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Columnista - 9 abril, 2016

Luis Enrique, el altar mayor de la liturgia vallenata

A comienzos del año 1948 llegó Abel Antonio Villa a El Copey (hoy Cesar) para conocer a Luis Enrique Martínez, de quien ya se comentaba en la zona bananera y en los pueblos del Magdalena Grande su destreza en el acordeón. Quince días duró la visita de Abel Antonio, durante los cuales parrandearon, estrecharon lazos […]

A comienzos del año 1948 llegó Abel Antonio Villa a El Copey (hoy Cesar) para conocer a Luis Enrique Martínez, de quien ya se comentaba en la zona bananera y en los pueblos del Magdalena Grande su destreza en el acordeón.

Quince días duró la visita de Abel Antonio, durante los cuales parrandearon, estrecharon lazos de amistad, hicieron negocio cambiando la yegua del negro Abel que supuestamente debía parir una mula por estar preñada de burro, por el acordeón nuevecito de Luis Enrique.

Había escasez de “morunos” y “guacamayos” por las secuelas que dejaba la segunda guerra mundial y el negro andaba grave de acordeón, al cual ya no le cabía un remiendo más.

Unos meses más adelante no fue tanta la decepción de Luis Enrique cuando la yegua pario un caballito, sino verle crecer la barriga a su hermanita Leticia, que seducida por Abel Antonio trajo al mundo al niño Luis Villa, que a la postre fue conocido como ‘El Negrito Villa’.

Mucho tiempo anduvo Abel Antonio evitando un encontronazo con Luis Enrique, pues sabía que no obstante ser este un hombre manso, impresionaban su muñeca é burro y su mano é pilón. Este episodio suscitó una cierta rivalidad musical entre ellos que llegó hasta la caustica piquería que por muchos años sostuvieron, hasta propiciar verdaderas batallas campales entre los seguidores de uno y otro en pueblos ribereños del Magdalena y Bolívar, como Zapayán, Nervití, y el Real del Obispo.

Villistas y martinistas conformaban dos grandes bandos que en estos lugares se enfrentaban cada vez que los juglares coincidían en épocas de fiestas. Abel Antonio gozaba de mayor popularidad porque ya había grabado discos como ‘El ramillete’ y ‘El pleito’, los dos primeros grandes éxitos Vallenatos con acordeón y siempre alternaba con la gente prestante y élite pueblerina, en tanto que Luis Enrique tenía entre los campesinos, pescadores y corraleros su verdadero engranaje social. Contrastaba su vestidura de caqui y la toallita en el hombro para secarse el sudor con el impecable lino, sombrero de fieltro, gafas de aro dorado y Leontina que lucía Abel Antonio, poseedor de un original estilo pero bastante discreto en la ejecución del acordeón, que muy pronto quedó a la zaga ante el talento creativo de Luis Enrique, que fue forjando un estilo de mucho colorido en los piques y acordes de acompañamiento y dándole un tratamiento a los bajos diferente a como lo hacían los acordeoneros de entonces.

Personajes que lideraron las grabaciones vallenatas en Barranquilla en esos años como Don Víctor Amórtegui y Jaime Cabrera Martínez de la disquera Atlantic, coinciden en afirmar: al primer acordeonero a quien yo le vi sacarle melodía a los bajos fue a Luis Enrique Martínez.

Se acerca el Festival Vallenato, ritual folclórico del acordeón donde mayormente se evidencia la grandeza musical de Luis Enrique; ya que es la impronta martineziana la de mayor y permanente vigencia que se aprecia en los concursantes de todas las categorías, razón por la cual ha sido distinguido por el escritor e investigador cartagenero Enrique Luis Muñoz Vélez como “Luis Enrique Martínez, altar mayor de la liturgia Vallenata “.

Columnista
9 abril, 2016

Luis Enrique, el altar mayor de la liturgia vallenata

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Julio C. Oñate M.

A comienzos del año 1948 llegó Abel Antonio Villa a El Copey (hoy Cesar) para conocer a Luis Enrique Martínez, de quien ya se comentaba en la zona bananera y en los pueblos del Magdalena Grande su destreza en el acordeón. Quince días duró la visita de Abel Antonio, durante los cuales parrandearon, estrecharon lazos […]


A comienzos del año 1948 llegó Abel Antonio Villa a El Copey (hoy Cesar) para conocer a Luis Enrique Martínez, de quien ya se comentaba en la zona bananera y en los pueblos del Magdalena Grande su destreza en el acordeón.

Quince días duró la visita de Abel Antonio, durante los cuales parrandearon, estrecharon lazos de amistad, hicieron negocio cambiando la yegua del negro Abel que supuestamente debía parir una mula por estar preñada de burro, por el acordeón nuevecito de Luis Enrique.

Había escasez de “morunos” y “guacamayos” por las secuelas que dejaba la segunda guerra mundial y el negro andaba grave de acordeón, al cual ya no le cabía un remiendo más.

Unos meses más adelante no fue tanta la decepción de Luis Enrique cuando la yegua pario un caballito, sino verle crecer la barriga a su hermanita Leticia, que seducida por Abel Antonio trajo al mundo al niño Luis Villa, que a la postre fue conocido como ‘El Negrito Villa’.

Mucho tiempo anduvo Abel Antonio evitando un encontronazo con Luis Enrique, pues sabía que no obstante ser este un hombre manso, impresionaban su muñeca é burro y su mano é pilón. Este episodio suscitó una cierta rivalidad musical entre ellos que llegó hasta la caustica piquería que por muchos años sostuvieron, hasta propiciar verdaderas batallas campales entre los seguidores de uno y otro en pueblos ribereños del Magdalena y Bolívar, como Zapayán, Nervití, y el Real del Obispo.

Villistas y martinistas conformaban dos grandes bandos que en estos lugares se enfrentaban cada vez que los juglares coincidían en épocas de fiestas. Abel Antonio gozaba de mayor popularidad porque ya había grabado discos como ‘El ramillete’ y ‘El pleito’, los dos primeros grandes éxitos Vallenatos con acordeón y siempre alternaba con la gente prestante y élite pueblerina, en tanto que Luis Enrique tenía entre los campesinos, pescadores y corraleros su verdadero engranaje social. Contrastaba su vestidura de caqui y la toallita en el hombro para secarse el sudor con el impecable lino, sombrero de fieltro, gafas de aro dorado y Leontina que lucía Abel Antonio, poseedor de un original estilo pero bastante discreto en la ejecución del acordeón, que muy pronto quedó a la zaga ante el talento creativo de Luis Enrique, que fue forjando un estilo de mucho colorido en los piques y acordes de acompañamiento y dándole un tratamiento a los bajos diferente a como lo hacían los acordeoneros de entonces.

Personajes que lideraron las grabaciones vallenatas en Barranquilla en esos años como Don Víctor Amórtegui y Jaime Cabrera Martínez de la disquera Atlantic, coinciden en afirmar: al primer acordeonero a quien yo le vi sacarle melodía a los bajos fue a Luis Enrique Martínez.

Se acerca el Festival Vallenato, ritual folclórico del acordeón donde mayormente se evidencia la grandeza musical de Luis Enrique; ya que es la impronta martineziana la de mayor y permanente vigencia que se aprecia en los concursantes de todas las categorías, razón por la cual ha sido distinguido por el escritor e investigador cartagenero Enrique Luis Muñoz Vélez como “Luis Enrique Martínez, altar mayor de la liturgia Vallenata “.