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General - 21 diciembre, 2013

López Michelsen, gobernador del Cesar

En 1967, Alfonso López Michelsen fue nombrado por el presidente Carlos Lleras Restrepo, como el primer gobernador del recién creado departamento del Cesar.

Ha sido claro desde el comienzo que había una estrecha atadura de López Michelsen y su familia con la región de Colombia que llegó a conformar el departamento del Cesar. Su abuela había nacido en Valledupar, su capital, en una casa en la plaza principal y que luego tomó el nombre de su padre, en homenaje a Alfonso López Pumarejo.

Era una región donde López Michelsen había cazado con sus amigos, siendo un joven, y donde había siempre recibido una cálida hospitalidad, tan característica de la zona. En El Diluvio, una hacienda heredada de su familia, había experimentado con la agricultura y la ganadería. En los años sesenta, el departamento del Magdalena había sido dividido segregando de él, el departamento del Cesar. Para López Michelsen, esa zona del Cesar y sus gentes, la región del vallenato, tenía la virtud de captar como ninguna otra la esencia de lo que era Colombia. Como diría en muchas ocasiones, “Cesar es la patria”. Así que tenía muy fuertes vínculos con la región, no solo por la familia Pumarejo y por las actividades de ganadería y cultivo de arroz, que realizaba en sociedad con Vergara Galvis. En términos de su topografía, la zona incluía desde picos cubiertos de nieve, como en la Sierra Nevada, hasta áreas de extremo y humeante calor tropical a lo largo del río Magdalena, que seguía siendo la principal arteria del país, aun en la era del transporte aéreo. Cesar no era un departamento “costeño” típico, puesto que no tenía una costa caribeña y tenía tanto en común con su vecino Santander como con sus primos costeros. Era una tierra donde la principal bebida era el aguardiente, en lugar del ron. En cuanto a su demografía, el área era una mezcla de gente indígena de la región, descendientes de conquistadores españoles andaluces y descendientes de colonos franceses. A medida que la producción de algodón fue ganando importancia, también había atraído a muchos trabajadores del resto del país, incluso a antioqueños e inmigrantes de Tolima y Huila, o de regiones más cercanas, Magdalena, Bolívar, Córdoba y Sucre, de modo que, como resultado de esta migración, cuando López Michelsen fue nombrado gobernador del Cesar, Valledupar ya era la cuarta ciudad más grande de la región de la costa, después de Barranquilla, Cartagena y Santa Marta.

La cercanía del Cesar a la costa y a Venezuela, hacían que el departamento fuera un área lógica tanto de activo comercio legal a lo largo de la frontera, como también un blanco fácil para el contrabando, entre muchos otros de alcohol y cigarrillos, que venían desde Curazao, a través de Venezuela. Había también un mercado natural para los productos agrícolas del Cesar en la región de Maracaibo en Venezuela, donde era menor el desarrollo de este sector. López Michelsen señala en broma, que el movimiento ilegal de bienes era tan fácil en la zona, que cuando el Presidente Lleras Restrepo quiso en una ocasión adquirir una botella de whisky escocés con sello, se le preguntó si la razón era que coleccionaba estampillas. Claro, puede que la anécdota sea apócrifa puesto que también se dice que una vez en la presidencia Lleras fue abstemio.

En la noche previa a la posesión de López Michelsen como primer gobernador del Cesar, los ciudadanos de Valledupar, en un arranque de espontáneo homenaje al nuevo mandatario, se tomaron las calles de la ciudad y la gente iba de puerta en puerta, bailando el clásico “pilón”, vaso en mano, y cantando repetidamente el refrán: ”¿A quién se le dan las gracias, a los que vienen de afuera o a los dueños de la casa?”. López Michelsen y doña Cecilia bailaron y cantaron con la multitud hasta el amanecer, cuando se retiraron a su casa para prepararse para la ceremonia oficial de posesión, en la cual estaría presente el Presidente Lleras Restrepo.

La cultura y música folclórica de la región ya se había popularizado enormemente en los años sesenta y, aunque la aristocracia y la clase media de la costa, entre quienes se contaba la abuela de López Michelsen, llegaban a asociar este tipo de música con gente reacia al baño, el hecho era que tanto la música como la cultura regional se habían labrado un lugar en la conciencia colectiva del país. El vallenato, en sus varias formas, era una mezcla de merengue con una forma de paseo (que se considera originario de la República Dominicana), y con la puya o comentario irónico. Rafael Escalona, cuyo trabajo empezó a hacerse popular en la década de 1950, en los años sesenta ya gozaba del reconocimiento nacional y para cuando López Michelsen fue nombrado gobernador, se le consideraba uno de los compositores más importantes, en esencia un poeta que escribía en forma de canto sobre las leyendas, amores, tradiciones, pérdidas y tribulaciones de la gente de la región. Entre sus composiciones, que habían llegado a ser más de cien y que recibian la admiración de toda la sociedad colombiana, se destacaban “La casa en el aire”, “Elegía a Jaime Molina”, “La vieja Sara”, y “La custodia de Badillo”. Tanta llegó a ser su fama en la sociedad colombiana, que Caracol Televisión decidió, en 1991, lanzar una serie titulada “Escalona”.

Pero en 1980, el vallenato, ya en la cima de su popularidad en Colombia, también había alcanzado una audiencia internacional, en Latinoamérica, con esa curiosa yuxtaposición musical del sentimentalismo y libertinaje. A diferencia de otros músicos importantes de Cesar, como Alejo Durán y Calixto Ochoa, Escalona componía, pero no cantaba ni tocaba algún instrumento. Y venía, también, de un origen más burgués que la mayoría de las figuras musicales de la región, en general de origen campesino o ranchero. Había nacido en 1927 en Patillal, Cesar, era hijo de Clemente Escalona Labarcés, quien fue coronel durante la Guerra de los Mil Días. Llegó incluso a ser nombrado para un cargo político, el de cónsul de Colombia en Panamá. Otros músicos, como Alfonso “Pocho” Cotes, contribuyeron a popularizar sus canciones, con guitarra y luego acordeón, el instrumento musical más característico y famoso de la zona. El género llegó a ser de tal influencia que se dice que Gabriel García Márquez, amigo personal de Escalona, declaró que cien años de soledad era un vallenato de 350 páginas. No es entonces producto de azar, que de la cultura de esta región haya salido el realismo mágico de García Márquez. López Michelsen mismo recuerda que una de sus secretarias en Valledupar, Myriam, fue enviada a estudiar a Bucaramanga y cuando el instructor supo que en su clase había cinco estudiantes con el nombre de Myriam, resolvió rebautizarlas Myriam 1, Myriam 2, Myriam 3 y así sucesivamente, en la misma forma que García Márquez había hecho en su mencionada novela para poder distinguir a los diversos miembros y generaciones de la familia Buendía.

Así, pues, la época que López Michelsen y doña Cecilia pasaron en Valledupar, fue no solo feliz sino productiva. Cierto, era una zona de menor desarrollo económico, como otras de la región del trópico, y no eran tantas las comodidades, en términos de electricidad y aire acondicionado, de modo que el ritmo de la vida y el trabajo se regían por las fluctuaciones del calor del día. La rutina diaria comenzaba muy temprano, para evitar la alta temperatura del mediodía. A las siete de la mañana López Michelsen ya estaba en su escritorio y como otros, después de almorzar cerca de la doce, se retiraba a dormir la siesta, en las horas de mayor calor. Volvía entonces a sus labores y trabajaba hasta las seis de la tarde, hora de cierre de la gobernación y la alcaldía, cuando, de acuerdo con la tradición costeña, la gente se relajaba, tomaba un refresco y charlaba sobre los sucesos del día. En medio de esta rutina, que duró más bien poco, su gestión como gobernador probó ser muy efectiva: colaboró con Escalona y Consuelo Araújo, también de Patillal, y con Myriam Pupo, en la creación del famoso Festival Vallenato anual, que se celebró por primera vez e 1968. López Michelsen guardaba buenos recuerdos de sus anteriores excursiones de caza y de sus éxitos en el desarrollo de algunos cultivos de arroz, de esos tiempos en que había paz en la zona, en que los ríos corrían abajo desde las montañas de la Sierra Nevada, con sus aguas claras y llenas de peces. Como gobernador, trabajó entonces muy duro para promover el desarrollo de la región, en extremo aislada en la década de los sesenta, y donde no había siquiera conexión telefónica con la capital nacional.

Para comunicarse directamente, López Michelsen tenía que hacerlo mediante radio, de lo cual no se podía depender siempre y no era, por demás, confidencial. En el momento en que le habían nombrado gobernador, la región no contaba en general con acueducto ni tratamiento de aguas, de modo que el agua se conseguía directamente de los ríos Cesar o Guatapurí. Durante su administración, López Michelsen se concentró en mejorar las condiciones de sanidad de la región, así como en fomentar la producción de algodón y la expansión de una industria ganadera y de productos de consumo diario, comercialmente más viable con el arroz, tanto López Michelsen como su familia ya habían demostrado que era posible una producción mecanizada en la región, y eso a pesar del escepticismo de algunos de los rancheros. También se propuso hacer que la región se conociera, levando, entre otros, a sus amigos bogotanos, con quienes recorría el departamento durante los fines de semana. Con ayuda de varios especialistas que les prestó el gobernador del Quindío, desarrolló la infraestructura administrativa del nuevo departamento y comenzó a integrar, de forma efectiva, la economía y la política de la zona con el centro del país. La zona contaba con promisorios depósitos de carbón, además de que crecía el interés de los inversionistas petroleros extranjeros por los depósitos alrededor del pueblo de Aguachica. La esperanza de López Michelsen era que con una planeación meticulosa, la región también podría convertirse en exportadora de cítricos (en especial toronjas) y mangos de muy buena calidad. Pero este potencial no pudo materializarse del todo, ya que en la década de 1970, así como en las de 1980 y 1990, la región y el país se vieron envueltos no sólo en el conflicto con las guerrillas, principalmente con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Ejército Popular de Liberación (EPL), sino con las autodefensas o grupos paramilitares que decían ser fuerzas de combate contra las guerrillas. Ni las áreas rurales ni los pueblos de toda esta hermosa región lograron, en lo que quedó del siglo, escapar al conflicto, con su inconsciente violencia y derramamiento de sangre.

De su Biografía, “Alfonso López Michelsen. Su vida. Su época”, Stephen J. Randall, Villegas Editores, Bogotá, 2007.

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21 diciembre, 2013

López Michelsen, gobernador del Cesar

En 1967, Alfonso López Michelsen fue nombrado por el presidente Carlos Lleras Restrepo, como el primer gobernador del recién creado departamento del Cesar.


Ha sido claro desde el comienzo que había una estrecha atadura de López Michelsen y su familia con la región de Colombia que llegó a conformar el departamento del Cesar. Su abuela había nacido en Valledupar, su capital, en una casa en la plaza principal y que luego tomó el nombre de su padre, en homenaje a Alfonso López Pumarejo.

Era una región donde López Michelsen había cazado con sus amigos, siendo un joven, y donde había siempre recibido una cálida hospitalidad, tan característica de la zona. En El Diluvio, una hacienda heredada de su familia, había experimentado con la agricultura y la ganadería. En los años sesenta, el departamento del Magdalena había sido dividido segregando de él, el departamento del Cesar. Para López Michelsen, esa zona del Cesar y sus gentes, la región del vallenato, tenía la virtud de captar como ninguna otra la esencia de lo que era Colombia. Como diría en muchas ocasiones, “Cesar es la patria”. Así que tenía muy fuertes vínculos con la región, no solo por la familia Pumarejo y por las actividades de ganadería y cultivo de arroz, que realizaba en sociedad con Vergara Galvis. En términos de su topografía, la zona incluía desde picos cubiertos de nieve, como en la Sierra Nevada, hasta áreas de extremo y humeante calor tropical a lo largo del río Magdalena, que seguía siendo la principal arteria del país, aun en la era del transporte aéreo. Cesar no era un departamento “costeño” típico, puesto que no tenía una costa caribeña y tenía tanto en común con su vecino Santander como con sus primos costeros. Era una tierra donde la principal bebida era el aguardiente, en lugar del ron. En cuanto a su demografía, el área era una mezcla de gente indígena de la región, descendientes de conquistadores españoles andaluces y descendientes de colonos franceses. A medida que la producción de algodón fue ganando importancia, también había atraído a muchos trabajadores del resto del país, incluso a antioqueños e inmigrantes de Tolima y Huila, o de regiones más cercanas, Magdalena, Bolívar, Córdoba y Sucre, de modo que, como resultado de esta migración, cuando López Michelsen fue nombrado gobernador del Cesar, Valledupar ya era la cuarta ciudad más grande de la región de la costa, después de Barranquilla, Cartagena y Santa Marta.

La cercanía del Cesar a la costa y a Venezuela, hacían que el departamento fuera un área lógica tanto de activo comercio legal a lo largo de la frontera, como también un blanco fácil para el contrabando, entre muchos otros de alcohol y cigarrillos, que venían desde Curazao, a través de Venezuela. Había también un mercado natural para los productos agrícolas del Cesar en la región de Maracaibo en Venezuela, donde era menor el desarrollo de este sector. López Michelsen señala en broma, que el movimiento ilegal de bienes era tan fácil en la zona, que cuando el Presidente Lleras Restrepo quiso en una ocasión adquirir una botella de whisky escocés con sello, se le preguntó si la razón era que coleccionaba estampillas. Claro, puede que la anécdota sea apócrifa puesto que también se dice que una vez en la presidencia Lleras fue abstemio.

En la noche previa a la posesión de López Michelsen como primer gobernador del Cesar, los ciudadanos de Valledupar, en un arranque de espontáneo homenaje al nuevo mandatario, se tomaron las calles de la ciudad y la gente iba de puerta en puerta, bailando el clásico “pilón”, vaso en mano, y cantando repetidamente el refrán: ”¿A quién se le dan las gracias, a los que vienen de afuera o a los dueños de la casa?”. López Michelsen y doña Cecilia bailaron y cantaron con la multitud hasta el amanecer, cuando se retiraron a su casa para prepararse para la ceremonia oficial de posesión, en la cual estaría presente el Presidente Lleras Restrepo.

La cultura y música folclórica de la región ya se había popularizado enormemente en los años sesenta y, aunque la aristocracia y la clase media de la costa, entre quienes se contaba la abuela de López Michelsen, llegaban a asociar este tipo de música con gente reacia al baño, el hecho era que tanto la música como la cultura regional se habían labrado un lugar en la conciencia colectiva del país. El vallenato, en sus varias formas, era una mezcla de merengue con una forma de paseo (que se considera originario de la República Dominicana), y con la puya o comentario irónico. Rafael Escalona, cuyo trabajo empezó a hacerse popular en la década de 1950, en los años sesenta ya gozaba del reconocimiento nacional y para cuando López Michelsen fue nombrado gobernador, se le consideraba uno de los compositores más importantes, en esencia un poeta que escribía en forma de canto sobre las leyendas, amores, tradiciones, pérdidas y tribulaciones de la gente de la región. Entre sus composiciones, que habían llegado a ser más de cien y que recibian la admiración de toda la sociedad colombiana, se destacaban “La casa en el aire”, “Elegía a Jaime Molina”, “La vieja Sara”, y “La custodia de Badillo”. Tanta llegó a ser su fama en la sociedad colombiana, que Caracol Televisión decidió, en 1991, lanzar una serie titulada “Escalona”.

Pero en 1980, el vallenato, ya en la cima de su popularidad en Colombia, también había alcanzado una audiencia internacional, en Latinoamérica, con esa curiosa yuxtaposición musical del sentimentalismo y libertinaje. A diferencia de otros músicos importantes de Cesar, como Alejo Durán y Calixto Ochoa, Escalona componía, pero no cantaba ni tocaba algún instrumento. Y venía, también, de un origen más burgués que la mayoría de las figuras musicales de la región, en general de origen campesino o ranchero. Había nacido en 1927 en Patillal, Cesar, era hijo de Clemente Escalona Labarcés, quien fue coronel durante la Guerra de los Mil Días. Llegó incluso a ser nombrado para un cargo político, el de cónsul de Colombia en Panamá. Otros músicos, como Alfonso “Pocho” Cotes, contribuyeron a popularizar sus canciones, con guitarra y luego acordeón, el instrumento musical más característico y famoso de la zona. El género llegó a ser de tal influencia que se dice que Gabriel García Márquez, amigo personal de Escalona, declaró que cien años de soledad era un vallenato de 350 páginas. No es entonces producto de azar, que de la cultura de esta región haya salido el realismo mágico de García Márquez. López Michelsen mismo recuerda que una de sus secretarias en Valledupar, Myriam, fue enviada a estudiar a Bucaramanga y cuando el instructor supo que en su clase había cinco estudiantes con el nombre de Myriam, resolvió rebautizarlas Myriam 1, Myriam 2, Myriam 3 y así sucesivamente, en la misma forma que García Márquez había hecho en su mencionada novela para poder distinguir a los diversos miembros y generaciones de la familia Buendía.

Así, pues, la época que López Michelsen y doña Cecilia pasaron en Valledupar, fue no solo feliz sino productiva. Cierto, era una zona de menor desarrollo económico, como otras de la región del trópico, y no eran tantas las comodidades, en términos de electricidad y aire acondicionado, de modo que el ritmo de la vida y el trabajo se regían por las fluctuaciones del calor del día. La rutina diaria comenzaba muy temprano, para evitar la alta temperatura del mediodía. A las siete de la mañana López Michelsen ya estaba en su escritorio y como otros, después de almorzar cerca de la doce, se retiraba a dormir la siesta, en las horas de mayor calor. Volvía entonces a sus labores y trabajaba hasta las seis de la tarde, hora de cierre de la gobernación y la alcaldía, cuando, de acuerdo con la tradición costeña, la gente se relajaba, tomaba un refresco y charlaba sobre los sucesos del día. En medio de esta rutina, que duró más bien poco, su gestión como gobernador probó ser muy efectiva: colaboró con Escalona y Consuelo Araújo, también de Patillal, y con Myriam Pupo, en la creación del famoso Festival Vallenato anual, que se celebró por primera vez e 1968. López Michelsen guardaba buenos recuerdos de sus anteriores excursiones de caza y de sus éxitos en el desarrollo de algunos cultivos de arroz, de esos tiempos en que había paz en la zona, en que los ríos corrían abajo desde las montañas de la Sierra Nevada, con sus aguas claras y llenas de peces. Como gobernador, trabajó entonces muy duro para promover el desarrollo de la región, en extremo aislada en la década de los sesenta, y donde no había siquiera conexión telefónica con la capital nacional.

Para comunicarse directamente, López Michelsen tenía que hacerlo mediante radio, de lo cual no se podía depender siempre y no era, por demás, confidencial. En el momento en que le habían nombrado gobernador, la región no contaba en general con acueducto ni tratamiento de aguas, de modo que el agua se conseguía directamente de los ríos Cesar o Guatapurí. Durante su administración, López Michelsen se concentró en mejorar las condiciones de sanidad de la región, así como en fomentar la producción de algodón y la expansión de una industria ganadera y de productos de consumo diario, comercialmente más viable con el arroz, tanto López Michelsen como su familia ya habían demostrado que era posible una producción mecanizada en la región, y eso a pesar del escepticismo de algunos de los rancheros. También se propuso hacer que la región se conociera, levando, entre otros, a sus amigos bogotanos, con quienes recorría el departamento durante los fines de semana. Con ayuda de varios especialistas que les prestó el gobernador del Quindío, desarrolló la infraestructura administrativa del nuevo departamento y comenzó a integrar, de forma efectiva, la economía y la política de la zona con el centro del país. La zona contaba con promisorios depósitos de carbón, además de que crecía el interés de los inversionistas petroleros extranjeros por los depósitos alrededor del pueblo de Aguachica. La esperanza de López Michelsen era que con una planeación meticulosa, la región también podría convertirse en exportadora de cítricos (en especial toronjas) y mangos de muy buena calidad. Pero este potencial no pudo materializarse del todo, ya que en la década de 1970, así como en las de 1980 y 1990, la región y el país se vieron envueltos no sólo en el conflicto con las guerrillas, principalmente con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Ejército Popular de Liberación (EPL), sino con las autodefensas o grupos paramilitares que decían ser fuerzas de combate contra las guerrillas. Ni las áreas rurales ni los pueblos de toda esta hermosa región lograron, en lo que quedó del siglo, escapar al conflicto, con su inconsciente violencia y derramamiento de sangre.

De su Biografía, “Alfonso López Michelsen. Su vida. Su época”, Stephen J. Randall, Villegas Editores, Bogotá, 2007.