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Columnista - 10 febrero, 2021

Lo que no borró el desierto y su enseñanza

El domingo anterior acepté la invitación de mi amigo de infancia, Héctor Brito Arregocés, para almorzar en el encantador municipio de La Paz. Al pasar por el edificio donde funcionó Federaltex, observé los árboles que dominan el paisaje con sus ramas desnudas por el intenso verano de esta época del año. Enero, acompañado de extraños […]

El domingo anterior acepté la invitación de mi amigo de infancia, Héctor Brito Arregocés, para almorzar en el encantador municipio de La Paz. Al pasar por el edificio donde funcionó Federaltex, observé los árboles que dominan el paisaje con sus ramas desnudas por el intenso verano de esta época del año.

Enero, acompañado de extraños sentimientos, me arrastra con la fuerte melancolía de sus largos días; mientras conducía miraba por la ventana así como creo que ella lo hacía en la descripción de la página 122 del libro, al relatar cómo se enteró del fallecimiento de su bisabuelo Lino. Su tía Yadira interrumpe el espeso silencio con el que viajaban desde que salieron del colegio Santa Fe y le dice: “Diana, Lino se murió”. La niña solo escuchó y continuó mirando esos secos árboles de la curva del Salguero.

En este pequeño pasaje, la profunda tristeza de la autora de ‘Lo que no borró el desierto’ es evidente, también la tribulación por la insistencia de la muerte en recordarle lo cerca que está en su vida, primero el homicidio de su padre, el deceso de su abuela, ‘Mamamartha’, y también su bisabuelo Lino, tres muertes en menos de un año.

Aunque es un libro que nace de la tragedia, las lecciones que deja son valiosas, personajes tenebrosos que ordenan homicidios crecen en medio de los aplausos y reverencia de quienes desean un poco de ese terrorífico poder, no importa si el criminal asesinó al amigo, vecino o al familiar, se ignora si la lambonería alcanza para que un poco de la sangre derramada proporcione ciertos privilegios a esos seguidores chauvinistas.

Las alianzas con guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes comienzan de esa manera. Recuerdo cuando niño escuchaba que en el Norte del Valle del Cauca existía un grupo al margen de la ley llamado Los rastrojos, y consideraba eso tan lejos de Valledupar, pero hoy están acá, cualquiera puede ser un rastrojo, desde sicario o jefe de finanzas viviendo en la casa de al lado.

 Lo mismo ocurre con los narcotraficantes mexicanos,  tan despiadados como en otrora fueron el Cartel de Medellín o de Cali; están destrozando el Cauca, pero también están penetrando con fuerza en la región Caribe, es una realidad, los mexicanos están acá controlando el negocio de las drogas ilícitas.

Las nuevas bandas criminales deben ser neutralizadas desde que hacen sus primeras apariciones; el alcalde de El Copey, Francisco Meza Altamar, denunció amenazas procedentes de los denominados ‘Panchecas’, narcotraficantes ubicados en la Sierra Nevada y autores de varios homicidios en Santa Marta, aunque ya se tiene conocimiento de su aparición en Uribia (La Guajira), impedir su expansión se hace prioritario y procurar acabar con esa estructura criminal es crucial para evitar el advenimiento de otros Marquitos, Sillas, 39, 40, 101, que provocan dolor a niños como el padecido por  Diana López Zuleta.

Columnista
10 febrero, 2021

Lo que no borró el desierto y su enseñanza

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Carlos Andrés Añez Maestre

El domingo anterior acepté la invitación de mi amigo de infancia, Héctor Brito Arregocés, para almorzar en el encantador municipio de La Paz. Al pasar por el edificio donde funcionó Federaltex, observé los árboles que dominan el paisaje con sus ramas desnudas por el intenso verano de esta época del año. Enero, acompañado de extraños […]


El domingo anterior acepté la invitación de mi amigo de infancia, Héctor Brito Arregocés, para almorzar en el encantador municipio de La Paz. Al pasar por el edificio donde funcionó Federaltex, observé los árboles que dominan el paisaje con sus ramas desnudas por el intenso verano de esta época del año.

Enero, acompañado de extraños sentimientos, me arrastra con la fuerte melancolía de sus largos días; mientras conducía miraba por la ventana así como creo que ella lo hacía en la descripción de la página 122 del libro, al relatar cómo se enteró del fallecimiento de su bisabuelo Lino. Su tía Yadira interrumpe el espeso silencio con el que viajaban desde que salieron del colegio Santa Fe y le dice: “Diana, Lino se murió”. La niña solo escuchó y continuó mirando esos secos árboles de la curva del Salguero.

En este pequeño pasaje, la profunda tristeza de la autora de ‘Lo que no borró el desierto’ es evidente, también la tribulación por la insistencia de la muerte en recordarle lo cerca que está en su vida, primero el homicidio de su padre, el deceso de su abuela, ‘Mamamartha’, y también su bisabuelo Lino, tres muertes en menos de un año.

Aunque es un libro que nace de la tragedia, las lecciones que deja son valiosas, personajes tenebrosos que ordenan homicidios crecen en medio de los aplausos y reverencia de quienes desean un poco de ese terrorífico poder, no importa si el criminal asesinó al amigo, vecino o al familiar, se ignora si la lambonería alcanza para que un poco de la sangre derramada proporcione ciertos privilegios a esos seguidores chauvinistas.

Las alianzas con guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes comienzan de esa manera. Recuerdo cuando niño escuchaba que en el Norte del Valle del Cauca existía un grupo al margen de la ley llamado Los rastrojos, y consideraba eso tan lejos de Valledupar, pero hoy están acá, cualquiera puede ser un rastrojo, desde sicario o jefe de finanzas viviendo en la casa de al lado.

 Lo mismo ocurre con los narcotraficantes mexicanos,  tan despiadados como en otrora fueron el Cartel de Medellín o de Cali; están destrozando el Cauca, pero también están penetrando con fuerza en la región Caribe, es una realidad, los mexicanos están acá controlando el negocio de las drogas ilícitas.

Las nuevas bandas criminales deben ser neutralizadas desde que hacen sus primeras apariciones; el alcalde de El Copey, Francisco Meza Altamar, denunció amenazas procedentes de los denominados ‘Panchecas’, narcotraficantes ubicados en la Sierra Nevada y autores de varios homicidios en Santa Marta, aunque ya se tiene conocimiento de su aparición en Uribia (La Guajira), impedir su expansión se hace prioritario y procurar acabar con esa estructura criminal es crucial para evitar el advenimiento de otros Marquitos, Sillas, 39, 40, 101, que provocan dolor a niños como el padecido por  Diana López Zuleta.