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Columnista - 10 febrero, 2017

Los idiotas del sur

El 21 de noviembre de 2016, frente a un auditorio de rostros plurales, Bill de Blasio, alcalde de Nueva York, pronunció un discurso enternecedor, hermoso. Sin muecas y sobresaltos, señaló que va a utilizar todas las herramientas jurídicas que sean necesarias para salvaguardar a la gente de su ciudad de aquellas decisiones discriminatorias que procedan […]

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El 21 de noviembre de 2016, frente a un auditorio de rostros plurales, Bill de Blasio, alcalde de Nueva York, pronunció un discurso enternecedor, hermoso. Sin muecas y sobresaltos, señaló que va a utilizar todas las herramientas jurídicas que sean necesarias para salvaguardar a la gente de su ciudad de aquellas decisiones discriminatorias que procedan de la Casa Blanca. Además, indicó que no permitirá que las familias de inmigrantes sean separadas, ni que los policías se guíen por la raza de las personas para proceder, ni que las amenazas con los fondos federales afecten las políticas sociales.

“Esto es Nueva York. Nada sobre quienes somos ha cambiado después del día de las elecciones”, dijo al finalizar su intervención aquella mañana en Cooper Union, en el lanzamiento de la campaña #AlwaysNewYork (#SiempreNuevaYork). Por supuesto, Bill de Blasio estaba retando a Donald Trump (entonces Presidente electo de E.E.U.U.), con quien se había reunido la semana anterior para conversar sobre algunos temas que pueden perjudicar a las minorías, como es el caso de los cacheos arbitrarios, práctica policial que fue prohibida por un juez en 2013. Aquel fue un acto de gallardía del alcalde, un acto que se enfrentó a la desvergüenza, a la mezquindad y a la estupidez.

Hace dos semanas, Trump (ya Presidente en ejercicio de E.E.U.U.) expidió unos decretos que disponen empezar con la construcción de un muro en los 3.200 kilómetros de frontera con México y cortar los fondos federales de las ciudades que no se muestren dispuestas a deportar a los inmigrantes sin documentación. Bill de Blasio enseguida reaccionó de forma aguerrida: “Protegeremos a toda nuestra gente sin interesar de dónde vienen y sin interesar su estatus migratorio”, manifestó en una rueda de prensa que convocó y luego agregó en su cuenta de Twitter: “El decreto del presidente Trump sobre la inmigración está en contra de los valores de nuestra ciudad y de los valores de los Estados Unidos”.

La manera de actuar de Bill de Blasio ante las desfachateces de Trump es coherente, natural. El alcalde es un demócrata que recicla compulsivamente, llama a la gente como brother, se casó con una feminista lesbiana afroamericana, tiene dos hijos morenos con pinta de músicos de rap, realizó un posgrado en Columbia sobre América Latina, habla perfectamente español, viajó a Nicaragua a apoyar el sandinismo, confiesa que su filosofía política es una combinación del New Deal de Roosevelt y de la Teología de la Liberación. Mejor dicho, hace parte de su esencia como ser humano luchar por los derechos de las minorías, diferencia enorme con el pensamiento y el estilo de vida del troglodita de Trump.

Bill no tiembla ante Trump, quiere salvaguardar a Nueva York del retroceso y del odio: “Somos una comunidad de inmigrantes y la ciudad de la oportunidad”, expresa con convicción. Él es un símbolo del mundo moderno (no quiere decir que sea perfecto) y Trump es un muro, un muro del pasado, del enfado, de la crueldad, es un fascista perdido en los laberintos del siglo XXI. Por eso da tristeza y a veces risa ver como algunas personas y hasta líderes de América Latina y Colombia, se alegran con el discurso y la conducta de Trump, no es coherente ser latino y estar felices con la victoria de este señor, solo los idiotas son capaces de alegrarse con el desprecio, el rencor y el asco que otro le tiene.

Columnista
10 febrero, 2017

Los idiotas del sur

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Carlos Cesar Silva

El 21 de noviembre de 2016, frente a un auditorio de rostros plurales, Bill de Blasio, alcalde de Nueva York, pronunció un discurso enternecedor, hermoso. Sin muecas y sobresaltos, señaló que va a utilizar todas las herramientas jurídicas que sean necesarias para salvaguardar a la gente de su ciudad de aquellas decisiones discriminatorias que procedan […]


El 21 de noviembre de 2016, frente a un auditorio de rostros plurales, Bill de Blasio, alcalde de Nueva York, pronunció un discurso enternecedor, hermoso. Sin muecas y sobresaltos, señaló que va a utilizar todas las herramientas jurídicas que sean necesarias para salvaguardar a la gente de su ciudad de aquellas decisiones discriminatorias que procedan de la Casa Blanca. Además, indicó que no permitirá que las familias de inmigrantes sean separadas, ni que los policías se guíen por la raza de las personas para proceder, ni que las amenazas con los fondos federales afecten las políticas sociales.

“Esto es Nueva York. Nada sobre quienes somos ha cambiado después del día de las elecciones”, dijo al finalizar su intervención aquella mañana en Cooper Union, en el lanzamiento de la campaña #AlwaysNewYork (#SiempreNuevaYork). Por supuesto, Bill de Blasio estaba retando a Donald Trump (entonces Presidente electo de E.E.U.U.), con quien se había reunido la semana anterior para conversar sobre algunos temas que pueden perjudicar a las minorías, como es el caso de los cacheos arbitrarios, práctica policial que fue prohibida por un juez en 2013. Aquel fue un acto de gallardía del alcalde, un acto que se enfrentó a la desvergüenza, a la mezquindad y a la estupidez.

Hace dos semanas, Trump (ya Presidente en ejercicio de E.E.U.U.) expidió unos decretos que disponen empezar con la construcción de un muro en los 3.200 kilómetros de frontera con México y cortar los fondos federales de las ciudades que no se muestren dispuestas a deportar a los inmigrantes sin documentación. Bill de Blasio enseguida reaccionó de forma aguerrida: “Protegeremos a toda nuestra gente sin interesar de dónde vienen y sin interesar su estatus migratorio”, manifestó en una rueda de prensa que convocó y luego agregó en su cuenta de Twitter: “El decreto del presidente Trump sobre la inmigración está en contra de los valores de nuestra ciudad y de los valores de los Estados Unidos”.

La manera de actuar de Bill de Blasio ante las desfachateces de Trump es coherente, natural. El alcalde es un demócrata que recicla compulsivamente, llama a la gente como brother, se casó con una feminista lesbiana afroamericana, tiene dos hijos morenos con pinta de músicos de rap, realizó un posgrado en Columbia sobre América Latina, habla perfectamente español, viajó a Nicaragua a apoyar el sandinismo, confiesa que su filosofía política es una combinación del New Deal de Roosevelt y de la Teología de la Liberación. Mejor dicho, hace parte de su esencia como ser humano luchar por los derechos de las minorías, diferencia enorme con el pensamiento y el estilo de vida del troglodita de Trump.

Bill no tiembla ante Trump, quiere salvaguardar a Nueva York del retroceso y del odio: “Somos una comunidad de inmigrantes y la ciudad de la oportunidad”, expresa con convicción. Él es un símbolo del mundo moderno (no quiere decir que sea perfecto) y Trump es un muro, un muro del pasado, del enfado, de la crueldad, es un fascista perdido en los laberintos del siglo XXI. Por eso da tristeza y a veces risa ver como algunas personas y hasta líderes de América Latina y Colombia, se alegran con el discurso y la conducta de Trump, no es coherente ser latino y estar felices con la victoria de este señor, solo los idiotas son capaces de alegrarse con el desprecio, el rencor y el asco que otro le tiene.