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Columnista - 27 agosto, 2019

Los que quedan

La noticia me tomó por sorpresa mirando al techo de un hostal barato en Queens aquel Jueves Santo de 2014. Mi primera mañana en Nueva York coincidía con la muerte de García Márquez, una conexión causal de eventos dispares que nunca he logrado escindir y es por ello que aquella ciudad siempre albergará para mí […]

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La noticia me tomó por sorpresa mirando al techo de un hostal barato en Queens aquel Jueves Santo de 2014. Mi primera mañana en Nueva York coincidía con la muerte de García Márquez, una conexión causal de eventos dispares que nunca he logrado escindir y es por ello que aquella ciudad siempre albergará para mí una pastosa nostalgia macondiana. Hasta entonces yo le creía inmortal, o más bien intemporal, como atrapado en una dimensión intermedia entre nosotros y la eternidad que le blindaba contra el tiempo y me generaba la falsa certeza, sustentada solo en la perennidad de las palabras, de que él viviría para siempre.

Ese día me vi obligado a encarar la fragilidad humana de mis propios héroes y a reconocer la verdad inapelable de que los nobeles también se mueren.

Tristemente, Toni Morrison (1993) ha sido la última en unirse a este grupo de fatídicas resignaciones. Con Gabo y ella ya son 13 los ganadores del Premio Nobel de Literatura que han muerto desde 2010 (Naipaul, Tranströmer, Lessing, Kertész, Grass, Saramago, Fo, Heaney, Szymborska, Walcott y Gordimer), una cifra que por poco dobla el número de autores que nos abandonaron en la década pasada (Pinter, Cela, Mahfuz, Simon, Miłosz, Bellow y Solzhenitsyn) y eso que todavía tenemos un larguísimo año por delante. Aunque tal parece que hemos conseguido derrotar a la maldición del galardón, la cual describiría García Márquez hace ya 30 años en una columna de El País de España, según la cual nadie sobrevive siete años luego de obtenerlo, lo cierto es que la Academia Sueca está perdiendo laureados a una mayor velocidad de la que los nombra.

Tras el balance de altas y bajas, el panorama literario es sumamente preocupante, pues a esta epidemia de plumas en silencio tan solo han logrado sobrevivir 15 ganadores, de los cuales apenas once están escribiendo (o cantando, si eres Bob Dylan) en activo, pues Munro (2012) se retiró de la literatura en 2013, Jelinek (2005) está absorta en su ostracismo voluntario, Xingjian (2000) vive su exilio parisino sin apuros y Soyinka (1986) está dedicado a la academia. Con la gran mayoría de ellos acercándose peligrosamente a los 80 años, no deja de asaltarme el desasosiego de pensar que el fuego sagrado de los grandes maestros se está apagando lentamente frente a nosotros y que, salvo que encontremos la forma de hackear las estrictas e imperativas normas de la muerte, solo nos queda disfrutarles con nuestras pupilas mientras tanto y hasta el punto final.

Pero como cada octubre, la emoción vuelve a florecer con la llegada del otoño, y más aún este año porque tendremos doble ración de ganadores del Nobel en un intento desesperado de la Academia Sueca por lavarse la cara tras los bochornosos escándalos que la sacudieron el año pasado. Sin importar a quiénes pertenezcan los nuevos nombres que agregaremos al Olimpo literario, lo importante es apreciar y valorar a las leyendas vivas que todavía nos quedan y nunca dejar de honrar a aquellas que ya no están.
[email protected]

Columnista
27 agosto, 2019

Los que quedan

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Fuad Gonzalo Chacon

La noticia me tomó por sorpresa mirando al techo de un hostal barato en Queens aquel Jueves Santo de 2014. Mi primera mañana en Nueva York coincidía con la muerte de García Márquez, una conexión causal de eventos dispares que nunca he logrado escindir y es por ello que aquella ciudad siempre albergará para mí […]


La noticia me tomó por sorpresa mirando al techo de un hostal barato en Queens aquel Jueves Santo de 2014. Mi primera mañana en Nueva York coincidía con la muerte de García Márquez, una conexión causal de eventos dispares que nunca he logrado escindir y es por ello que aquella ciudad siempre albergará para mí una pastosa nostalgia macondiana. Hasta entonces yo le creía inmortal, o más bien intemporal, como atrapado en una dimensión intermedia entre nosotros y la eternidad que le blindaba contra el tiempo y me generaba la falsa certeza, sustentada solo en la perennidad de las palabras, de que él viviría para siempre.

Ese día me vi obligado a encarar la fragilidad humana de mis propios héroes y a reconocer la verdad inapelable de que los nobeles también se mueren.

Tristemente, Toni Morrison (1993) ha sido la última en unirse a este grupo de fatídicas resignaciones. Con Gabo y ella ya son 13 los ganadores del Premio Nobel de Literatura que han muerto desde 2010 (Naipaul, Tranströmer, Lessing, Kertész, Grass, Saramago, Fo, Heaney, Szymborska, Walcott y Gordimer), una cifra que por poco dobla el número de autores que nos abandonaron en la década pasada (Pinter, Cela, Mahfuz, Simon, Miłosz, Bellow y Solzhenitsyn) y eso que todavía tenemos un larguísimo año por delante. Aunque tal parece que hemos conseguido derrotar a la maldición del galardón, la cual describiría García Márquez hace ya 30 años en una columna de El País de España, según la cual nadie sobrevive siete años luego de obtenerlo, lo cierto es que la Academia Sueca está perdiendo laureados a una mayor velocidad de la que los nombra.

Tras el balance de altas y bajas, el panorama literario es sumamente preocupante, pues a esta epidemia de plumas en silencio tan solo han logrado sobrevivir 15 ganadores, de los cuales apenas once están escribiendo (o cantando, si eres Bob Dylan) en activo, pues Munro (2012) se retiró de la literatura en 2013, Jelinek (2005) está absorta en su ostracismo voluntario, Xingjian (2000) vive su exilio parisino sin apuros y Soyinka (1986) está dedicado a la academia. Con la gran mayoría de ellos acercándose peligrosamente a los 80 años, no deja de asaltarme el desasosiego de pensar que el fuego sagrado de los grandes maestros se está apagando lentamente frente a nosotros y que, salvo que encontremos la forma de hackear las estrictas e imperativas normas de la muerte, solo nos queda disfrutarles con nuestras pupilas mientras tanto y hasta el punto final.

Pero como cada octubre, la emoción vuelve a florecer con la llegada del otoño, y más aún este año porque tendremos doble ración de ganadores del Nobel en un intento desesperado de la Academia Sueca por lavarse la cara tras los bochornosos escándalos que la sacudieron el año pasado. Sin importar a quiénes pertenezcan los nuevos nombres que agregaremos al Olimpo literario, lo importante es apreciar y valorar a las leyendas vivas que todavía nos quedan y nunca dejar de honrar a aquellas que ya no están.
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