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Columnista - 28 diciembre, 2022

Los constantes sentimientos religiosos

No son distintos ahora que  antes los sentimientos religiosos de la humanidad como tampoco su expresividad.

No son distintos ahora que  antes los sentimientos religiosos de la humanidad como tampoco su expresividad. Ello es propio de su naturaleza sensible. 

Al respecto quiero referirme a la antigüedad greco–judía, comenzando  por afirmar que sus ethos, religioso y  filosófico, fueron diferentes, en el evento que se pudiera decir que en la segunda cultura hubo verdadera filosofía.

El pueblo judío no dejó de ser religioso como tampoco el griego amante de la filosofía, sin menoscabo de su piedad, sin embargo. 

La primera diferencia religiosa radical entre ellos  la origina la concepción monoteísta de los judíos y la  políteista entre los griegos. Al rompe,  esto marca una diferencia total en cuanto a la idea de la fisis y de las categorías de espacio y tiempo. Para la segunda cultura,  esos elementos habían sido creados de la nada  por un Dios absoluto en todo lo pensable, al paso que para la primera siempre había existido el cosmos eterno.

Para la judía, la voluntad de Dios es ineluctable, siempre se cumple, y su transgresión se llama pecado, con las consecuencias sancionatorias previstas en los cánones sagrados pertinentes, en  cambio para la griega la voluntad de los dioses simplemente se consultaba para obrar o dejar de hacerlo, según convenga individual o colectivamente, sin la preocupación de un castigo o un premio. 

El lugar sagrado de los judíos para lograr el auxilio de Dios era El Templo, inicialmente construido por el rey Salomón– destruido tres veces por los atacantes históricos y vuelto a ser construido, del que actualmente no existe sino el Muro de las Lamentaciones–, y las sinagogas. Y el de las consultas de los griegos piadosos eran los santuarios de los oráculos. Estos estaban esparcidos por poblaciones y ciudades griegas.  En primer lugar aquí voy a referirme a dos porque los consulté personalmente. 

El de Delfos, presidido por el dios Apolo, al sur del monte Parnaso, quién se hacía escuchar a través de la pitonisa. Asclepio en Epidauro, de la civilización micénica, dios que se servía del sueño inducido en el consultante como medio de recibir la solución de su enfermedad. A propósito, un poco antes de morir Sócrates reconoció deberle un gallo a Asclepio por la salud de Platón, presumiblemente. 

Pero singularmente es en la Acrópolis de la ciudad de Atenas donde los antiguos griegos rendían piedad y consultaban a sus dioses. Allí se construyó el Partenon–cuyas ruinas se conservan decorosamente– , dedicado a la diosa Atenea, protectora de la ciudad. 

Es verdad que Sócrates fue acusado, entre otros motivos, de impiedad, por parte de presuntos representantes de la Polis de Atenas. Sócrates contraargumentó, no sin sorna,  que él era hombre religioso porque practicaba los ritos ceremoniales convencionales, aunque era verdad que en su interior sentía un Daimon, algo divino; sin duda, su verdadera religión, era la filosofía. Sócrates no comía aquellos cuentos rituales, aunque concurría  a sus ceremonias. Desde los montes de Pueblo Bello. [email protected] 

Por Rodrigo López Barros 

Columnista
28 diciembre, 2022

Los constantes sentimientos religiosos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodrigo López Barros

No son distintos ahora que  antes los sentimientos religiosos de la humanidad como tampoco su expresividad.


No son distintos ahora que  antes los sentimientos religiosos de la humanidad como tampoco su expresividad. Ello es propio de su naturaleza sensible. 

Al respecto quiero referirme a la antigüedad greco–judía, comenzando  por afirmar que sus ethos, religioso y  filosófico, fueron diferentes, en el evento que se pudiera decir que en la segunda cultura hubo verdadera filosofía.

El pueblo judío no dejó de ser religioso como tampoco el griego amante de la filosofía, sin menoscabo de su piedad, sin embargo. 

La primera diferencia religiosa radical entre ellos  la origina la concepción monoteísta de los judíos y la  políteista entre los griegos. Al rompe,  esto marca una diferencia total en cuanto a la idea de la fisis y de las categorías de espacio y tiempo. Para la segunda cultura,  esos elementos habían sido creados de la nada  por un Dios absoluto en todo lo pensable, al paso que para la primera siempre había existido el cosmos eterno.

Para la judía, la voluntad de Dios es ineluctable, siempre se cumple, y su transgresión se llama pecado, con las consecuencias sancionatorias previstas en los cánones sagrados pertinentes, en  cambio para la griega la voluntad de los dioses simplemente se consultaba para obrar o dejar de hacerlo, según convenga individual o colectivamente, sin la preocupación de un castigo o un premio. 

El lugar sagrado de los judíos para lograr el auxilio de Dios era El Templo, inicialmente construido por el rey Salomón– destruido tres veces por los atacantes históricos y vuelto a ser construido, del que actualmente no existe sino el Muro de las Lamentaciones–, y las sinagogas. Y el de las consultas de los griegos piadosos eran los santuarios de los oráculos. Estos estaban esparcidos por poblaciones y ciudades griegas.  En primer lugar aquí voy a referirme a dos porque los consulté personalmente. 

El de Delfos, presidido por el dios Apolo, al sur del monte Parnaso, quién se hacía escuchar a través de la pitonisa. Asclepio en Epidauro, de la civilización micénica, dios que se servía del sueño inducido en el consultante como medio de recibir la solución de su enfermedad. A propósito, un poco antes de morir Sócrates reconoció deberle un gallo a Asclepio por la salud de Platón, presumiblemente. 

Pero singularmente es en la Acrópolis de la ciudad de Atenas donde los antiguos griegos rendían piedad y consultaban a sus dioses. Allí se construyó el Partenon–cuyas ruinas se conservan decorosamente– , dedicado a la diosa Atenea, protectora de la ciudad. 

Es verdad que Sócrates fue acusado, entre otros motivos, de impiedad, por parte de presuntos representantes de la Polis de Atenas. Sócrates contraargumentó, no sin sorna,  que él era hombre religioso porque practicaba los ritos ceremoniales convencionales, aunque era verdad que en su interior sentía un Daimon, algo divino; sin duda, su verdadera religión, era la filosofía. Sócrates no comía aquellos cuentos rituales, aunque concurría  a sus ceremonias. Desde los montes de Pueblo Bello. [email protected] 

Por Rodrigo López Barros