Es el evangelio del pasado viernes 8 de noviembre, en cuyo tenor se expresa: “A los discípulos les decía: Un hombre rico tenía un administrador. Le llegaron quejas de que estaba derrochando sus bienes. Lo llamó y le dijo: ¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir en tu puesto.
Por Darío Arregocés
Es el evangelio del pasado viernes 8 de noviembre, en cuyo tenor se expresa: “A los discípulos les decía: Un hombre rico tenía un administrador. Le llegaron quejas de que estaba derrochando sus bienes. Lo llamó y le dijo: ¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir en tu puesto.
El administrador pensó: ¿Qué voy hacer ahora que el dueño me quita mí puesto? Para cavar no tengo fuerzas, pedir limosna me da vergüenza. Ya sé lo que voy hacer para que, cuando me despidan, alguno me reciba en su casa.
Fue llamando uno por uno a los deudores de su señor y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi señor? Contestó: Cien barriles de aceite. Le dijo: Toma el recibo, siéntate enseguida y escribe cincuenta. Al segundo le dijo: Y tú ¿cuánto debes? Contestó: Cuarenta toneladas de trigo. Le dice: Toma tu recibo y escribe treinta. El dueño alabó al administrador deshonesto por la astucia con que había actuado. Porque los hijos de este mundo son más astutos con sus semejantes que los hijos de la luz”.
Ésta parábola de entrada me hizo pensar en una apología del delito, una alabanza a los actos de corrupción, una patente de corso para los deshonestos y de contera un atentado contra el octavo mandamiento: “No robarás” (Éxodo 20:15). Pero poco a poco fui entendiendo, el mensaje. Pues hay que reparar en el hecho que el administrador de marras, era un derrochador de los bienes de su señor. Conducta que le costó el puesto, por lo que quiso enmendar su conducta y pensando en su futuro, procede a desprenderse de lo material, procurándose indulgencias para asegurarse los bienes eternos.
Este administrador deshonesto pensó en la justicia divina, no pensó en él, sino en beneficiar a sus semejantes para acceder al perdón divino, y ser recibido en las mansiones celestiales. Se despoja este hombre pecador, de su ídolo, que lo esclavizó durante su inescrupulosa administración y ante su inminente despido, decide apostarle a la caridad, a la conversión, a la conmiseración, al perdón y a la indulgencia.
El Señor nos invita a ser honestos, rectos, incorruptibles y trabajadores, pero, no tanto en función de atesorar riquezas materiales en la tierra, sino trabajar con tesón y astucia por obtener los bienes que no perecen. Tal como ocurrió con Zaqueo, que después de ser un deshonesto recaudador de impuestos en favor del imperio opresor, se convierte y devuelve con creces, todo lo que consiguió a través de la vil expoliación a sus semejantes.
Es el evangelio del pasado viernes 8 de noviembre, en cuyo tenor se expresa: “A los discípulos les decía: Un hombre rico tenía un administrador. Le llegaron quejas de que estaba derrochando sus bienes. Lo llamó y le dijo: ¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir en tu puesto.
Por Darío Arregocés
Es el evangelio del pasado viernes 8 de noviembre, en cuyo tenor se expresa: “A los discípulos les decía: Un hombre rico tenía un administrador. Le llegaron quejas de que estaba derrochando sus bienes. Lo llamó y le dijo: ¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir en tu puesto.
El administrador pensó: ¿Qué voy hacer ahora que el dueño me quita mí puesto? Para cavar no tengo fuerzas, pedir limosna me da vergüenza. Ya sé lo que voy hacer para que, cuando me despidan, alguno me reciba en su casa.
Fue llamando uno por uno a los deudores de su señor y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi señor? Contestó: Cien barriles de aceite. Le dijo: Toma el recibo, siéntate enseguida y escribe cincuenta. Al segundo le dijo: Y tú ¿cuánto debes? Contestó: Cuarenta toneladas de trigo. Le dice: Toma tu recibo y escribe treinta. El dueño alabó al administrador deshonesto por la astucia con que había actuado. Porque los hijos de este mundo son más astutos con sus semejantes que los hijos de la luz”.
Ésta parábola de entrada me hizo pensar en una apología del delito, una alabanza a los actos de corrupción, una patente de corso para los deshonestos y de contera un atentado contra el octavo mandamiento: “No robarás” (Éxodo 20:15). Pero poco a poco fui entendiendo, el mensaje. Pues hay que reparar en el hecho que el administrador de marras, era un derrochador de los bienes de su señor. Conducta que le costó el puesto, por lo que quiso enmendar su conducta y pensando en su futuro, procede a desprenderse de lo material, procurándose indulgencias para asegurarse los bienes eternos.
Este administrador deshonesto pensó en la justicia divina, no pensó en él, sino en beneficiar a sus semejantes para acceder al perdón divino, y ser recibido en las mansiones celestiales. Se despoja este hombre pecador, de su ídolo, que lo esclavizó durante su inescrupulosa administración y ante su inminente despido, decide apostarle a la caridad, a la conversión, a la conmiseración, al perdón y a la indulgencia.
El Señor nos invita a ser honestos, rectos, incorruptibles y trabajadores, pero, no tanto en función de atesorar riquezas materiales en la tierra, sino trabajar con tesón y astucia por obtener los bienes que no perecen. Tal como ocurrió con Zaqueo, que después de ser un deshonesto recaudador de impuestos en favor del imperio opresor, se convierte y devuelve con creces, todo lo que consiguió a través de la vil expoliación a sus semejantes.