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Columnista - 17 octubre, 2017

Maestro Palmera, quedé esperándolo en Sucesiones

Hablar de Jesús Alberto ‘El Chuni’ Palmera, es hablar de un hombre vertical, de convicciones claras, es hablar de academia, cultura y buenas prácticas. Recibí la noticia de su fallecimiento con mucha tristeza, con mucho inconformismo porque cada vez son más las buenas gentes que se marchan de este mundo terrenal de un día para […]

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Hablar de Jesús Alberto ‘El Chuni’ Palmera, es hablar de un hombre vertical, de convicciones claras, es hablar de academia, cultura y buenas prácticas. Recibí la noticia de su fallecimiento con mucha tristeza, con mucho inconformismo porque cada vez son más las buenas gentes que se marchan de este mundo terrenal de un día para otro, sin avisar. Hoy nos ha dejado, sin duda, un buen tipo, un gran hombre, una persona a la que daba gusto escuchar, aprenderle. Un colosal conversador, digno representante de los pensamientos liberales que se adueñaban del ambiente de las dos casas de estudio a las que perteneció en su época de universitario, la Universidad Libre y la Universidad Externado de Colombia. Nos ha dejado, parafraseando sus propias palabras, un hombre libre y de buenas costumbres.

Hoy se encuentra intacto en mi memoria aquel día en el que tenía mi primera clase con él, estaba en tercer semestre y la materia que me correspondía cursar era Derecho Civil – Bienes, en mi concepto, uno de sus fuertes.

Me encontraba lleno mucha intriga, ansiedad y expectativa, al fin iba a estar frente a frente con el famoso ‘Chuni’ Palmera, ese del que todo el mundo hablaba, cosas buenas y malas, al que muchos le huían por temor, mientras que otros preferíamos perseguirlo en los distintos horarios de sus cátedras universitarias. Y allí estaba, poco a poco fui comprendiendo porque a muchos no les sonaba la idea de dar clases con él, claro, no era amigo de lo fácil, insistía en la importancia y no en el concepto de las cosas, dejaba lo genérico de lado para ahondar en lo especifico, en la sustancia, así era.

En cuarto semestre, respetuosamente, puedo decir que ya éramos amigos, no sólo hablábamos del mundo jurídico, también de política y temas de ciudad, eso sí, nunca dejé de ser aquel estudiante que tomaba atenta nota a su experimentado profesor. Esta vez la asignatura era Derecho Civil – Obligaciones, clase en la que me convencí que él era una de esas personas con las que simplemente había que hacer silencio y escuchar, el dominio con el que abordaba los temas era esplendido, sus clases no aburrían, nunca permitía que el nivel bajara, bueno, sólo cuando dos de sus grandes amigos comenzaban a merodear cual muchachos de colegio el aula de clases, preguntándole con señas que a qué hora terminaba, hablo de Néstor Quiroz y Olmer Camelo; cuando eso pasaba no dudaba en sentenciar: “Ya tienen hambre este par de viejos, están pendientes de ir a desayunar, qué vaina la vejez”.

Yo disfrutaba mucho encontrármelo fuera de los salones de clases y comentarle cualquiera cosa, con la nobleza que lo caracterizaba no dudaba un instante en quedarse conversando así fueran cinco minutos. Siempre me decía: “Oiga y entonces, ¿Qué hay de vaina?, ¿Y su papá?, tengo rato de no verlo”. Cada conversar con él era un aprendizaje nuevo, siempre dejaba inquietudes en mí, esa era de las cosas que más me gustaban, era un tipo que motivaba al conocimiento.

Siempre tenía una historia o anécdota que contar, desde su estancia en Barcelona donde adelantó estudios en pintura, noble labor que combinaba con la ley, la doctrina y la jurisprudencia, hasta aquellos sucesos del viejo Valledupar, específicamente en el sector de la Plaza Alfonso López donde se crió, en que entraba con primos a robar gallinas en patios ajenos, pero que luego, sagazmente, terminaba delatando para curarse en salud y terminar como el bueno del paseo.

Los semestres fueron pasando, él y yo teníamos una cita pendiente en mi actual semestre, séptimo, esta vez era Derecho Civil – Sucesiones, donde cuentan, y no lo dudo, que el nivel de su experticia era admirable, conservé la esperanza que se mejorara para poder tener el placer de asistir a su clase, pero no fue así, el hombre se nos fue adelante. Descanse en paz, apreciado profesor, nos deja un gran legado.

Hoy tan solo puedo decir: ‘Maestro Palmera, quedé esperándolo en sucesiones”.

@camilopintom

Por Camilo Pinto Morón

 

 

Columnista
17 octubre, 2017

Maestro Palmera, quedé esperándolo en Sucesiones

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Camilo Pinto

Hablar de Jesús Alberto ‘El Chuni’ Palmera, es hablar de un hombre vertical, de convicciones claras, es hablar de academia, cultura y buenas prácticas. Recibí la noticia de su fallecimiento con mucha tristeza, con mucho inconformismo porque cada vez son más las buenas gentes que se marchan de este mundo terrenal de un día para […]


Hablar de Jesús Alberto ‘El Chuni’ Palmera, es hablar de un hombre vertical, de convicciones claras, es hablar de academia, cultura y buenas prácticas. Recibí la noticia de su fallecimiento con mucha tristeza, con mucho inconformismo porque cada vez son más las buenas gentes que se marchan de este mundo terrenal de un día para otro, sin avisar. Hoy nos ha dejado, sin duda, un buen tipo, un gran hombre, una persona a la que daba gusto escuchar, aprenderle. Un colosal conversador, digno representante de los pensamientos liberales que se adueñaban del ambiente de las dos casas de estudio a las que perteneció en su época de universitario, la Universidad Libre y la Universidad Externado de Colombia. Nos ha dejado, parafraseando sus propias palabras, un hombre libre y de buenas costumbres.

Hoy se encuentra intacto en mi memoria aquel día en el que tenía mi primera clase con él, estaba en tercer semestre y la materia que me correspondía cursar era Derecho Civil – Bienes, en mi concepto, uno de sus fuertes.

Me encontraba lleno mucha intriga, ansiedad y expectativa, al fin iba a estar frente a frente con el famoso ‘Chuni’ Palmera, ese del que todo el mundo hablaba, cosas buenas y malas, al que muchos le huían por temor, mientras que otros preferíamos perseguirlo en los distintos horarios de sus cátedras universitarias. Y allí estaba, poco a poco fui comprendiendo porque a muchos no les sonaba la idea de dar clases con él, claro, no era amigo de lo fácil, insistía en la importancia y no en el concepto de las cosas, dejaba lo genérico de lado para ahondar en lo especifico, en la sustancia, así era.

En cuarto semestre, respetuosamente, puedo decir que ya éramos amigos, no sólo hablábamos del mundo jurídico, también de política y temas de ciudad, eso sí, nunca dejé de ser aquel estudiante que tomaba atenta nota a su experimentado profesor. Esta vez la asignatura era Derecho Civil – Obligaciones, clase en la que me convencí que él era una de esas personas con las que simplemente había que hacer silencio y escuchar, el dominio con el que abordaba los temas era esplendido, sus clases no aburrían, nunca permitía que el nivel bajara, bueno, sólo cuando dos de sus grandes amigos comenzaban a merodear cual muchachos de colegio el aula de clases, preguntándole con señas que a qué hora terminaba, hablo de Néstor Quiroz y Olmer Camelo; cuando eso pasaba no dudaba en sentenciar: “Ya tienen hambre este par de viejos, están pendientes de ir a desayunar, qué vaina la vejez”.

Yo disfrutaba mucho encontrármelo fuera de los salones de clases y comentarle cualquiera cosa, con la nobleza que lo caracterizaba no dudaba un instante en quedarse conversando así fueran cinco minutos. Siempre me decía: “Oiga y entonces, ¿Qué hay de vaina?, ¿Y su papá?, tengo rato de no verlo”. Cada conversar con él era un aprendizaje nuevo, siempre dejaba inquietudes en mí, esa era de las cosas que más me gustaban, era un tipo que motivaba al conocimiento.

Siempre tenía una historia o anécdota que contar, desde su estancia en Barcelona donde adelantó estudios en pintura, noble labor que combinaba con la ley, la doctrina y la jurisprudencia, hasta aquellos sucesos del viejo Valledupar, específicamente en el sector de la Plaza Alfonso López donde se crió, en que entraba con primos a robar gallinas en patios ajenos, pero que luego, sagazmente, terminaba delatando para curarse en salud y terminar como el bueno del paseo.

Los semestres fueron pasando, él y yo teníamos una cita pendiente en mi actual semestre, séptimo, esta vez era Derecho Civil – Sucesiones, donde cuentan, y no lo dudo, que el nivel de su experticia era admirable, conservé la esperanza que se mejorara para poder tener el placer de asistir a su clase, pero no fue así, el hombre se nos fue adelante. Descanse en paz, apreciado profesor, nos deja un gran legado.

Hoy tan solo puedo decir: ‘Maestro Palmera, quedé esperándolo en sucesiones”.

@camilopintom

Por Camilo Pinto Morón