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Columnista - 20 febrero, 2019

Los neo–marxismos y el movimiento social demócrata (II)

Aquí continuamos la columna anterior, desarrollando los aspectos allí anunciados. Primer aspecto: decía Lenin que antes de la proletarización total, el capitalismo tendría una última fase, que denominaba Imperialismo Internacional, el cual tiene como característica la unión de las potencias capitalistas de occidente para encontrar nuevos mercados en los países colonizados, lo cual terminaría en […]

Aquí continuamos la columna anterior, desarrollando los aspectos allí anunciados. Primer aspecto: decía Lenin que antes de la proletarización total, el capitalismo tendría una última fase, que denominaba Imperialismo Internacional, el cual tiene como característica la unión de las potencias capitalistas de occidente para encontrar nuevos mercados en los países colonizados, lo cual terminaría en una guerra internacional o por lo menos en una enconada lucha entre aquéllos y éstos.

De ésta manera se abriría una puerta de entendimiento entre la ideología marxista universalista y los movimientos de liberación nacional, lo que se haría realidad en el proceso de descolonización (lo que restaba) del siglo XX.

Segundo aspecto. El papel del partido comunista. Entre otros teóricos dirigentes marxistas, Rosa de Luxemburgo, criticaron duramente la posición de Lenin, quien consideraba que la determinación voluntaria y la organización cuasi militar del partido podían reemplazar la falta de concientización de las masas proletarias o la no completa madurez de la situación social. Para él, el partido es la conciencia del proletariado, que ocupa el puesto que las masas deberían ocupar. Justamente, este fue el papel que desempeñó el centralizado partido comunista soviético, sin oposiciones internas y con una estructura cuasi militar.

El tercer elemento es la idea de la dictadura del proletariado, según la cual el partido debe apropiarse del Estado, para destruir las relaciones de dominio burgués y ponerlo al servicio del proletariado, para suprimir las alienaciones, a través de la colectivización, la lucha contra la religión y los modos de pensar burgueses, y después instalar una democracia directa para impedir el riesgo de la burocratización propia del Estado burgués. Sin embargo, ésta última función del Estado jamás se ha hecho realidad, sino que ha quedado estacionada en un Estado dictatorial personalista.

Después de la muerte de Lenin, aparecen dos personajes importantes en el gobierno revolucionario Ruso. Stalin (1879-1953) y Trotsky (1879-1940), dos contemporáneos, este último derrotado en la lucha por el poder y asesinado en México por orden del primero.
Trotsky fue el sostenedor de la idea de la revolución permanente: internacionalizar la revolución hasta universalizarla, lo que se demostró impracticable por las circunstancias socio-económicas de la Europa desarrollada. En cambio, Stalin impondría su doctrina del “socialismo en un solo país”. Pragmático como era opto por reformar primero el sistema comunista soviético, para llevarlo después al resto del mundo.
Su sistema se convirtió en un nacionalismo heredero del pensamiento secular Ruso por una hegemonía mundial.

El Stanilismo representó, y ello pasó a sus secuaces en el mundo: represión, genocidio, burocratización, militarismo.

Al respecto Trotsky escribió en el exilio: “la Revolución Traicionada” en cuyo libro afirma que Stalin desempeñó en la revolución Rusa una función similar a la de Napoleón en la revolución francesa, lo cual no es justo para con el régimen Napoleónico, pues en varios aspectos reguló la convivencia francesa a través del Código Civil que lleva su nombre, cuyas normas fueron transferidas después a varios países, Chile, Colombia, etc.

Continuará…
[email protected]

Columnista
20 febrero, 2019

Los neo–marxismos y el movimiento social demócrata (II)

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodrigo López Barros

Aquí continuamos la columna anterior, desarrollando los aspectos allí anunciados. Primer aspecto: decía Lenin que antes de la proletarización total, el capitalismo tendría una última fase, que denominaba Imperialismo Internacional, el cual tiene como característica la unión de las potencias capitalistas de occidente para encontrar nuevos mercados en los países colonizados, lo cual terminaría en […]


Aquí continuamos la columna anterior, desarrollando los aspectos allí anunciados. Primer aspecto: decía Lenin que antes de la proletarización total, el capitalismo tendría una última fase, que denominaba Imperialismo Internacional, el cual tiene como característica la unión de las potencias capitalistas de occidente para encontrar nuevos mercados en los países colonizados, lo cual terminaría en una guerra internacional o por lo menos en una enconada lucha entre aquéllos y éstos.

De ésta manera se abriría una puerta de entendimiento entre la ideología marxista universalista y los movimientos de liberación nacional, lo que se haría realidad en el proceso de descolonización (lo que restaba) del siglo XX.

Segundo aspecto. El papel del partido comunista. Entre otros teóricos dirigentes marxistas, Rosa de Luxemburgo, criticaron duramente la posición de Lenin, quien consideraba que la determinación voluntaria y la organización cuasi militar del partido podían reemplazar la falta de concientización de las masas proletarias o la no completa madurez de la situación social. Para él, el partido es la conciencia del proletariado, que ocupa el puesto que las masas deberían ocupar. Justamente, este fue el papel que desempeñó el centralizado partido comunista soviético, sin oposiciones internas y con una estructura cuasi militar.

El tercer elemento es la idea de la dictadura del proletariado, según la cual el partido debe apropiarse del Estado, para destruir las relaciones de dominio burgués y ponerlo al servicio del proletariado, para suprimir las alienaciones, a través de la colectivización, la lucha contra la religión y los modos de pensar burgueses, y después instalar una democracia directa para impedir el riesgo de la burocratización propia del Estado burgués. Sin embargo, ésta última función del Estado jamás se ha hecho realidad, sino que ha quedado estacionada en un Estado dictatorial personalista.

Después de la muerte de Lenin, aparecen dos personajes importantes en el gobierno revolucionario Ruso. Stalin (1879-1953) y Trotsky (1879-1940), dos contemporáneos, este último derrotado en la lucha por el poder y asesinado en México por orden del primero.
Trotsky fue el sostenedor de la idea de la revolución permanente: internacionalizar la revolución hasta universalizarla, lo que se demostró impracticable por las circunstancias socio-económicas de la Europa desarrollada. En cambio, Stalin impondría su doctrina del “socialismo en un solo país”. Pragmático como era opto por reformar primero el sistema comunista soviético, para llevarlo después al resto del mundo.
Su sistema se convirtió en un nacionalismo heredero del pensamiento secular Ruso por una hegemonía mundial.

El Stanilismo representó, y ello pasó a sus secuaces en el mundo: represión, genocidio, burocratización, militarismo.

Al respecto Trotsky escribió en el exilio: “la Revolución Traicionada” en cuyo libro afirma que Stalin desempeñó en la revolución Rusa una función similar a la de Napoleón en la revolución francesa, lo cual no es justo para con el régimen Napoleónico, pues en varios aspectos reguló la convivencia francesa a través del Código Civil que lleva su nombre, cuyas normas fueron transferidas después a varios países, Chile, Colombia, etc.

Continuará…
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