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Columnista - 9 noviembre, 2020

Los estragos de la violencia

La violencia es el peor invento del hombre. Es la razón de la sinrazón. Es un huracán endemoniado que destruye todo lo que encuentra, no distingue edades ni sexos, ni rocas ni monumentos. Los violentos aman la guerra, deshumanizan sus sentimientos; la zozobra multiplica los ojos en los espejos por el temor que los asedia […]

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La violencia es el peor invento del hombre. Es la razón de la sinrazón. Es un huracán endemoniado que destruye todo lo que encuentra, no distingue edades ni sexos, ni rocas ni monumentos. Los violentos aman la guerra, deshumanizan sus sentimientos; la zozobra multiplica los ojos en los espejos por el temor que los asedia y una horda de hienas custodia las riberas del insomnio.  El guerrero es como el tigre que camina en ausencia de luz para no observar sus huellas y las prevenciones lo vuelven escurridizo que huye hasta de su propia sombra.   

Los expertos en conflictos sociales coinciden en señalar que en un país con tantas desigualdades sociales y económicas son muchos los factores que originan violencia, como: los desplazamientos, la falta de oportunidades de trabajo, la corrupción, la mentalidad del dinero fácil y rápido, las presiones de la mafia y la delincuencia organizada, el narcotráfico, la explotación salarial y la impunidad; por eso no hay que cargarle toda la responsabilidad de los actos delictivos y la inseguridad a la policía. En muchas ocasiones agentes de la policía actúan como héroes, exponen la vida para capturar a los sindicados, pero la laxitud de nuestras leyes, las habilidades de los abogados y las presiones de las mafias permiten que dejen pronto en libertad a los infractores.

En los grupos delictivos organizados existen algunos integrantes que también son víctimas porque fueron reclutados. Les comparto este relato de un suceso real en la región. “Para cada quien el tiempo tiene su medida. Apenas una semana llevaba atado a un árbol en un lugar de la selva, pero para él era una eternidad. La lluvia, la espesura de los árboles, la presencia de los secuestradores armados y el temor por el ruido de los helicópteros del Ejército. Su mirada de cautivo se detenía con paciencia en el rostro de dos de sus captores. Uno moreno alto y el otro, una mujer joven.

Con el pasar de los días, pudo alcanzar la atención del hombre y en un breve cruce de palabra le pregunta su nombre. Con la respuesta queda sorprendido. Ambos tienen el mismo apellido, y le dice: Te pareces a mi hermano mayor, que hace muchos años murió, ojalá que reencarnará en ti, para que tengas misericordia y me liberes. Con una mirada esquiva, se aleja para terminar el diálogo.

Al día siguiente se presenta la oportunidad de hablar con la joven mujer que tenía la imagen de la tristeza tatuada en su rostro. Él le dice, tú te pareces que fueras de esta región, hija de fulana.

Sí, señor, yo soy hija de esa señora.  Yo también me siento secuestrada como usted, a pesar de tener un fusil.  Fui reclutada con cinco mujeres de mi edad, y estamos amenazadas que si nos volamos nos matan a nuestros padres, ya lo hicieron con una que se voló.  Al igual que a usted a mí también me vigilan. Alguien viene, hagamos silencio y siga fingiendo que está dormido. Pero el viejo tuvo tiempo, mirarla con piedad y decir- cuando se acabará está violencia”-.    

Columnista
9 noviembre, 2020

Los estragos de la violencia

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Atuesta Mindiola

La violencia es el peor invento del hombre. Es la razón de la sinrazón. Es un huracán endemoniado que destruye todo lo que encuentra, no distingue edades ni sexos, ni rocas ni monumentos. Los violentos aman la guerra, deshumanizan sus sentimientos; la zozobra multiplica los ojos en los espejos por el temor que los asedia […]


La violencia es el peor invento del hombre. Es la razón de la sinrazón. Es un huracán endemoniado que destruye todo lo que encuentra, no distingue edades ni sexos, ni rocas ni monumentos. Los violentos aman la guerra, deshumanizan sus sentimientos; la zozobra multiplica los ojos en los espejos por el temor que los asedia y una horda de hienas custodia las riberas del insomnio.  El guerrero es como el tigre que camina en ausencia de luz para no observar sus huellas y las prevenciones lo vuelven escurridizo que huye hasta de su propia sombra.   

Los expertos en conflictos sociales coinciden en señalar que en un país con tantas desigualdades sociales y económicas son muchos los factores que originan violencia, como: los desplazamientos, la falta de oportunidades de trabajo, la corrupción, la mentalidad del dinero fácil y rápido, las presiones de la mafia y la delincuencia organizada, el narcotráfico, la explotación salarial y la impunidad; por eso no hay que cargarle toda la responsabilidad de los actos delictivos y la inseguridad a la policía. En muchas ocasiones agentes de la policía actúan como héroes, exponen la vida para capturar a los sindicados, pero la laxitud de nuestras leyes, las habilidades de los abogados y las presiones de las mafias permiten que dejen pronto en libertad a los infractores.

En los grupos delictivos organizados existen algunos integrantes que también son víctimas porque fueron reclutados. Les comparto este relato de un suceso real en la región. “Para cada quien el tiempo tiene su medida. Apenas una semana llevaba atado a un árbol en un lugar de la selva, pero para él era una eternidad. La lluvia, la espesura de los árboles, la presencia de los secuestradores armados y el temor por el ruido de los helicópteros del Ejército. Su mirada de cautivo se detenía con paciencia en el rostro de dos de sus captores. Uno moreno alto y el otro, una mujer joven.

Con el pasar de los días, pudo alcanzar la atención del hombre y en un breve cruce de palabra le pregunta su nombre. Con la respuesta queda sorprendido. Ambos tienen el mismo apellido, y le dice: Te pareces a mi hermano mayor, que hace muchos años murió, ojalá que reencarnará en ti, para que tengas misericordia y me liberes. Con una mirada esquiva, se aleja para terminar el diálogo.

Al día siguiente se presenta la oportunidad de hablar con la joven mujer que tenía la imagen de la tristeza tatuada en su rostro. Él le dice, tú te pareces que fueras de esta región, hija de fulana.

Sí, señor, yo soy hija de esa señora.  Yo también me siento secuestrada como usted, a pesar de tener un fusil.  Fui reclutada con cinco mujeres de mi edad, y estamos amenazadas que si nos volamos nos matan a nuestros padres, ya lo hicieron con una que se voló.  Al igual que a usted a mí también me vigilan. Alguien viene, hagamos silencio y siga fingiendo que está dormido. Pero el viejo tuvo tiempo, mirarla con piedad y decir- cuando se acabará está violencia”-.