Por: Jaime García Chadid Revisando un valioso documento sobre el cementerio central de Sincelejo me tropecé con una anotación de sus autores sobre las tumbas más visitadas en ese camposanto y afirman que son dos: la de la bailadora de fandango Hipólita Bertel, más conocida con el inventado mote de “Pola Becté” que junto a […]
Por: Jaime García Chadid
Revisando un valioso documento sobre el cementerio central de Sincelejo me tropecé con una anotación de sus autores sobre las tumbas más visitadas en ese camposanto y afirman que son dos: la de la bailadora de fandango Hipólita Bertel, más conocida con el inventado mote de “Pola Becté” que junto a María Barilla conforman un dúo de leyenda, una ubicada en el Sinú y la otra en las sabanas.
La otra sepultura es la de una joven gitana. Me intrigó no solo esa historia sino su sonoro y extraño nombre y de todo podría haberme imaginado menos que correspondiera al de una guitarra morisca, un instrumento medieval de cuerda pulsada que se usaba en la música andaluza, denominada María Mandora, gitana muerta en 1939 y víctima de la epidemia de tifo. Llama la atención que su tumba tenga casi cien años y continué siendo visitada, asistida y conservada, por su familia, de la que al parecer hay algunos miembros asentados en Sampués (Sucre) o de muchos devotos y seguidores. Me hizo recordar la figura de la caraqueña María Lionza que tiene una estatua o monumento montando un tapir situado en el campus de la Universidad Central, en la ciudad de Caracas.
Corría el año de 1930 y era una chiquilla cuando acompañaba a su madre por las calles del poblado en el que su familia de gitanos había instalado sus carpas. Su madre, como ella lo haría más tarde, se dedicaba a leer las cartas y la palma de las manos a aquellas personas a las que les decía lo que querían escuchar. Su padre se dedicaba al comercio de caballos y arneses para los mismos. Entre ellos hablaban su lengua que era la caló.
Caminaba por las calles con su larga falda con especial donaire y pañuelo en la cabeza en la práctica de la adivinación a través de la lectura de las cartas y la palma de la mano.
Era una niña bellísima, sus cabellos lacios, sus ojos profundamente negros, su tez trigueña que con el tiempo se convertiría en una jovencita y después en toda una mujer que provocaba suspiros y deseos, pero cuando el sol de su vida adulta despuntaba llegó la segadora inclemente y la cambió de dimensión.
Al no tener conocimiento y memoria sobre el asunto acudí a mis contactos en las redes sociales y varios de los indagados contestaron positivamente así:
Una joven gitana que murió y fue enterrada en el Cementerio Central de Sincelejo. Su tumba tiene forma de carpa gitana y permanece siempre bien mantenida.
Otro me dijo: yo recuerdo esa tumba, que parece una pirámide. Mi abuela siempre me prohibía tocarla, o caminar por encima… creo que en una ocasión estuvo pintada de gris, o color plateado…
Alguien dijo que sabía que era la tumba de una gitana, pero no conocía su historia.
Otro más: María Mandora fue una gitana que llegó a Sincelejo, leía las cartas y las palmas de la mano; está enterrada en el cementerio central y todos los años, el 2 de noviembre día de los difuntos, mucha gente acude a depositarle ofrendas y le piden a Luis Manuel Pérez, el tocador de la violina, que les cante algo al frente de su tumba para recordarla y hacerle feliz su “estadía eterna” en ese lugar. No sé, si aún mantiene esa costumbre entre las gentes.
Terminada mi breve revisión y valorando los hechos hay que concluir que los cementerios son ciudadelas vivas.
Descansa en paz María Mandora.
Por: Jaime García Chadid Revisando un valioso documento sobre el cementerio central de Sincelejo me tropecé con una anotación de sus autores sobre las tumbas más visitadas en ese camposanto y afirman que son dos: la de la bailadora de fandango Hipólita Bertel, más conocida con el inventado mote de “Pola Becté” que junto a […]
Por: Jaime García Chadid
Revisando un valioso documento sobre el cementerio central de Sincelejo me tropecé con una anotación de sus autores sobre las tumbas más visitadas en ese camposanto y afirman que son dos: la de la bailadora de fandango Hipólita Bertel, más conocida con el inventado mote de “Pola Becté” que junto a María Barilla conforman un dúo de leyenda, una ubicada en el Sinú y la otra en las sabanas.
La otra sepultura es la de una joven gitana. Me intrigó no solo esa historia sino su sonoro y extraño nombre y de todo podría haberme imaginado menos que correspondiera al de una guitarra morisca, un instrumento medieval de cuerda pulsada que se usaba en la música andaluza, denominada María Mandora, gitana muerta en 1939 y víctima de la epidemia de tifo. Llama la atención que su tumba tenga casi cien años y continué siendo visitada, asistida y conservada, por su familia, de la que al parecer hay algunos miembros asentados en Sampués (Sucre) o de muchos devotos y seguidores. Me hizo recordar la figura de la caraqueña María Lionza que tiene una estatua o monumento montando un tapir situado en el campus de la Universidad Central, en la ciudad de Caracas.
Corría el año de 1930 y era una chiquilla cuando acompañaba a su madre por las calles del poblado en el que su familia de gitanos había instalado sus carpas. Su madre, como ella lo haría más tarde, se dedicaba a leer las cartas y la palma de las manos a aquellas personas a las que les decía lo que querían escuchar. Su padre se dedicaba al comercio de caballos y arneses para los mismos. Entre ellos hablaban su lengua que era la caló.
Caminaba por las calles con su larga falda con especial donaire y pañuelo en la cabeza en la práctica de la adivinación a través de la lectura de las cartas y la palma de la mano.
Era una niña bellísima, sus cabellos lacios, sus ojos profundamente negros, su tez trigueña que con el tiempo se convertiría en una jovencita y después en toda una mujer que provocaba suspiros y deseos, pero cuando el sol de su vida adulta despuntaba llegó la segadora inclemente y la cambió de dimensión.
Al no tener conocimiento y memoria sobre el asunto acudí a mis contactos en las redes sociales y varios de los indagados contestaron positivamente así:
Una joven gitana que murió y fue enterrada en el Cementerio Central de Sincelejo. Su tumba tiene forma de carpa gitana y permanece siempre bien mantenida.
Otro me dijo: yo recuerdo esa tumba, que parece una pirámide. Mi abuela siempre me prohibía tocarla, o caminar por encima… creo que en una ocasión estuvo pintada de gris, o color plateado…
Alguien dijo que sabía que era la tumba de una gitana, pero no conocía su historia.
Otro más: María Mandora fue una gitana que llegó a Sincelejo, leía las cartas y las palmas de la mano; está enterrada en el cementerio central y todos los años, el 2 de noviembre día de los difuntos, mucha gente acude a depositarle ofrendas y le piden a Luis Manuel Pérez, el tocador de la violina, que les cante algo al frente de su tumba para recordarla y hacerle feliz su “estadía eterna” en ese lugar. No sé, si aún mantiene esa costumbre entre las gentes.
Terminada mi breve revisión y valorando los hechos hay que concluir que los cementerios son ciudadelas vivas.
Descansa en paz María Mandora.