Desde mí cocina Por Silvia Betancourt Alliegro La idea de vivir algún día en un pueblo lacustre me atrapó cuando leí Cuando Cante el Cuervo Azul, con la misma intensidad que logró en mi ánimo Robinson Crusoe. Leyendo una columna de Rubén Darío Carrillo titulada ‘La reconstrucción’, publicada en el diario El Pilón de Valledupar […]
Desde mí cocina
Por Silvia Betancourt Alliegro
La idea de vivir algún día en un pueblo lacustre me atrapó cuando leí Cuando Cante el Cuervo Azul, con la misma intensidad que logró en mi ánimo Robinson Crusoe.
Leyendo una columna de Rubén Darío Carrillo titulada ‘La reconstrucción’, publicada en el diario El Pilón de Valledupar el sábado pasado, me asaltó una inmensa alegría ante la perspectiva de… “el desarrollo y construcción de modelos de vivienda ‘palafítica’ que sea útil en épocas de estiaje y durante periodos de lluvia, pensando en no alejar a los habitantes de su entorno y medios de vida”.
¡Qué maravilla de perspectiva! Sería prodigioso si las ministras de Vivienda y la de Ambiente la implementaran desde esa visión, la romería de gente que llegaría hasta esos pueblos para paladear durante sus días de asueto las fascinaciones de una existencia diferente a la común, superaría todos los cálculos.
Sería la primera que me apuntaría, llevando en el equipaje el libro Cuando Cante el Cuervo Azul, para penetrar en espíritu y carne los sentimientos de Astete Celedón y buscar casa por casa a María Olvido para capturar su convicción de que vale la pena la constancia.
Otra posibilidad inmensa es la recuperación del ecosistema recogiendo los conocimientos ancestrales de los primeros pobladores de estas tierras, usando el enlace podríamos continuar con esas metas casi metafísicas que unieron (y unen) al hombre con el planeta y el cosmos.
Pongamos otro ejemplo que capturé en el libro que me acompañaría y que le serviría a la vice ministra de Medio Ambiente, la bióloga Sandra Bessudo, con quien debería ponerse en contacto Rubén Darío Carrillo y la escritora Mary Daza:
– Señorita Eluard, este pueblo lo fundó mi abuelo. Se llamaba Efrén, vino de las orillas del río Magdalena, por los lados de Gamarra, buscando un sitio donde establecerse. El grupo de hombres que lo acompañaba levantó sus casas en las orillas de la ciénaga, pero tuvo que mudarse aquí dentro del agua por causa de los mosquitos que acosaban.
– ¿Y no era peor aquí en el agua?
– No. Aunque todo el mundo crea lo contrario, cien metros agua adentro los mosquitos no llegan.
– ¿Por qué escogió su abuelo este sitio?
– Por falta de tierra, lo habían desalojado de una invasión y quería algo propio. De Aquí no lo sacó nadie.
En este diálogo ideado por mi periodista favorita está concentrado el meollo del problema y la respectiva solución. Hago votos para que se encuentren Rubén Darío y Eunice Eluard para que se trencen en un diálogo productivo para todo mi país.
Desde mí cocina Por Silvia Betancourt Alliegro La idea de vivir algún día en un pueblo lacustre me atrapó cuando leí Cuando Cante el Cuervo Azul, con la misma intensidad que logró en mi ánimo Robinson Crusoe. Leyendo una columna de Rubén Darío Carrillo titulada ‘La reconstrucción’, publicada en el diario El Pilón de Valledupar […]
Desde mí cocina
Por Silvia Betancourt Alliegro
La idea de vivir algún día en un pueblo lacustre me atrapó cuando leí Cuando Cante el Cuervo Azul, con la misma intensidad que logró en mi ánimo Robinson Crusoe.
Leyendo una columna de Rubén Darío Carrillo titulada ‘La reconstrucción’, publicada en el diario El Pilón de Valledupar el sábado pasado, me asaltó una inmensa alegría ante la perspectiva de… “el desarrollo y construcción de modelos de vivienda ‘palafítica’ que sea útil en épocas de estiaje y durante periodos de lluvia, pensando en no alejar a los habitantes de su entorno y medios de vida”.
¡Qué maravilla de perspectiva! Sería prodigioso si las ministras de Vivienda y la de Ambiente la implementaran desde esa visión, la romería de gente que llegaría hasta esos pueblos para paladear durante sus días de asueto las fascinaciones de una existencia diferente a la común, superaría todos los cálculos.
Sería la primera que me apuntaría, llevando en el equipaje el libro Cuando Cante el Cuervo Azul, para penetrar en espíritu y carne los sentimientos de Astete Celedón y buscar casa por casa a María Olvido para capturar su convicción de que vale la pena la constancia.
Otra posibilidad inmensa es la recuperación del ecosistema recogiendo los conocimientos ancestrales de los primeros pobladores de estas tierras, usando el enlace podríamos continuar con esas metas casi metafísicas que unieron (y unen) al hombre con el planeta y el cosmos.
Pongamos otro ejemplo que capturé en el libro que me acompañaría y que le serviría a la vice ministra de Medio Ambiente, la bióloga Sandra Bessudo, con quien debería ponerse en contacto Rubén Darío Carrillo y la escritora Mary Daza:
– Señorita Eluard, este pueblo lo fundó mi abuelo. Se llamaba Efrén, vino de las orillas del río Magdalena, por los lados de Gamarra, buscando un sitio donde establecerse. El grupo de hombres que lo acompañaba levantó sus casas en las orillas de la ciénaga, pero tuvo que mudarse aquí dentro del agua por causa de los mosquitos que acosaban.
– ¿Y no era peor aquí en el agua?
– No. Aunque todo el mundo crea lo contrario, cien metros agua adentro los mosquitos no llegan.
– ¿Por qué escogió su abuelo este sitio?
– Por falta de tierra, lo habían desalojado de una invasión y quería algo propio. De Aquí no lo sacó nadie.
En este diálogo ideado por mi periodista favorita está concentrado el meollo del problema y la respectiva solución. Hago votos para que se encuentren Rubén Darío y Eunice Eluard para que se trencen en un diálogo productivo para todo mi país.