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Columnista - 14 diciembre, 2018

Los venecos

La verdolaga y el coquito son dos malezas invasoras, la primera se acaba fácilmente con solo soltarle los 200 morrocones que mi tío Carlos Núñez le cedió a la Drummond para que los conserve y reproduzca; pero con el coquito el cuento es otro, es mucho el Round Up que no es otra cosa que […]

La verdolaga y el coquito son dos malezas invasoras, la primera se acaba fácilmente con solo soltarle los 200 morrocones que mi tío Carlos Núñez le cedió a la Drummond para que los conserve y reproduzca; pero con el coquito el cuento es otro, es mucho el Round Up que no es otra cosa que el inofensivo para los humano Glifosato que ahora lo pintan como veneno y cancerígeno, que hay que echarle para desaparecerlo. Esa es mucha maleza que se reproduce en forma rápida y alarmante. El coquito y los venezolanos que nos invaden, se parecen pero a los venecos, y no se ofendan porque les diga así, ya que deben de acordarse de que ellos a la manguerita succionadora que le llamaban ladrón, en alguna oportunidad le pusieron “colombiano”, no los podemos atacar sino proteger y ayudar, pero hasta donde podemos hacerlo, ya esto se está saliendo de madre, llegan cada día más y más y ya no hay donde meterlos ni cómo ayudarlos y protegerlos, el espectáculo de miseria, hambre y toda clase de necesidades que presentan es aterrador y no hay bolsillo que aguante, no hay sencillo que alcance para ayudarlos en algo, han convertido Colombia y especialmente a estos pueblos fronterizos en unas zonas de pordioseros, desharapados y hambrientos y duele mucho no poder hacer más de lo que se hace para mitigar esas necesidades.

Es urgente que el mundo haga algo para que el cínico de Maduro, que sostiene que ese éxodo es un cuento inventado por el Presidente Duque para desprestigiarlo, cierre sus fronteras, pero no para que entren, sino para que no salgan más venezolanos azotadados por la hambruna y la miseria a rebuscarse de cualquier e inhumana manera: las mujeres en su inmensa mayoría menores de edad a prostituirse, da dolor verlas de bar en bar, de cantina en cantina, en cualquier esquina y por todas las calles ofreciéndose por pocos pesos, parte el alma ver tantos niños famélicos y desnutridos, pipones llenos de lombrices estirando la mano solicitando una moneda y es mortificante y duele ver tantos jóvenes y viejos en “el cartel de los carteles” implorando un mendrugo. Que vamos a hacer con tantos venecos, que vamos a hacer con ellos, con nuestros hermanos venezolanos que ya están saturando nuestro ambiente y dejando sin trabajo a los nuestros porque regalan su mano de obra.

Ojalá Maduro se preocupe por ellos y los mande a buscar cambiando la política de que en vez de recibir balas, cañones, aviones de guerra y misiles de sus amigos les pida más bien alimentos y drogas para su pueblo que tanto lo necesita, tal como lo hace EEUU con sus barcos hospitales.
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Ya duele y preocupa también ir al aeropuerto de esta ciudad, pues la vía de acceso destruye nuestros pobres vehículos y los precios en los diferentes negocios que allí funcionan esfondan nuestros bolsillos. No es posible que una Coca-Colita o una botella de agua cuesten cuatro mil pesos, cuando en cualquier establecimiento la venden a mil y así todo por el estilo, no sería posible señores Concejales, hoy en apuros que me duelen, que crearan la oficina de Control y Precios para erradicar la especulación que de la mano de la usura encarecen notoriamente la vida en esta ciudad.

Por José Aponte Martínez

Columnista
14 diciembre, 2018

Los venecos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José M. Aponte Martínez

La verdolaga y el coquito son dos malezas invasoras, la primera se acaba fácilmente con solo soltarle los 200 morrocones que mi tío Carlos Núñez le cedió a la Drummond para que los conserve y reproduzca; pero con el coquito el cuento es otro, es mucho el Round Up que no es otra cosa que […]


La verdolaga y el coquito son dos malezas invasoras, la primera se acaba fácilmente con solo soltarle los 200 morrocones que mi tío Carlos Núñez le cedió a la Drummond para que los conserve y reproduzca; pero con el coquito el cuento es otro, es mucho el Round Up que no es otra cosa que el inofensivo para los humano Glifosato que ahora lo pintan como veneno y cancerígeno, que hay que echarle para desaparecerlo. Esa es mucha maleza que se reproduce en forma rápida y alarmante. El coquito y los venezolanos que nos invaden, se parecen pero a los venecos, y no se ofendan porque les diga así, ya que deben de acordarse de que ellos a la manguerita succionadora que le llamaban ladrón, en alguna oportunidad le pusieron “colombiano”, no los podemos atacar sino proteger y ayudar, pero hasta donde podemos hacerlo, ya esto se está saliendo de madre, llegan cada día más y más y ya no hay donde meterlos ni cómo ayudarlos y protegerlos, el espectáculo de miseria, hambre y toda clase de necesidades que presentan es aterrador y no hay bolsillo que aguante, no hay sencillo que alcance para ayudarlos en algo, han convertido Colombia y especialmente a estos pueblos fronterizos en unas zonas de pordioseros, desharapados y hambrientos y duele mucho no poder hacer más de lo que se hace para mitigar esas necesidades.

Es urgente que el mundo haga algo para que el cínico de Maduro, que sostiene que ese éxodo es un cuento inventado por el Presidente Duque para desprestigiarlo, cierre sus fronteras, pero no para que entren, sino para que no salgan más venezolanos azotadados por la hambruna y la miseria a rebuscarse de cualquier e inhumana manera: las mujeres en su inmensa mayoría menores de edad a prostituirse, da dolor verlas de bar en bar, de cantina en cantina, en cualquier esquina y por todas las calles ofreciéndose por pocos pesos, parte el alma ver tantos niños famélicos y desnutridos, pipones llenos de lombrices estirando la mano solicitando una moneda y es mortificante y duele ver tantos jóvenes y viejos en “el cartel de los carteles” implorando un mendrugo. Que vamos a hacer con tantos venecos, que vamos a hacer con ellos, con nuestros hermanos venezolanos que ya están saturando nuestro ambiente y dejando sin trabajo a los nuestros porque regalan su mano de obra.

Ojalá Maduro se preocupe por ellos y los mande a buscar cambiando la política de que en vez de recibir balas, cañones, aviones de guerra y misiles de sus amigos les pida más bien alimentos y drogas para su pueblo que tanto lo necesita, tal como lo hace EEUU con sus barcos hospitales.
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Ya duele y preocupa también ir al aeropuerto de esta ciudad, pues la vía de acceso destruye nuestros pobres vehículos y los precios en los diferentes negocios que allí funcionan esfondan nuestros bolsillos. No es posible que una Coca-Colita o una botella de agua cuesten cuatro mil pesos, cuando en cualquier establecimiento la venden a mil y así todo por el estilo, no sería posible señores Concejales, hoy en apuros que me duelen, que crearan la oficina de Control y Precios para erradicar la especulación que de la mano de la usura encarecen notoriamente la vida en esta ciudad.

Por José Aponte Martínez