Hace un par de años me topé, tardíamente, con lo que para mí más que cualquier otro género, constituye una divertida comedia, siendo en teoría una serie detectivesca.
Hace un par de años me topé, tardíamente, con lo que para mí más que cualquier otro género, constituye una divertida comedia, siendo en teoría una serie detectivesca. He visto muchos de sus capítulos, lo que me ha permitido esquematizar y encontrar elementos comunes que pueden llegar a ser aburridos si tratamos de tomar como modelo al detective Sherlock Holmes o Agatha Christie, pues lo realmente interesante y lo estimulante es el manejo en primer plano de varios perfiles sicológicos en el cual por supuesto el más notable es el de Adrian Monk, detective al servicio de la policía de San Francisco (CA) un individuo obsesivo compulsivo con cientos de manías según el último recuento conocido, listado que él conserva y actualiza en forma permanente.
Cada capítulo obedece a un esquema silogístico que hace fácil predecir o imaginar lo que acontecerá con un final feliz -casi siempre-, pero lo que me ha resultado más entretenido son los caprichos de Monk entre los cuales el más notorio es su obsesión por la asepsia, hasta el punto que su auxiliar debe portar toallitas húmedas con los que se higieniza cada vez que alguien, para su desgracia, le estrecha la mano. Su obcecación por la limpieza es risible, caricaturesca, exagerada, pero además y otras muchas más como que no puede advertir que un cuadro esté ligeramente inclinado, porque sin respetar lugar, ocasión y circunstancia lo nivela, puede estar hablando con el presidente de los EE. UU. pero suspende lo que esté haciendo para dar paso a su impulso.
En un capítulo empleó un nivel de esos manuales, lo que llevó dentro de la serie a que su siquiatra el Doctor Kruger, después de varias sesiones intentándolo, logró que simplemente nivelara al ojo, como cualquier mortal. En una peluquería tuvieron que amenazarlo con llamar a la policía si no dejaba de reclamar una supuesta desigualdad entre la altura de sus patillas. Estuvieron a punto que utilizaran una camisa de fuerza y sedantes.
Otro personaje es el teniente Disher es un joven inmaduro, desenfocado, con aspecto de Daniel, el niño travieso, al que le terminan saliendo las cosas bien a pesar de que se tropieza de frente a cada rato con la benevolente rigidez de su jefe el capitán Stottlemeyer.
Capítulo aparte merecen la dulce Natalie Teeger y su adolescente hija quienes manejan a ese maniático de amarre, con ternura. Son el tono suave en esa serie.
Y también debo referirme al estoico doctor Kruger pues sus sesiones con Monk son de antología, este casi que lo termina desequilibrando, y no lo expresa, pero se nota que da gracias a Dios por haber concluido. He pensado que en más de una ocasión que quien va terminar necesitando ayuda profesional es precisamente él. Manejar a Monk es caminar sobre el filo de la navaja.
Quien encarna a Monk es un actor norteamericano de origen libanés: Tony Shalhoub, que en Cartagena y Montería tradujeron como Chaljub. Ya sabes Martica.
Por: Jaime García Chadid.
Hace un par de años me topé, tardíamente, con lo que para mí más que cualquier otro género, constituye una divertida comedia, siendo en teoría una serie detectivesca.
Hace un par de años me topé, tardíamente, con lo que para mí más que cualquier otro género, constituye una divertida comedia, siendo en teoría una serie detectivesca. He visto muchos de sus capítulos, lo que me ha permitido esquematizar y encontrar elementos comunes que pueden llegar a ser aburridos si tratamos de tomar como modelo al detective Sherlock Holmes o Agatha Christie, pues lo realmente interesante y lo estimulante es el manejo en primer plano de varios perfiles sicológicos en el cual por supuesto el más notable es el de Adrian Monk, detective al servicio de la policía de San Francisco (CA) un individuo obsesivo compulsivo con cientos de manías según el último recuento conocido, listado que él conserva y actualiza en forma permanente.
Cada capítulo obedece a un esquema silogístico que hace fácil predecir o imaginar lo que acontecerá con un final feliz -casi siempre-, pero lo que me ha resultado más entretenido son los caprichos de Monk entre los cuales el más notorio es su obsesión por la asepsia, hasta el punto que su auxiliar debe portar toallitas húmedas con los que se higieniza cada vez que alguien, para su desgracia, le estrecha la mano. Su obcecación por la limpieza es risible, caricaturesca, exagerada, pero además y otras muchas más como que no puede advertir que un cuadro esté ligeramente inclinado, porque sin respetar lugar, ocasión y circunstancia lo nivela, puede estar hablando con el presidente de los EE. UU. pero suspende lo que esté haciendo para dar paso a su impulso.
En un capítulo empleó un nivel de esos manuales, lo que llevó dentro de la serie a que su siquiatra el Doctor Kruger, después de varias sesiones intentándolo, logró que simplemente nivelara al ojo, como cualquier mortal. En una peluquería tuvieron que amenazarlo con llamar a la policía si no dejaba de reclamar una supuesta desigualdad entre la altura de sus patillas. Estuvieron a punto que utilizaran una camisa de fuerza y sedantes.
Otro personaje es el teniente Disher es un joven inmaduro, desenfocado, con aspecto de Daniel, el niño travieso, al que le terminan saliendo las cosas bien a pesar de que se tropieza de frente a cada rato con la benevolente rigidez de su jefe el capitán Stottlemeyer.
Capítulo aparte merecen la dulce Natalie Teeger y su adolescente hija quienes manejan a ese maniático de amarre, con ternura. Son el tono suave en esa serie.
Y también debo referirme al estoico doctor Kruger pues sus sesiones con Monk son de antología, este casi que lo termina desequilibrando, y no lo expresa, pero se nota que da gracias a Dios por haber concluido. He pensado que en más de una ocasión que quien va terminar necesitando ayuda profesional es precisamente él. Manejar a Monk es caminar sobre el filo de la navaja.
Quien encarna a Monk es un actor norteamericano de origen libanés: Tony Shalhoub, que en Cartagena y Montería tradujeron como Chaljub. Ya sabes Martica.
Por: Jaime García Chadid.