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Columnista - 15 junio, 2013

Lo que significa el perdón

Estaba oscuro. Los intensos colores del atardecer cedieron su lugar al manto negro de la noche y unos tímidos candiles intentaban en vano ahuyentar las tinieblas. A lo lejos los perros ladraban y una leve línea curva era el último suspiro de la luna agonizante.

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Por. Marlon Javier Domínguez

Estaba oscuro. Los intensos colores del atardecer cedieron su lugar al manto negro de la noche y unos tímidos candiles intentaban en vano ahuyentar las tinieblas. A lo lejos los perros ladraban y una leve línea curva era el último suspiro de la luna agonizante.

En el aire reinaba la expectación y en los pequeños grupos las conversaciones fluían a baja voz, teniendo como único tema a aquél joven maestro que cautivaba con sus palabras y su ejemplo arrollador. ¿Sería tal vez el Mesías esperado? Hablaba con autoridad y enseñaba la ley de forma novedosa, se dirigía a Dios como a su Padre y se atrevía a desafiar a quienes ostentaban el título de “maestros de la ley”. ¿Era el salvador por el que se suspiraba hace siglos? No. Un carpintero nazareno no podría ser el descendiente de David destinado para ocupar el trono de Israel y devolver al pueblo judío a su antiguo esplendor.

Aquella noche sería un momento privilegiado para probar la sabiduría del maestro venido de Nazaret. Un fariseo, experto en la ley, lo había invitado a cenar en su casa y, seguramente, no dejaría pasar la oportunidad para plantear cuestiones espinosas que le acorralaran; intentaría desenmascararlo en público y evidenciar frente a los demás invitados que ser Mesías iba más allá de sentidos discursos, interpretaciones atrevidas de la ley y enfrentamientos altaneros con la autoridad religiosa.

La cena comenzó y una mujer, cuya mala reputación era por todos conocida, se acercó, lloraba desconsolada y vertía sus lágrimas sobre los pies del maestro, al tiempo que con su cabello enmarañado los intentaba secar y con sus labios los cubría de besos. Ahí estaba la prueba: “Si éste fuera un profeta no dejaría que le tocara una mujer así”. Se trata de una pecadora.

Jesús convirtió las murmuraciones en silencio cuando levantó su voz para enseñar que “a quien mucho se le perdona, mucho amor muestra” y que, en consecuencia, quien no cree tener necesidad de ser perdonado vivirá siempre ignorando lo que es el agradecimiento. La lección había sido dictada, pero los gestos hablan más que las palabras: Jesús levantó a la mujer, la miró a los ojos y, tal vez, mientras con su dedo limpiaba una de aquellas lágrimas, le dijo suavemente: “Tus pecados te quedan perdonados”. Más lágrimas brotaron, pero ya no de dolor sino de alegría. Todo el pasado oscuro había sido borrado en un instante y la sonrisa se dibujó en el rostro de quien había vuelto a nacer.

¿Quién es Dios? ¿Acaso un ser supremo intransigente, atrincherado en su perfección y cuyo principal pasatiempo es castigar humanos? ¡No! El Dios que de niño me enseñaron, que de adolescente conocí y al que de adulto amo es misericordia, perdón y gratuidad. Cada día sus ojos se encuentran con los míos y en la calidez de una mirada me hacen comprender lo que significa el perdón.

 

Columnista
15 junio, 2013

Lo que significa el perdón

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

Estaba oscuro. Los intensos colores del atardecer cedieron su lugar al manto negro de la noche y unos tímidos candiles intentaban en vano ahuyentar las tinieblas. A lo lejos los perros ladraban y una leve línea curva era el último suspiro de la luna agonizante.


Por. Marlon Javier Domínguez

Estaba oscuro. Los intensos colores del atardecer cedieron su lugar al manto negro de la noche y unos tímidos candiles intentaban en vano ahuyentar las tinieblas. A lo lejos los perros ladraban y una leve línea curva era el último suspiro de la luna agonizante.

En el aire reinaba la expectación y en los pequeños grupos las conversaciones fluían a baja voz, teniendo como único tema a aquél joven maestro que cautivaba con sus palabras y su ejemplo arrollador. ¿Sería tal vez el Mesías esperado? Hablaba con autoridad y enseñaba la ley de forma novedosa, se dirigía a Dios como a su Padre y se atrevía a desafiar a quienes ostentaban el título de “maestros de la ley”. ¿Era el salvador por el que se suspiraba hace siglos? No. Un carpintero nazareno no podría ser el descendiente de David destinado para ocupar el trono de Israel y devolver al pueblo judío a su antiguo esplendor.

Aquella noche sería un momento privilegiado para probar la sabiduría del maestro venido de Nazaret. Un fariseo, experto en la ley, lo había invitado a cenar en su casa y, seguramente, no dejaría pasar la oportunidad para plantear cuestiones espinosas que le acorralaran; intentaría desenmascararlo en público y evidenciar frente a los demás invitados que ser Mesías iba más allá de sentidos discursos, interpretaciones atrevidas de la ley y enfrentamientos altaneros con la autoridad religiosa.

La cena comenzó y una mujer, cuya mala reputación era por todos conocida, se acercó, lloraba desconsolada y vertía sus lágrimas sobre los pies del maestro, al tiempo que con su cabello enmarañado los intentaba secar y con sus labios los cubría de besos. Ahí estaba la prueba: “Si éste fuera un profeta no dejaría que le tocara una mujer así”. Se trata de una pecadora.

Jesús convirtió las murmuraciones en silencio cuando levantó su voz para enseñar que “a quien mucho se le perdona, mucho amor muestra” y que, en consecuencia, quien no cree tener necesidad de ser perdonado vivirá siempre ignorando lo que es el agradecimiento. La lección había sido dictada, pero los gestos hablan más que las palabras: Jesús levantó a la mujer, la miró a los ojos y, tal vez, mientras con su dedo limpiaba una de aquellas lágrimas, le dijo suavemente: “Tus pecados te quedan perdonados”. Más lágrimas brotaron, pero ya no de dolor sino de alegría. Todo el pasado oscuro había sido borrado en un instante y la sonrisa se dibujó en el rostro de quien había vuelto a nacer.

¿Quién es Dios? ¿Acaso un ser supremo intransigente, atrincherado en su perfección y cuyo principal pasatiempo es castigar humanos? ¡No! El Dios que de niño me enseñaron, que de adolescente conocí y al que de adulto amo es misericordia, perdón y gratuidad. Cada día sus ojos se encuentran con los míos y en la calidez de una mirada me hacen comprender lo que significa el perdón.