Escuchar música vallenata, sobre todo la vieja, refresca el alma y entusiasma al disparar las emociones que a su vez traen consigo los recuerdos y estos las nostalgias. Estas nostalgias se acrecientan en la medida en que escuchamos a los buenos músicos en la interpretación de aquellas melodías que han hecho la historia nuestra. Los […]
Escuchar música vallenata, sobre todo la vieja, refresca el alma y entusiasma al disparar las emociones que a su vez traen consigo los recuerdos y estos las nostalgias.
Estas nostalgias se acrecientan en la medida en que escuchamos a los buenos músicos en la interpretación de aquellas melodías que han hecho la historia nuestra.
Los he escuchado con mucho detenimiento y he seleccionado entre otros a los que con seguridad deben ostentar la herencia de aquel grande, el más grande para mi imaginación formada dentro de la esencia del vallenato vallenato: Colacho Mendoza.
No me canso de escuchar a Wilber y su digitación maravillosa que por genética lo hace heredero directo, pero me confundo cuando escucho al Cocha Molina y su nota pareja con sus pausas sincronizadas y sus cadencias como ecos que se reflejan sobre aguas mansas, y entonces dudo al seguir escuchando, y aparece la interpretación perfecta, con los cambios perfectos y repentinos de las notas de Alvaro López, cuando sus combinaciones transportadas paran y continúan, continúan y paran repentinamente, y alteran con la misma suavidad las emociones de quienes las escuchan, y entonces renacen nuevamente las nostalgias del ayer que el gran Colacho en sus estados de letargos musicales hacía derramar sentimientos y lágrimas de emociones profundas a cualquiera que tuviera sentido de pertenencia por la música y por la tierra de sus entrañas.
Iba a tomar una decisión con respecto a quien debía llevarse esa herencia, cuando para complementar con mi análisis oí las notas de Hugo Carlos Granados y no quise escuchar a otros más, para no seguir enredándome, pues mi cerebro empezó a ser dominado por las dudas que terminaron confundiendo mis resultados finales para que, como buen juez, haciendo uso del principio de equidad, pudiera indicar al determinador directo.
Entonces resolví dejar las cosas como están y entregar la herencia de Colacho a la comunidad de intérpretes del acordeón, declarándola patrimonio de todos.
La duda es el peor enemigo a la hora de tomar decisiones, pues no deja inclinar la balanza de la justicia a uno u otro lado.
Leía estas notas en voz alta a mi señora, cuando me replicó con cierta inconformidad: “¿Y en dónde dejas a Emilianito?”. Sin pensar respondí: “No te preocupes, él no necesita heredar, tiene mucha riqueza musical y detrás de ella andan pendiente muchos”.Decanté mi pluma y me puse a pensar como muchas veces he pensado: “¡Carajo!, Colacho deja muchos herederos; espero que alguien me descifre, quién ha recibido la mayor parte, o quién debe ser su heredero único, para que con la escala del acordeón haga lo que le dé la gana, como el rey lo hacía”.
Escuchar música vallenata, sobre todo la vieja, refresca el alma y entusiasma al disparar las emociones que a su vez traen consigo los recuerdos y estos las nostalgias. Estas nostalgias se acrecientan en la medida en que escuchamos a los buenos músicos en la interpretación de aquellas melodías que han hecho la historia nuestra. Los […]
Escuchar música vallenata, sobre todo la vieja, refresca el alma y entusiasma al disparar las emociones que a su vez traen consigo los recuerdos y estos las nostalgias.
Estas nostalgias se acrecientan en la medida en que escuchamos a los buenos músicos en la interpretación de aquellas melodías que han hecho la historia nuestra.
Los he escuchado con mucho detenimiento y he seleccionado entre otros a los que con seguridad deben ostentar la herencia de aquel grande, el más grande para mi imaginación formada dentro de la esencia del vallenato vallenato: Colacho Mendoza.
No me canso de escuchar a Wilber y su digitación maravillosa que por genética lo hace heredero directo, pero me confundo cuando escucho al Cocha Molina y su nota pareja con sus pausas sincronizadas y sus cadencias como ecos que se reflejan sobre aguas mansas, y entonces dudo al seguir escuchando, y aparece la interpretación perfecta, con los cambios perfectos y repentinos de las notas de Alvaro López, cuando sus combinaciones transportadas paran y continúan, continúan y paran repentinamente, y alteran con la misma suavidad las emociones de quienes las escuchan, y entonces renacen nuevamente las nostalgias del ayer que el gran Colacho en sus estados de letargos musicales hacía derramar sentimientos y lágrimas de emociones profundas a cualquiera que tuviera sentido de pertenencia por la música y por la tierra de sus entrañas.
Iba a tomar una decisión con respecto a quien debía llevarse esa herencia, cuando para complementar con mi análisis oí las notas de Hugo Carlos Granados y no quise escuchar a otros más, para no seguir enredándome, pues mi cerebro empezó a ser dominado por las dudas que terminaron confundiendo mis resultados finales para que, como buen juez, haciendo uso del principio de equidad, pudiera indicar al determinador directo.
Entonces resolví dejar las cosas como están y entregar la herencia de Colacho a la comunidad de intérpretes del acordeón, declarándola patrimonio de todos.
La duda es el peor enemigo a la hora de tomar decisiones, pues no deja inclinar la balanza de la justicia a uno u otro lado.
Leía estas notas en voz alta a mi señora, cuando me replicó con cierta inconformidad: “¿Y en dónde dejas a Emilianito?”. Sin pensar respondí: “No te preocupes, él no necesita heredar, tiene mucha riqueza musical y detrás de ella andan pendiente muchos”.Decanté mi pluma y me puse a pensar como muchas veces he pensado: “¡Carajo!, Colacho deja muchos herederos; espero que alguien me descifre, quién ha recibido la mayor parte, o quién debe ser su heredero único, para que con la escala del acordeón haga lo que le dé la gana, como el rey lo hacía”.