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Columnista - 27 abril, 2014

Más allá del cristal blindado de las letras

Había alucinado con una muchacha que me contemplaba desde el lado B de la vida, desde ese lado me hizo caritas con una sonrisa inolvidable, y desde esa vez se me aparecía a cada rato, en cualquier parte. Descendía desde su ingravidez, tocaba a mi puerta y yo le abría. Entraba lentamente y mi cuarto […]

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Había alucinado con una muchacha que me contemplaba desde el lado B de la vida, desde ese lado me hizo caritas con una sonrisa inolvidable, y desde esa vez se me aparecía a cada rato, en cualquier parte. Descendía desde su ingravidez, tocaba a mi puerta y yo le abría. Entraba lentamente y mi cuarto se llenaba de hongos de colores, muchos colores. La otra vez me dijo que la acompañara al cementerio a visitar a un exnovio fallecido en Villanueva. Fuimos y como era de noche el lugar estaba cerrado así que nos tocó saltarnos la tapia a buscar nosotros mismos la tumba del personaje. A veces creía que la había visto antes en alguna parte, en la fila de un banco o en un carrito de pasajeros, quién sabe si varias veces habíamos estado a la misma hora en el mismo lugar sin haber notado el uno la presencia del otro. Me la imaginaba hurgando en los estantes de libros de literatura colombiana de La Panamericana, o comprando un Subway con Coca Cola para luego irse a sentar sola a la terraza de la plazoleta de comidas del Guatapurí, contemplando el deshielo de la Sierra Nevada de Santa Marta. Me la imaginaba yendo por ahí, desparchada, y nuestras miradas cruzándose sobre una acera o simplemente soñando mutuamente el uno con la sonrisa del otro.

Pero mis alucinaciones dieron un giro abrupto la mañana en que me enteré de la mala nueva: diecisiete de abril. Día caluroso. Pitos de mototaxis y carros. Salí a comprar vainas para el desayuno cuando recibí la llamada de un amigo preguntando si ya sabía lo de Gabo y que si había leído el artículo que escribió Fernando Vallejo no sé cuándo publicado al respecto en El Malpensante. Voy a internet y todo está plagado de la noticia. Entonces todo cobra sentido. Tal vez no era una alucinación sino una premonición la aparición constante de esta muchacha que tal vez es real y existe más allá del cristal blindado de las letras; tal vez en este instante anda por ahí y seguramente hay miles de mariposas refugiadas entre su mata de pelo, de todos los colores. Un ejército de pájaros transita entre sus ojos, huele a cielo, sabe a mango, puede crear vida con solo mencionar las cosas: mesa, televisor, abanico, perro, gato, cama, puede hablar con los animales y algunas plantas, y además puede hacer florecer el pavimento. Seguramente ahora, al escribir esto, sobrevuela mi casa antes de venir a sentarse a mi lado mientras las nubes negras de abril encapotan la madrugada.

Columnista
27 abril, 2014

Más allá del cristal blindado de las letras

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jarol Ferreira

Había alucinado con una muchacha que me contemplaba desde el lado B de la vida, desde ese lado me hizo caritas con una sonrisa inolvidable, y desde esa vez se me aparecía a cada rato, en cualquier parte. Descendía desde su ingravidez, tocaba a mi puerta y yo le abría. Entraba lentamente y mi cuarto […]


Había alucinado con una muchacha que me contemplaba desde el lado B de la vida, desde ese lado me hizo caritas con una sonrisa inolvidable, y desde esa vez se me aparecía a cada rato, en cualquier parte. Descendía desde su ingravidez, tocaba a mi puerta y yo le abría. Entraba lentamente y mi cuarto se llenaba de hongos de colores, muchos colores. La otra vez me dijo que la acompañara al cementerio a visitar a un exnovio fallecido en Villanueva. Fuimos y como era de noche el lugar estaba cerrado así que nos tocó saltarnos la tapia a buscar nosotros mismos la tumba del personaje. A veces creía que la había visto antes en alguna parte, en la fila de un banco o en un carrito de pasajeros, quién sabe si varias veces habíamos estado a la misma hora en el mismo lugar sin haber notado el uno la presencia del otro. Me la imaginaba hurgando en los estantes de libros de literatura colombiana de La Panamericana, o comprando un Subway con Coca Cola para luego irse a sentar sola a la terraza de la plazoleta de comidas del Guatapurí, contemplando el deshielo de la Sierra Nevada de Santa Marta. Me la imaginaba yendo por ahí, desparchada, y nuestras miradas cruzándose sobre una acera o simplemente soñando mutuamente el uno con la sonrisa del otro.

Pero mis alucinaciones dieron un giro abrupto la mañana en que me enteré de la mala nueva: diecisiete de abril. Día caluroso. Pitos de mototaxis y carros. Salí a comprar vainas para el desayuno cuando recibí la llamada de un amigo preguntando si ya sabía lo de Gabo y que si había leído el artículo que escribió Fernando Vallejo no sé cuándo publicado al respecto en El Malpensante. Voy a internet y todo está plagado de la noticia. Entonces todo cobra sentido. Tal vez no era una alucinación sino una premonición la aparición constante de esta muchacha que tal vez es real y existe más allá del cristal blindado de las letras; tal vez en este instante anda por ahí y seguramente hay miles de mariposas refugiadas entre su mata de pelo, de todos los colores. Un ejército de pájaros transita entre sus ojos, huele a cielo, sabe a mango, puede crear vida con solo mencionar las cosas: mesa, televisor, abanico, perro, gato, cama, puede hablar con los animales y algunas plantas, y además puede hacer florecer el pavimento. Seguramente ahora, al escribir esto, sobrevuela mi casa antes de venir a sentarse a mi lado mientras las nubes negras de abril encapotan la madrugada.