“Como canta los poetas a sus novias canto yo/ para ti, oh Loperena, cual si tú fueras un Dios”. Este símil poético del profesor Juvenal Daza Bermúdez, de elevar el colegio a la sublime categoría universal del Ser Supremo, es una revelación cristiana del significado histórico del Colegio Loperena. Un colegio es un ente transformador […]
“Como canta los poetas a sus novias canto yo/ para ti, oh Loperena, cual si tú fueras un Dios”. Este símil poético del profesor Juvenal Daza Bermúdez, de elevar el colegio a la sublime categoría universal del Ser Supremo, es una revelación cristiana del significado histórico del Colegio Loperena.
Un colegio es un ente transformador de conciencia y de la historia personal y social. Es en efecto, alma mater, ‘madre nutricia’, pues provee conocimientos y fortalece aptitudes; y también es un camino de luz para vencer las penumbras de la resignación y la ignorancia. Un colegio es templo de la alianza entre la educación y la vida. La juventud y la sociedad de Valledupar se renuevan con la fundación del Colegio Loperena (1940) y de la Escuela de Artes Oficios (1939), los primeros centros educativos oficiales de enseñanza secundaria. Ambos creados por gestiones del senador Pedro Castro Monsalvo.
Valledupar en 1936 comienza a abrirse al mundo, por la construcción de la carreta nacional, obra del presidente Alfonso López Pumarejo; pero su educación era muy limitada: sólo existían en el nivel de primaria, la Escuela Pública de Varones, la Escuela Pública de Niñas y el Colegio Parroquial (administrado por la Diócesis). En el nivel de secundaria, el Colegio La Sagrada Familia (administrado por las Hermanas Terciarias Capuchinas).
En nuestra región agropecuaria, el futuro de la inmensa mayoría de los niños era repetir el trabajo de los padres. Los colegios de bachillerato más cercanos estaban en Mompox, el Colegio Pinillos, creado en 1853, y en Santa Marta, el Liceo Celedón, fundado en 1906. La historia de Valledupar cambia con la apertura del Colegio Loperena, creado mediante la Ley 95 de 1940, pero dos años después inicia sus labores académicas, en aulas anexas a la recién fundada Escuela de Artes y Oficios.
En 1951, el colegio se muda a su sede propia, pero tuvo que esperar 15 largos años para que el Ministerio de Educación cumpliera con los requerimientos necesarios para legalizar la aprobación del ciclo completo de bachillerato. Desde entonces, ha conservado la impronta de excelente por la calidad de sus docentes y el liderazgo de sus directivos, y de ser un puente seguro para el ingreso a la educación superior.
Ahí, los estudiantes aficionados a la música y a la poesía empiezan a descubrir la eternidad de las metáforas escondidas en el viento y en la sombra que deja el relámpago con las amenazas de lluvia. En horas nocturnas no hablan del temor a los fantasmas, ahora hablan de los filósofos de la antigüedad: admiran a Sócrates y su magnífica reflexión: sólo se, que nada se; a Heráclito, por sus ideas de que todo está en constante movimiento, y por eso no es posible bañarse dos veces en el mismo río; a Pitágoras, que nos enseña que con orden y tiempo se encuentra el secreto de hacerlo todo, y de hacerlo bien. También hablan de Galileo, físico y astrónomo, que con la invención del telescopio observó el infatigable fuego en las estrellas y la infinita dimensión de las galaxias, y le permitió acumular pruebas en apoyo del modelo heliocéntrico de Copérnico.
El Colegio Loperena está celebrando sus 75 años, y en diciembre gradúa su sexagésima promoción. De los numerosos bachilleres anteriores, muchos de los que continuaron estudios superiores han logrado destacarse en diversas disciplinas del conocimiento y han escrito páginas inmarcesibles para la historia familiar, de la región y del país.
Por José Atuesta Mindiola
“Como canta los poetas a sus novias canto yo/ para ti, oh Loperena, cual si tú fueras un Dios”. Este símil poético del profesor Juvenal Daza Bermúdez, de elevar el colegio a la sublime categoría universal del Ser Supremo, es una revelación cristiana del significado histórico del Colegio Loperena. Un colegio es un ente transformador […]
“Como canta los poetas a sus novias canto yo/ para ti, oh Loperena, cual si tú fueras un Dios”. Este símil poético del profesor Juvenal Daza Bermúdez, de elevar el colegio a la sublime categoría universal del Ser Supremo, es una revelación cristiana del significado histórico del Colegio Loperena.
Un colegio es un ente transformador de conciencia y de la historia personal y social. Es en efecto, alma mater, ‘madre nutricia’, pues provee conocimientos y fortalece aptitudes; y también es un camino de luz para vencer las penumbras de la resignación y la ignorancia. Un colegio es templo de la alianza entre la educación y la vida. La juventud y la sociedad de Valledupar se renuevan con la fundación del Colegio Loperena (1940) y de la Escuela de Artes Oficios (1939), los primeros centros educativos oficiales de enseñanza secundaria. Ambos creados por gestiones del senador Pedro Castro Monsalvo.
Valledupar en 1936 comienza a abrirse al mundo, por la construcción de la carreta nacional, obra del presidente Alfonso López Pumarejo; pero su educación era muy limitada: sólo existían en el nivel de primaria, la Escuela Pública de Varones, la Escuela Pública de Niñas y el Colegio Parroquial (administrado por la Diócesis). En el nivel de secundaria, el Colegio La Sagrada Familia (administrado por las Hermanas Terciarias Capuchinas).
En nuestra región agropecuaria, el futuro de la inmensa mayoría de los niños era repetir el trabajo de los padres. Los colegios de bachillerato más cercanos estaban en Mompox, el Colegio Pinillos, creado en 1853, y en Santa Marta, el Liceo Celedón, fundado en 1906. La historia de Valledupar cambia con la apertura del Colegio Loperena, creado mediante la Ley 95 de 1940, pero dos años después inicia sus labores académicas, en aulas anexas a la recién fundada Escuela de Artes y Oficios.
En 1951, el colegio se muda a su sede propia, pero tuvo que esperar 15 largos años para que el Ministerio de Educación cumpliera con los requerimientos necesarios para legalizar la aprobación del ciclo completo de bachillerato. Desde entonces, ha conservado la impronta de excelente por la calidad de sus docentes y el liderazgo de sus directivos, y de ser un puente seguro para el ingreso a la educación superior.
Ahí, los estudiantes aficionados a la música y a la poesía empiezan a descubrir la eternidad de las metáforas escondidas en el viento y en la sombra que deja el relámpago con las amenazas de lluvia. En horas nocturnas no hablan del temor a los fantasmas, ahora hablan de los filósofos de la antigüedad: admiran a Sócrates y su magnífica reflexión: sólo se, que nada se; a Heráclito, por sus ideas de que todo está en constante movimiento, y por eso no es posible bañarse dos veces en el mismo río; a Pitágoras, que nos enseña que con orden y tiempo se encuentra el secreto de hacerlo todo, y de hacerlo bien. También hablan de Galileo, físico y astrónomo, que con la invención del telescopio observó el infatigable fuego en las estrellas y la infinita dimensión de las galaxias, y le permitió acumular pruebas en apoyo del modelo heliocéntrico de Copérnico.
El Colegio Loperena está celebrando sus 75 años, y en diciembre gradúa su sexagésima promoción. De los numerosos bachilleres anteriores, muchos de los que continuaron estudios superiores han logrado destacarse en diversas disciplinas del conocimiento y han escrito páginas inmarcesibles para la historia familiar, de la región y del país.
Por José Atuesta Mindiola