceremonias tribales. Los indígenas Chimilas que habitaban la parte plana de este Valle, me dieron el nombre que tengo por mis aguas frías y cristalinas (río Guatapurí).

 

La imagen más común de los poetas para describir mi recorrido es de una inmensa serpiente, por eso dicen que mis aguas serpentean en veloz ascenso por la serranía hasta cruzar el noreste de Valledupar y perderme en el río Cesar. Esta descripción poética se cimenta en la leyenda de la serpiente Doroy; según los campesinos que viven a orillas de los ríos, en las fuertes crecientes suele bajar hacia los mares una gigante culebra atravesada que lleva en su cabeza un par de cuernos, posee barba como chivo y emite cantos como el gallo, pero quien la oye no puede volver a dormir hasta cuando pase la creciente.

 

Mis aguas bendicen a todas las personas, a todos los seres y a los cultivos que están cerca de mí. La ciudad de mis amores es Valledupar, ahí entre inmensas rocas y barrancos, rodeados de peregüetanos y cañaguates, mis aguas se tornan profundas y en un recodo me brindo a los bañistas. Todos conocen ese sitio como el balneario Hurtado. Ahí surge la leyenda de la Sirena, que es una parábola de la desobediencia: cuentan que una hermosa adolescente desobedeció a sus padres y se fue escondida a bañarse un Viernes Santo y apenas se sumergió en el agua quedó convertida en sirena. Algunos viejos pescadores dicen haber escuchado en noches de luna llena, el canto de la sirena.

 

Mis aguas tienen frescura, catarsis y magia para inspiración de cantores vallenatos y para los enamorados. Me han llamado padre tutelar del canto y El rey del Valle. Quien viene a Valledupar y se baña en mis aguas quiere quedarse, y es seguro que regresa.

El agua es la cuna de la vida. Yo doy vida a la vida. Mi alegría es viajar con las orillas protegidas por la sombra vegetal de los caminos, por la fortaleza de piedras y barrancos, pero hoy el paisaje es triste y desolado. Existe un afán destructor del hombre: desvía mi cauce, tala los árboles de mis riberas, quema los bosques, destruye los barrancos, arroja basuras y envena mis aguas. Y el cantarino romance de mi andar lo contamina con la estridencia de los carros, de las motos y del volumen babélico de los equipos de sonidos.

 

Antes yo era un río caudaloso, hoy soy un mero regato y el hombre por ser insensato, muchas veces es impío, mal se queja del estío porque la aridez lo acecha, y el calor como una flecha le martiriza la piel. En mis orillas hay nostalgia por el verdor en su alborada, hoy mis riberas desoladas sin los árboles sombríos. El desierto con sus bríos avanza con los escombros, que vienen sobre los hombros de la caldera global y a mí me aterra este mal, cada vez que lo nombro.

 

Un sabio indígena arhuaco, entristecido, pero con altiva esperanza, dijo al contemplarme: el agua no se acaba, se esconde. Un rio nunca anda solo. Hay un río macho y un río hembra. Siempre andan juntos, uno arriba que fluye en el follaje del viento y otro abajo, invisible a la música del aire. Si al macho lo desvían de su cauce, no podrán cantar victoria los usurpadores del agua. Llegará el momento que el río macho vuela a su antiguo lecho a buscar al rio hembra. El designio es vivir unidos.