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Columnista - 12 abril, 2021

Los árboles, escudos de las ciudades

Un árbol en la ciudad es un escudo que reduce la contaminación de los ruidos y de los gases. El árbol es un aliado defensor del ambiente: siente, llora, canta y espera siempre morir de pie. Con sus flores deletrean los colores de la luz. Un árbol es más que una sombra que aprieta recuerdos […]

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Un árbol en la ciudad es un escudo que reduce la contaminación de los ruidos y de los gases. El árbol es un aliado defensor del ambiente: siente, llora, canta y espera siempre morir de pie. Con sus flores deletrean los colores de la luz. Un árbol es más que una sombra que aprieta recuerdos y emociones en la agitada ceremonia de las calles. Un árbol es para el mendigo el sombrero de su alcoba y para el perro la pared de su llovizna.

La vida gira en torno a los árboles: son los guardianes del cauce de los ríos, albergues protectores de los pájaros y monumentos en la policromía del paisaje. Cuando se habla de los árboles, por extensión se incluyen todas las especies vegetales, y su misión fundamental es la fotosíntesis, proceso que se realiza con la ayuda de la energía del sol para transformar los minerales y el gas carbónico en alimentos. Los alimentos fabricados por la fotosíntesis hacen posible la vida de todos los seres del reino animal, y demás mediante este proceso los vegetales producen el oxígeno que necesitan los seres aeróbicos para la respiración.

Afortunados los que viven rodeados de árboles. Valledupar es una bella ciudad, tierra sagrada para los árboles de mango, de roble, de olivos, y también para las especies nativas, como los campanos, los orejeros, los corazonfinos y los corpulentos caracolíes que ya casi están en extinción, y los cañaguates que, por sus flores de esplendor amarillo, muchos confunden con el árbol de puy (ambos pertenecen a la misma familia, las bignoniáceas, pero el puy florece en abril con las primeras lluvias).

En verano, los árboles sobrellevan la sed, y los ríos padecen la sequía por la ausencia del follaje en sus riberas y pierden su nombre en el camino. En la ciudad, en ocasiones, los árboles son afectados por las manos inexpertas de los podadores, que los dejan sin ramas y sin hojas. Y en los cerros son calcinados por la inclemencia de las llamas; a veces por descuidos del ser humano o por efectos de la naturaleza con las fuertes brisas y la intensidad de calor: si los rayos del sol irradian la superficie de un vidrio de aumento pueden ocasionar el fuego, o la fuerza del viento levanta una rama y esta lanza una piedra y al caer sobre otra puede producir una chispa de candela. No siempre existen pirómanos, a veces son accidentes artificiales o naturales.

Es deber de las instituciones promover la cultura de protección y defensa de los árboles. Un árbol vive para darle vida a la vida; entibiado de luz, imponente brinda sus colores y sus gemidos son lamentos cuando el filo tronante del metal le roba el derecho a morir de pie. Cada vez que se mata a un árbol se abren más caminos al desierto.  Un árbol también reclama la presencia de otros árboles. Nadie quiere estar solo. La soledad es carbón que deja el relámpago.

Columnista
12 abril, 2021

Los árboles, escudos de las ciudades

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Atuesta Mindiola

Un árbol en la ciudad es un escudo que reduce la contaminación de los ruidos y de los gases. El árbol es un aliado defensor del ambiente: siente, llora, canta y espera siempre morir de pie. Con sus flores deletrean los colores de la luz. Un árbol es más que una sombra que aprieta recuerdos […]


Un árbol en la ciudad es un escudo que reduce la contaminación de los ruidos y de los gases. El árbol es un aliado defensor del ambiente: siente, llora, canta y espera siempre morir de pie. Con sus flores deletrean los colores de la luz. Un árbol es más que una sombra que aprieta recuerdos y emociones en la agitada ceremonia de las calles. Un árbol es para el mendigo el sombrero de su alcoba y para el perro la pared de su llovizna.

La vida gira en torno a los árboles: son los guardianes del cauce de los ríos, albergues protectores de los pájaros y monumentos en la policromía del paisaje. Cuando se habla de los árboles, por extensión se incluyen todas las especies vegetales, y su misión fundamental es la fotosíntesis, proceso que se realiza con la ayuda de la energía del sol para transformar los minerales y el gas carbónico en alimentos. Los alimentos fabricados por la fotosíntesis hacen posible la vida de todos los seres del reino animal, y demás mediante este proceso los vegetales producen el oxígeno que necesitan los seres aeróbicos para la respiración.

Afortunados los que viven rodeados de árboles. Valledupar es una bella ciudad, tierra sagrada para los árboles de mango, de roble, de olivos, y también para las especies nativas, como los campanos, los orejeros, los corazonfinos y los corpulentos caracolíes que ya casi están en extinción, y los cañaguates que, por sus flores de esplendor amarillo, muchos confunden con el árbol de puy (ambos pertenecen a la misma familia, las bignoniáceas, pero el puy florece en abril con las primeras lluvias).

En verano, los árboles sobrellevan la sed, y los ríos padecen la sequía por la ausencia del follaje en sus riberas y pierden su nombre en el camino. En la ciudad, en ocasiones, los árboles son afectados por las manos inexpertas de los podadores, que los dejan sin ramas y sin hojas. Y en los cerros son calcinados por la inclemencia de las llamas; a veces por descuidos del ser humano o por efectos de la naturaleza con las fuertes brisas y la intensidad de calor: si los rayos del sol irradian la superficie de un vidrio de aumento pueden ocasionar el fuego, o la fuerza del viento levanta una rama y esta lanza una piedra y al caer sobre otra puede producir una chispa de candela. No siempre existen pirómanos, a veces son accidentes artificiales o naturales.

Es deber de las instituciones promover la cultura de protección y defensa de los árboles. Un árbol vive para darle vida a la vida; entibiado de luz, imponente brinda sus colores y sus gemidos son lamentos cuando el filo tronante del metal le roba el derecho a morir de pie. Cada vez que se mata a un árbol se abren más caminos al desierto.  Un árbol también reclama la presencia de otros árboles. Nadie quiere estar solo. La soledad es carbón que deja el relámpago.