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Columnista - 1 julio, 2024

Los anhelos de una Colombia diferente

La historia de Colombia marca episodios tristes del mal accionar político, al margen de los hechos violentos que han manchado con sangre los últimos más de sesenta años.

La historia de Colombia marca episodios tristes del mal accionar político, al margen de los hechos violentos que han manchado con sangre los últimos más de sesenta años.

Nos hemos movido entre el despilfarro, los malos manejos administrativos, corrupción; nos hemos movidos entre la violencia, generada de manera infame por la guerrilla, el narcotráfico, el paramilitarismo. 

Cada uno con la verdad de su lado; nos golpea el antagonismo, esa polarización inmisericorde que brinda angustia. Y antes del tiempo citado, últimos más de sesenta años, hemos tenido la necesidad de vivir en paz.

Ya estamos saturados de tanta malevolencia, de tanta infamia, estamos cansados de vivir en medio de una guerra fratricida que nosotros, el pueblo, no quiere; y que nunca ha querido.

Somos el Estado de los falsos positivos, de los collares bomba, de los atentados que hace volar en mil pedazos un avión en pleno vuelo; somos el pueblo de las masacres.

Somos el pueblo de los saqueos a las entidades que nos proveen un poco de recurso para las inversiones sociales y de beneficio comunitario; también somos el pueblo en el que el narcotráfico, la parapolítica, la delincuencia organizada, respalda campañas presidenciales. Sacan presidentes y después son ellos quienes imponen condiciones.

Este es el país del sagrado corazón, donde los candidatos, hasta los de cargos más ínfimos, ‘le venden el alma al diablo’ con tal de salir victoriosos y luego lucrarse y resurgir millonarios: con lujosas mansiones, carros, fincas y haciendas de nivel, cuando antes de, solo tenían un ‘carro de mula’. Increíble.

Se eligen presidentes con el mal accionar de los bandidos y no pasa nada; son estas razones y muchas más, requeriríamos de un año completo de columnas semanales para citar y detallar los juicios que tenemos para determinar esto.

Anhelamos vivir mejor, queremos un país fortalecido, convertido en un referente mundial, no por lo malo. Nos queremos como paradigma deportivo, social, cultural; nos queremos dimensionados hacia escenarios de progreso; pero más allá, queremos este país educado, lleno de jóvenes proyectados culturalmente, sin drogas, sin prostitución y cultivando los valores como principio de una sociedad sana.

Queremos un país en donde se respete a los ancianos, donde le brindemos consideración a sus largos años de aporte al desarrollo, una nación en donde no se violenten los derechos de nadie y la diversificación social sea considerada una fortaleza significativa, de la mano de Dios, ser ejemplo de valores ante el mundo.

No maltratar las mujeres, ni con el pétalo de una rosa; cuidar los niños, fortalecer los jóvenes en su proyección sea cual sea la de su preferencia, valorar los ancianos.

Tenemos con qué, para que sea una realidad, debemos ser propositivos y constantes; educarnos de mejor manera y avanzar en la anticorrupción. Esto no es una utopía.

Para ello necesitamos un pueblo educado, instruido, con iniciativas propias, no caminar hacia el despeñadero como mansos borregos; no permitir que los lobos corruptos disfrazados de ovejas nobles sean quienes manejen el país a su antojo, compren conciencias y nos impongan condiciones de deslealtad y maldad. Ya está bueno; anhelamos una Colombia diferente. 

Solo Eso.

Por Eduardo Santos Ortega Vergara 

Columnista
1 julio, 2024

Los anhelos de una Colombia diferente

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Eduardo S. Ortega Vergara

La historia de Colombia marca episodios tristes del mal accionar político, al margen de los hechos violentos que han manchado con sangre los últimos más de sesenta años.


La historia de Colombia marca episodios tristes del mal accionar político, al margen de los hechos violentos que han manchado con sangre los últimos más de sesenta años.

Nos hemos movido entre el despilfarro, los malos manejos administrativos, corrupción; nos hemos movidos entre la violencia, generada de manera infame por la guerrilla, el narcotráfico, el paramilitarismo. 

Cada uno con la verdad de su lado; nos golpea el antagonismo, esa polarización inmisericorde que brinda angustia. Y antes del tiempo citado, últimos más de sesenta años, hemos tenido la necesidad de vivir en paz.

Ya estamos saturados de tanta malevolencia, de tanta infamia, estamos cansados de vivir en medio de una guerra fratricida que nosotros, el pueblo, no quiere; y que nunca ha querido.

Somos el Estado de los falsos positivos, de los collares bomba, de los atentados que hace volar en mil pedazos un avión en pleno vuelo; somos el pueblo de las masacres.

Somos el pueblo de los saqueos a las entidades que nos proveen un poco de recurso para las inversiones sociales y de beneficio comunitario; también somos el pueblo en el que el narcotráfico, la parapolítica, la delincuencia organizada, respalda campañas presidenciales. Sacan presidentes y después son ellos quienes imponen condiciones.

Este es el país del sagrado corazón, donde los candidatos, hasta los de cargos más ínfimos, ‘le venden el alma al diablo’ con tal de salir victoriosos y luego lucrarse y resurgir millonarios: con lujosas mansiones, carros, fincas y haciendas de nivel, cuando antes de, solo tenían un ‘carro de mula’. Increíble.

Se eligen presidentes con el mal accionar de los bandidos y no pasa nada; son estas razones y muchas más, requeriríamos de un año completo de columnas semanales para citar y detallar los juicios que tenemos para determinar esto.

Anhelamos vivir mejor, queremos un país fortalecido, convertido en un referente mundial, no por lo malo. Nos queremos como paradigma deportivo, social, cultural; nos queremos dimensionados hacia escenarios de progreso; pero más allá, queremos este país educado, lleno de jóvenes proyectados culturalmente, sin drogas, sin prostitución y cultivando los valores como principio de una sociedad sana.

Queremos un país en donde se respete a los ancianos, donde le brindemos consideración a sus largos años de aporte al desarrollo, una nación en donde no se violenten los derechos de nadie y la diversificación social sea considerada una fortaleza significativa, de la mano de Dios, ser ejemplo de valores ante el mundo.

No maltratar las mujeres, ni con el pétalo de una rosa; cuidar los niños, fortalecer los jóvenes en su proyección sea cual sea la de su preferencia, valorar los ancianos.

Tenemos con qué, para que sea una realidad, debemos ser propositivos y constantes; educarnos de mejor manera y avanzar en la anticorrupción. Esto no es una utopía.

Para ello necesitamos un pueblo educado, instruido, con iniciativas propias, no caminar hacia el despeñadero como mansos borregos; no permitir que los lobos corruptos disfrazados de ovejas nobles sean quienes manejen el país a su antojo, compren conciencias y nos impongan condiciones de deslealtad y maldad. Ya está bueno; anhelamos una Colombia diferente. 

Solo Eso.

Por Eduardo Santos Ortega Vergara