La joven abuela por las tardes aprovechaba la sombra de los árboles para pasear a su nieto de cinco años; al llegar a una esquina a su nieto le fascinaba contemplar una hermosa guacamaya y se detenía en el bello plumaje con una sonrisa de colores en los espejos del viento. La guacamaya parecía dialogar […]
La joven abuela por las tardes aprovechaba la sombra de los árboles para pasear a su nieto de cinco años; al llegar a una esquina a su nieto le fascinaba contemplar una hermosa guacamaya y se detenía en el bello plumaje con una sonrisa de colores en los espejos del viento. La guacamaya parecía dialogar con el niño, coqueteaba entre las ramas del mango y la trinitaria, hasta bajaba oronda a caminar por el verdor de la grama, cerca de los florecidos corales.
La guacamaya disfrutaba su vecindad, desde pequeña la habían traído a esa casa, ahí creció con el apego de una madre soltera. Nunca le faltaba el alimento y no tenía jaula, la frondosidad vegetal del jardín y el patio eran su hábitat. En ocasiones llegaban loros y guacamayas silvestres, y existía el temor que de pronto iba a desafiar la inmensidad para abrir sus alas y levantar vuelo.
Ahora, por esa calle donde caminaba la abuela y el nieto, la guacamaya no está. Un halo de silencio triste dibuja la ausencia de esta hermosa ave de origen americano, porque un día llegaron miembros de la autoridad ambiental y con su lema de “proteger la fauna y la flora” procedieron a decomisarla, dizque por no estar en su hábitat natural. Amparado en mi solidaridad con la escena poética del niño y la abuela, y con el brillo abrasador del cenit en el plumaje, le dije a un experto: “esa guacamaya está domesticada, si se le suelta en el bosque no resiste, ya está adaptada al ambiente de la vegetación citadina”.
Una congregación de hermanas cristianas tenía en el convento una pareja de alcaravanes; estos pájaros habitan en áreas abiertas como pastizales, cercanos a cañadas y lagunas, aunque también frecuentan ciudades y áreas rurales. Esos pájaros, que ya habían vencido sus costumbres silvestres, ahora disfrutaban de la amplitud de la casa, de los extensos patios boscosos; pero allí también llegó la autoridad ambiental, y la soledad del canto de estas aves fue una franja de penumbra para toda la feligresía.
El perro en una época fue silvestre y el ser humano lo domesticó, igual sucedió con el gato. Los caballos y los asnos en sus mocedades son ariscos a los guiños del ser humano, y mediante un proceso de adiestramiento logran amansarse, se dejan poner la silla y aceptan sin resabio al jinete. Ojalá que el ser humano lograra domesticar los pájaros, para que aprenda de ellos la sencillez y el respeto por la vida. El pájaro siempre vuelve con su canto a los labios de la rosa, nunca su pico afila la venganza ni abre sus alas al relámpago.
*****
Epílogo. Un miembro de una Fundación ambientalista explicaba que es un imperativo de ley, liberar los animales silvestres en cautiverio para que regresen a su hábitat natural. Somos de la opinión de que pueden establecerse algunas excepciones, como los casos mencionados de la guacamaya y de los alcaravanes; así como hay licencia para los coleccionistas de pájaros cantores, que los mantienen y los transportan en jaulas y no tienen ningún inconveniente legal porque el argumento es que son animales nacidos en cautiverios.
La joven abuela por las tardes aprovechaba la sombra de los árboles para pasear a su nieto de cinco años; al llegar a una esquina a su nieto le fascinaba contemplar una hermosa guacamaya y se detenía en el bello plumaje con una sonrisa de colores en los espejos del viento. La guacamaya parecía dialogar […]
La joven abuela por las tardes aprovechaba la sombra de los árboles para pasear a su nieto de cinco años; al llegar a una esquina a su nieto le fascinaba contemplar una hermosa guacamaya y se detenía en el bello plumaje con una sonrisa de colores en los espejos del viento. La guacamaya parecía dialogar con el niño, coqueteaba entre las ramas del mango y la trinitaria, hasta bajaba oronda a caminar por el verdor de la grama, cerca de los florecidos corales.
La guacamaya disfrutaba su vecindad, desde pequeña la habían traído a esa casa, ahí creció con el apego de una madre soltera. Nunca le faltaba el alimento y no tenía jaula, la frondosidad vegetal del jardín y el patio eran su hábitat. En ocasiones llegaban loros y guacamayas silvestres, y existía el temor que de pronto iba a desafiar la inmensidad para abrir sus alas y levantar vuelo.
Ahora, por esa calle donde caminaba la abuela y el nieto, la guacamaya no está. Un halo de silencio triste dibuja la ausencia de esta hermosa ave de origen americano, porque un día llegaron miembros de la autoridad ambiental y con su lema de “proteger la fauna y la flora” procedieron a decomisarla, dizque por no estar en su hábitat natural. Amparado en mi solidaridad con la escena poética del niño y la abuela, y con el brillo abrasador del cenit en el plumaje, le dije a un experto: “esa guacamaya está domesticada, si se le suelta en el bosque no resiste, ya está adaptada al ambiente de la vegetación citadina”.
Una congregación de hermanas cristianas tenía en el convento una pareja de alcaravanes; estos pájaros habitan en áreas abiertas como pastizales, cercanos a cañadas y lagunas, aunque también frecuentan ciudades y áreas rurales. Esos pájaros, que ya habían vencido sus costumbres silvestres, ahora disfrutaban de la amplitud de la casa, de los extensos patios boscosos; pero allí también llegó la autoridad ambiental, y la soledad del canto de estas aves fue una franja de penumbra para toda la feligresía.
El perro en una época fue silvestre y el ser humano lo domesticó, igual sucedió con el gato. Los caballos y los asnos en sus mocedades son ariscos a los guiños del ser humano, y mediante un proceso de adiestramiento logran amansarse, se dejan poner la silla y aceptan sin resabio al jinete. Ojalá que el ser humano lograra domesticar los pájaros, para que aprenda de ellos la sencillez y el respeto por la vida. El pájaro siempre vuelve con su canto a los labios de la rosa, nunca su pico afila la venganza ni abre sus alas al relámpago.
*****
Epílogo. Un miembro de una Fundación ambientalista explicaba que es un imperativo de ley, liberar los animales silvestres en cautiverio para que regresen a su hábitat natural. Somos de la opinión de que pueden establecerse algunas excepciones, como los casos mencionados de la guacamaya y de los alcaravanes; así como hay licencia para los coleccionistas de pájaros cantores, que los mantienen y los transportan en jaulas y no tienen ningún inconveniente legal porque el argumento es que son animales nacidos en cautiverios.