Hace 9 meses, como un embarazo biológico, concebí la idea de este escrito, al cabo de los cuales ve la luz.
Hace 9 meses, como un embarazo biológico, concebí la idea de este escrito, al cabo de los cuales ve la luz. Si yo no tuviera esta memoria no les podría dar cuenta de ella, que permite mi identidad y la de ustedes. He tratado de buscar el mejor sentido de la vida para mí, la comprensión y la aceptación.
Todo se inició en la buena Urumita —pequeña, linda, fresca, arrullada por las aguas cristalinas del río Mocho, que descienden de sus sombreadas y productivas serranías—, de la manera como mis padres lo quisieron, y ellos continúan siendo mis primeros amores. Han pasado 9 décadas. Falta una.
Gracias a toda mi familia, amigos y conocidos que traté, y comprendieron mis carencias.
Mi currículum familiar y profesional tal vez sean conocidos suficientemente, por lo que no hace falta recordarlos acá.
Me limitaré, —deseando sea un legado virtuoso a mi comunidad regional—, a gastar esta cuartilla a reflexionar en algo que siendo común a todas las sociedades humanas, no escapa a la nuestra.
Se trata de los conflictos económicos familiares, que quebrantan la convivencia, y cuya perseverancia siempre he lamentado, como abogado o partícipe personal en ellos. No obstante, como los tales no cejan, conviene insistir en buscar los remedios adecuados para prevenirlos o solucionarlos.
Uno eficaz, es el llamado Protocolo de Familia, en las respectivas sociedades comerciales, en las que el Consejero de Familia puede prevenir los conflictos; también, se puede pensar en el Amigable Componedor, o en el arbitraje, instituciones regladas por la ley. Más si por cualesquiera circunstancias la paz familiar no se lograse, las diferencias económicas y/u otras deberían continuar siendo tratadas con guantes blancos y nunca de boxeo. En estos casos, los despachos judiciales son vías apropiadas, en cuyos procesos siempre subsiste la posibilidad de un arreglo familiar amistoso.
Siempre será mejor no desistir de las buenas maneras para solucionar las desavenencias de familia, conviniendo en el valor ético, intrínseco al hombre, más fuerte que el jurídico. Basta ejercitar la voluntad. La economía es un producto material que pasa de unas manos a otras; en cambio, la familiaridad y la amistad son creaciones sociales cuyos orígenes nacen con la conservación de la especie humana y su vocación de felicidad la ha liberado de los comportamientos agresivos. No hay dinero en el mundo con qué comprar la conservación del amor de un semejante y menos aún si este se encarna en nuestros padres o hermanos o primos o amigos o vecinos o conocidos o aún desconocidos, cuyo género nos obliga moralmente a apreciarlos y a colocarlos por encima de alguna otra consideración. La paz es la que debe ser ley de la vida y no la guerra, redimida por la civilización.
Por: Rodrigo López Barros.
Hace 9 meses, como un embarazo biológico, concebí la idea de este escrito, al cabo de los cuales ve la luz.
Hace 9 meses, como un embarazo biológico, concebí la idea de este escrito, al cabo de los cuales ve la luz. Si yo no tuviera esta memoria no les podría dar cuenta de ella, que permite mi identidad y la de ustedes. He tratado de buscar el mejor sentido de la vida para mí, la comprensión y la aceptación.
Todo se inició en la buena Urumita —pequeña, linda, fresca, arrullada por las aguas cristalinas del río Mocho, que descienden de sus sombreadas y productivas serranías—, de la manera como mis padres lo quisieron, y ellos continúan siendo mis primeros amores. Han pasado 9 décadas. Falta una.
Gracias a toda mi familia, amigos y conocidos que traté, y comprendieron mis carencias.
Mi currículum familiar y profesional tal vez sean conocidos suficientemente, por lo que no hace falta recordarlos acá.
Me limitaré, —deseando sea un legado virtuoso a mi comunidad regional—, a gastar esta cuartilla a reflexionar en algo que siendo común a todas las sociedades humanas, no escapa a la nuestra.
Se trata de los conflictos económicos familiares, que quebrantan la convivencia, y cuya perseverancia siempre he lamentado, como abogado o partícipe personal en ellos. No obstante, como los tales no cejan, conviene insistir en buscar los remedios adecuados para prevenirlos o solucionarlos.
Uno eficaz, es el llamado Protocolo de Familia, en las respectivas sociedades comerciales, en las que el Consejero de Familia puede prevenir los conflictos; también, se puede pensar en el Amigable Componedor, o en el arbitraje, instituciones regladas por la ley. Más si por cualesquiera circunstancias la paz familiar no se lograse, las diferencias económicas y/u otras deberían continuar siendo tratadas con guantes blancos y nunca de boxeo. En estos casos, los despachos judiciales son vías apropiadas, en cuyos procesos siempre subsiste la posibilidad de un arreglo familiar amistoso.
Siempre será mejor no desistir de las buenas maneras para solucionar las desavenencias de familia, conviniendo en el valor ético, intrínseco al hombre, más fuerte que el jurídico. Basta ejercitar la voluntad. La economía es un producto material que pasa de unas manos a otras; en cambio, la familiaridad y la amistad son creaciones sociales cuyos orígenes nacen con la conservación de la especie humana y su vocación de felicidad la ha liberado de los comportamientos agresivos. No hay dinero en el mundo con qué comprar la conservación del amor de un semejante y menos aún si este se encarna en nuestros padres o hermanos o primos o amigos o vecinos o conocidos o aún desconocidos, cuyo género nos obliga moralmente a apreciarlos y a colocarlos por encima de alguna otra consideración. La paz es la que debe ser ley de la vida y no la guerra, redimida por la civilización.
Por: Rodrigo López Barros.