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Columnista - 23 septiembre, 2019

Mi última columna

Se cumplieron las Bodas de Plata de El Pilón y concuerdan con mi despedida como columnista. Sí, esta es la última columna que escribo, con nostalgia porque han sido muchos años, (dieciocho) en los que he escrito por amor a este diario y a mi profesión. Ha sido una gran experiencia. Comencé con el seudónimo […]

Se cumplieron las Bodas de Plata de El Pilón y concuerdan con mi despedida como columnista. Sí, esta es la última columna que escribo, con nostalgia porque han sido muchos años, (dieciocho) en los que he escrito por amor a este diario y a mi profesión.

Ha sido una gran experiencia. Comencé con el seudónimo de Oceana Cayón (protagonista de mi novela ‘Los muertos no se cuentan así’), porque también escribía para El Espectador y no quería que mi nombre saliera en dos publicaciones. Fui la primera mujer columnista (si no me equivoco) de este diario. No solo fui columnista, muchas veces escribí el editorial, y en muchas casas se guardan las entrevistas literarias, noventa, que hice a personas queridas de la ciudad y a matrimonios ejemplares, comencé con la inolvidable Piva y sus amores platónicos con Jaime Molina. Luego, con Ramiro Ospina, hicimos la historias de los Personajes Vallenatos; y colaboré frecuentemente en la corrección de textos; fue muy divertido e inolvidable el ciclo de talleres de redacción que, por puro gusto, dicté a los colegas en las mañanas de los sábados; y fueron dolorosas las notas fúnebres, que, con los ojos tupidos por las lágrimas, escribí a personas queridas de la región, que se fueron de la vida.

En El Pilón viví una época en la que hubo muchos momentos alegres, divertidos, pero también tristes como el asesinato de Guzmán Quintero y cuando se registró la noticia del también asesinato de la periodista Amparo Jiménez. Era la vida dura por ratos, despreocupada y plácida también. Aquí presenté a los lectores mis producciones literarias y me entrevistaron, por lo que estaré siempre agradecida.

Hoy me despido de estas páginas con agradecimiento a Dixon Quiroz, quién me invitó para que me vinculara al diario, a Ana María Ferrer, a Carlos Alberto Maestre, a los columnistas, a los colegas, al Consejo Editorial, a las directivas actuales.

Cuando se ha llevado una vida de labor constante en una empresa y terminamos el ciclo, solo quedan los recuerdos imborrables, lo aprendido, las amistades, los momentos felices y también las decepciones.

A mis lectores, esos que me animaban: “Leí tu columna, qué buena” o a los que me corregían alguna imprecisión les expreso mis infinitas gracias y pido perdón si a alguno ofendí con mis escritos y a El Pilón mi deseos de más años llenos de realizaciones.

Esta es la vida periodística, darse a la historia, porque el periodista escribe la historia diaria de los pueblos, y ha de hacerlo con mística, con disciplina, con sapiencia y amor, sin esperar retribuciones, ni reconocimientos, solo la satisfacción personal por lo logrado, teniendo en cuenta a Tomás de Kempis: “No eres más porque te elogien ni menos porque te vituperen”. Gracias.

Columnista
23 septiembre, 2019

Mi última columna

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Se cumplieron las Bodas de Plata de El Pilón y concuerdan con mi despedida como columnista. Sí, esta es la última columna que escribo, con nostalgia porque han sido muchos años, (dieciocho) en los que he escrito por amor a este diario y a mi profesión. Ha sido una gran experiencia. Comencé con el seudónimo […]


Se cumplieron las Bodas de Plata de El Pilón y concuerdan con mi despedida como columnista. Sí, esta es la última columna que escribo, con nostalgia porque han sido muchos años, (dieciocho) en los que he escrito por amor a este diario y a mi profesión.

Ha sido una gran experiencia. Comencé con el seudónimo de Oceana Cayón (protagonista de mi novela ‘Los muertos no se cuentan así’), porque también escribía para El Espectador y no quería que mi nombre saliera en dos publicaciones. Fui la primera mujer columnista (si no me equivoco) de este diario. No solo fui columnista, muchas veces escribí el editorial, y en muchas casas se guardan las entrevistas literarias, noventa, que hice a personas queridas de la ciudad y a matrimonios ejemplares, comencé con la inolvidable Piva y sus amores platónicos con Jaime Molina. Luego, con Ramiro Ospina, hicimos la historias de los Personajes Vallenatos; y colaboré frecuentemente en la corrección de textos; fue muy divertido e inolvidable el ciclo de talleres de redacción que, por puro gusto, dicté a los colegas en las mañanas de los sábados; y fueron dolorosas las notas fúnebres, que, con los ojos tupidos por las lágrimas, escribí a personas queridas de la región, que se fueron de la vida.

En El Pilón viví una época en la que hubo muchos momentos alegres, divertidos, pero también tristes como el asesinato de Guzmán Quintero y cuando se registró la noticia del también asesinato de la periodista Amparo Jiménez. Era la vida dura por ratos, despreocupada y plácida también. Aquí presenté a los lectores mis producciones literarias y me entrevistaron, por lo que estaré siempre agradecida.

Hoy me despido de estas páginas con agradecimiento a Dixon Quiroz, quién me invitó para que me vinculara al diario, a Ana María Ferrer, a Carlos Alberto Maestre, a los columnistas, a los colegas, al Consejo Editorial, a las directivas actuales.

Cuando se ha llevado una vida de labor constante en una empresa y terminamos el ciclo, solo quedan los recuerdos imborrables, lo aprendido, las amistades, los momentos felices y también las decepciones.

A mis lectores, esos que me animaban: “Leí tu columna, qué buena” o a los que me corregían alguna imprecisión les expreso mis infinitas gracias y pido perdón si a alguno ofendí con mis escritos y a El Pilón mi deseos de más años llenos de realizaciones.

Esta es la vida periodística, darse a la historia, porque el periodista escribe la historia diaria de los pueblos, y ha de hacerlo con mística, con disciplina, con sapiencia y amor, sin esperar retribuciones, ni reconocimientos, solo la satisfacción personal por lo logrado, teniendo en cuenta a Tomás de Kempis: “No eres más porque te elogien ni menos porque te vituperen”. Gracias.