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Columnista - 25 noviembre, 2013

Los orígenes de nuestra anomia

Por Oscar Ariza Las subregión que se extiende desde Barrancas Guajira hasta Codazzi Cesar, a la que muchos denominan país vallenato, llamado así por ser una zona que comparte elementos históricos, culturales y económicos, hace parte de una cultura fronteriza que sin perder sus conexiones con el ser colombiano, presentan particularidades debido a la ausencia […]

Por Oscar Ariza

Las subregión que se extiende desde Barrancas Guajira hasta Codazzi Cesar, a la que muchos denominan país vallenato, llamado así por ser una zona que comparte elementos históricos, culturales y económicos, hace parte de una cultura fronteriza que sin perder sus conexiones con el ser colombiano, presentan particularidades debido a la ausencia del mismo Estado para establecer soberanía política y legislativa. Estas poblaciones principalmente las del sur de la Guajira y algunas del Cesar como la Paz y además de la agricultura y la ganadería han vivido del contrabando, lo que ha hecho que muchas de sus actividades tengan como referencia lo ilegal por ser resultados de actividades comerciales que tienen que ver con el contrabando o se derivan de éste.

Las primeras señales de contrabando en la Guajira provienen de la época de la conquista y la colonia, cuando arribaron barcos de Europa que introdujeron a la región el negocio ilegal de armas de fuego y licores, luego el contrabando de otros productos que traían de islas como Aruba y Curazao para evadir los impuestos de la colonia configuraron una forma de producción económica que se convirtió en costumbre para la mayoría de sus habitantes. La misma explotación de las perlas por parte de los conquistadores llevó a que esta actividad adquiriera unos ribetes de ilegalidad, pues la mayoría de quienes trabajaban en esta empresa sacaban las riquezas sin declararlas a la corona y las exportaban como contrabando que salía por las mismas islas desde donde llegaban ilegalmente los productos de consumo.

El intercambio comercial llevó a que se desarrollara una cultura del contrabando que aún persiste en el tiempo y ha llevado a configurar esta actividad como legítima por la cultura a pesar que la normatividad del Estado la considera ilegal. Hoy una gruesa población Guajira, y concretamente de los municipios que conforma la baja Guajira y a su vez  los que hacen parte del denominado País vallenato conviven con actividades ilegales que se derivan del contrabando, desde el tráfico ilegal que abarca productos relacionados con la comida, el vestido, electrodomésticos, gasolina, que se consiguen a bajos precios,  hasta otras actividades como el narcotráfico y el comercio de explosivos y municiones.

Lo interesante es que para muchos, estas actividades son absolutamente legítimas al ser practicadas como parte de la tradición, hasta el punto que reclaman mediante protestas, el derecho a vivir del contrabando ante la ausencia de un Estado que les garantice su subsistencia mediante otras actividades lo suficientemente lucrativas para reemplazarlo.

Este desconocimiento y negación de las normas conduce a su menosprecio y genera una cultura de la anomia que lleva a que los ciudadanos traten de aplicar el concepto de justicia por sus propias manos o salgan a legitimar sus acciones ante la inoperancia del Estado. Estos son los argumentos que han sostenido la presencia del contrabando y la violencia generada a partir de estas actividades.

 

Columnista
25 noviembre, 2013

Los orígenes de nuestra anomia

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Oscar Ariza Daza

Por Oscar Ariza Las subregión que se extiende desde Barrancas Guajira hasta Codazzi Cesar, a la que muchos denominan país vallenato, llamado así por ser una zona que comparte elementos históricos, culturales y económicos, hace parte de una cultura fronteriza que sin perder sus conexiones con el ser colombiano, presentan particularidades debido a la ausencia […]


Por Oscar Ariza

Las subregión que se extiende desde Barrancas Guajira hasta Codazzi Cesar, a la que muchos denominan país vallenato, llamado así por ser una zona que comparte elementos históricos, culturales y económicos, hace parte de una cultura fronteriza que sin perder sus conexiones con el ser colombiano, presentan particularidades debido a la ausencia del mismo Estado para establecer soberanía política y legislativa. Estas poblaciones principalmente las del sur de la Guajira y algunas del Cesar como la Paz y además de la agricultura y la ganadería han vivido del contrabando, lo que ha hecho que muchas de sus actividades tengan como referencia lo ilegal por ser resultados de actividades comerciales que tienen que ver con el contrabando o se derivan de éste.

Las primeras señales de contrabando en la Guajira provienen de la época de la conquista y la colonia, cuando arribaron barcos de Europa que introdujeron a la región el negocio ilegal de armas de fuego y licores, luego el contrabando de otros productos que traían de islas como Aruba y Curazao para evadir los impuestos de la colonia configuraron una forma de producción económica que se convirtió en costumbre para la mayoría de sus habitantes. La misma explotación de las perlas por parte de los conquistadores llevó a que esta actividad adquiriera unos ribetes de ilegalidad, pues la mayoría de quienes trabajaban en esta empresa sacaban las riquezas sin declararlas a la corona y las exportaban como contrabando que salía por las mismas islas desde donde llegaban ilegalmente los productos de consumo.

El intercambio comercial llevó a que se desarrollara una cultura del contrabando que aún persiste en el tiempo y ha llevado a configurar esta actividad como legítima por la cultura a pesar que la normatividad del Estado la considera ilegal. Hoy una gruesa población Guajira, y concretamente de los municipios que conforma la baja Guajira y a su vez  los que hacen parte del denominado País vallenato conviven con actividades ilegales que se derivan del contrabando, desde el tráfico ilegal que abarca productos relacionados con la comida, el vestido, electrodomésticos, gasolina, que se consiguen a bajos precios,  hasta otras actividades como el narcotráfico y el comercio de explosivos y municiones.

Lo interesante es que para muchos, estas actividades son absolutamente legítimas al ser practicadas como parte de la tradición, hasta el punto que reclaman mediante protestas, el derecho a vivir del contrabando ante la ausencia de un Estado que les garantice su subsistencia mediante otras actividades lo suficientemente lucrativas para reemplazarlo.

Este desconocimiento y negación de las normas conduce a su menosprecio y genera una cultura de la anomia que lleva a que los ciudadanos traten de aplicar el concepto de justicia por sus propias manos o salgan a legitimar sus acciones ante la inoperancia del Estado. Estos son los argumentos que han sostenido la presencia del contrabando y la violencia generada a partir de estas actividades.