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Columnista - 24 febrero, 2015

Mal educados

En las dos décadas que llevo como maestro, he podido ser testigo de muchos hechos que hoy ponen a pensar que la educación no la están tomando en serio muchos estudiantes, quienes la perciben más como una carga, que como una oportunidad para mejorar su vida. He tenido estudiantes excelentes que hoy gozan de reconocimiento […]

En las dos décadas que llevo como maestro, he podido ser testigo de muchos hechos que hoy ponen a pensar que la educación no la están tomando en serio muchos estudiantes, quienes la perciben más como una carga, que como una oportunidad para mejorar su vida.

He tenido estudiantes excelentes que hoy gozan de reconocimiento a nivel nacional e internacional por la disciplina y el rigor con el que enfrentaron su proceso educativo.

A menudo tengo noticias de ellos, hoy profesionales, dictando clases en universidades prestigiosas, trabajando como jueces de la república, dirigiendo clínicas y hospitales, gerenciando bancos, proyectos viales y de obras civiles, dedicados con éxito a negocios personales en fincas, almacenes, restaurantes y otros dedicados a ser padres y madres excelentes.

Muchos de ellos no alcanzaron a ser los mejores en la clase, pero fueron personas seriamente comprometidas con lo que les correspondía.

En este proceso de enseñar, últimamente me he encontrado con actitudes inverosímiles que podrían engrosar el anecdotario de cualquier maestro que quisiera hacer ficción literaria a partir de ellas.

Hace pocos meses una estudiante se acercó hasta mi escritorio para anunciarme su decisión de no continuar más en clases. Se le veía apenada por lo que tenía que contarme, mientras se perdía en vericuetos lingüísticos.

Llegué a pensar que podría tratarse de alguna enfermedad que padecía o tal vez un embarazo no deseado, pero al fin y al cabo, cuando se lanzó hacia su irremediable realidad, sentí mucha frustración al escucharla decir que debía cancelar la asignatura porque se le cruzaba con la novela mexicana de las tres de la tarde, pues aunque ella quería estar en clases, su mente estaba puesta en la historia de amor que la apasionaba, porque se parecía a lo que ella estaba viviendo.

En otra clase, un estudiante mientras hacía su parcial, lanzó un grito de alarma como si algo terrible le hubiera sucedido; se levantó repentinamente de su pupitre y me entregó la hoja casi en blanco, pues debía devolverse a buscar su teléfono olvidado en casa, porque él no podía pasar mucho tiempo sin revisar el WhatsApp; prefería perder el parcial que dejar abandonado su celular.

Algunos estudiantes a menudo argumentan su imposibilidad para hacer un parcial porque tienen a alguien muy grave de salud.

Semanalmente enferman a sus abuelas, a su mamá, papá, hermanos o tías, con tal de no cumplir con la responsabilidad y cuando ya no encuentran a quien más enfermar, terminan por enfermarse ellos mismos. Lo cierto es que hoy la educación está lejos de ser ese mismo proceso que antes se tomaba con tanta seriedad y con el rigor que debe afrontarse para llegar a ser excelentes profesionales.

Columnista
24 febrero, 2015

Mal educados

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Oscar Ariza Daza

En las dos décadas que llevo como maestro, he podido ser testigo de muchos hechos que hoy ponen a pensar que la educación no la están tomando en serio muchos estudiantes, quienes la perciben más como una carga, que como una oportunidad para mejorar su vida. He tenido estudiantes excelentes que hoy gozan de reconocimiento […]


En las dos décadas que llevo como maestro, he podido ser testigo de muchos hechos que hoy ponen a pensar que la educación no la están tomando en serio muchos estudiantes, quienes la perciben más como una carga, que como una oportunidad para mejorar su vida.

He tenido estudiantes excelentes que hoy gozan de reconocimiento a nivel nacional e internacional por la disciplina y el rigor con el que enfrentaron su proceso educativo.

A menudo tengo noticias de ellos, hoy profesionales, dictando clases en universidades prestigiosas, trabajando como jueces de la república, dirigiendo clínicas y hospitales, gerenciando bancos, proyectos viales y de obras civiles, dedicados con éxito a negocios personales en fincas, almacenes, restaurantes y otros dedicados a ser padres y madres excelentes.

Muchos de ellos no alcanzaron a ser los mejores en la clase, pero fueron personas seriamente comprometidas con lo que les correspondía.

En este proceso de enseñar, últimamente me he encontrado con actitudes inverosímiles que podrían engrosar el anecdotario de cualquier maestro que quisiera hacer ficción literaria a partir de ellas.

Hace pocos meses una estudiante se acercó hasta mi escritorio para anunciarme su decisión de no continuar más en clases. Se le veía apenada por lo que tenía que contarme, mientras se perdía en vericuetos lingüísticos.

Llegué a pensar que podría tratarse de alguna enfermedad que padecía o tal vez un embarazo no deseado, pero al fin y al cabo, cuando se lanzó hacia su irremediable realidad, sentí mucha frustración al escucharla decir que debía cancelar la asignatura porque se le cruzaba con la novela mexicana de las tres de la tarde, pues aunque ella quería estar en clases, su mente estaba puesta en la historia de amor que la apasionaba, porque se parecía a lo que ella estaba viviendo.

En otra clase, un estudiante mientras hacía su parcial, lanzó un grito de alarma como si algo terrible le hubiera sucedido; se levantó repentinamente de su pupitre y me entregó la hoja casi en blanco, pues debía devolverse a buscar su teléfono olvidado en casa, porque él no podía pasar mucho tiempo sin revisar el WhatsApp; prefería perder el parcial que dejar abandonado su celular.

Algunos estudiantes a menudo argumentan su imposibilidad para hacer un parcial porque tienen a alguien muy grave de salud.

Semanalmente enferman a sus abuelas, a su mamá, papá, hermanos o tías, con tal de no cumplir con la responsabilidad y cuando ya no encuentran a quien más enfermar, terminan por enfermarse ellos mismos. Lo cierto es que hoy la educación está lejos de ser ese mismo proceso que antes se tomaba con tanta seriedad y con el rigor que debe afrontarse para llegar a ser excelentes profesionales.