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Columnista - 14 abril, 2018

“Lo que mal empieza, mal acaba”

Todo empezó mal cuando Santos decidió que el fin de la paz justificaba todos los medios, y pagó con mermelada la “Unidad Nacional” que la impuso a pupitrazo, llevándose por delante la dignidad del Congreso. Y había empezado mal con una traición: no tanto por haber negociado con las Farc, sino por el desmedido alcance […]

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Todo empezó mal cuando Santos decidió que el fin de la paz justificaba todos los medios, y pagó con mermelada la “Unidad Nacional” que la impuso a pupitrazo, llevándose por delante la dignidad del Congreso.

Y había empezado mal con una traición: no tanto por haber negociado con las Farc, sino por el desmedido alcance de las negociaciones al ritmo extorsivo de las armas. Se desconoció la voluntad popular, se socavaron las instituciones, se perdieron la Seguridad Democrática y 15 años de lucha contra el narcotráfico, y se consagró la impunidad para las Farc.

A Santos le quedaba la credibilidad externa, gracias al costoso lobby internacional que le valió su Nobel de Paz. Pero la cuestionable gestión de la ONU -cobra 135.000 millones-, la corrupción en los recursos para la paz, que incluyen a Marín, sobrino de Márquez, socio de Santrich en narcotráfico y comisionista de proyectos con tarifa del 20%; y para rematar, la captura de Santrich, despertaron recelo en la comunidad internacional.

Entretanto, ocho policías asesinados en Urabá por el Clan del Golfo y dos líderes sociales por el ELN, que en enero demostró de lo que es capaz para mantener al Gobierno en la mesa de Quito: siete policías muertos, 41 heridos, cuatro voladuras y hostigamientos a municipios.

En febrero, las disidencias de las Farc volaron una torre de energía y dejaron sin luz a San José del Guaviare; en marzo volaron dos más y, por enésima vez, apagaron las luces de Tumaco. El mismo día secuestraron tres periodistas ecuatorianos, que asesinaron de manera infame. ¿Dónde quedó la paz que florecería después del acuerdo?

Pero no es solo la seguridad lo que mal acaba. En 2017 la economía creció apenas 1,8%; la industria tuvo crecimiento negativo de -0,6%; el comercio, con IVA al 19%, sufrió una caída de -0,9% y con proyecciones pesimistas. El desempleo volvió a dos dígitos y la deuda externa, que Santos recibió en 64.792 millones de dólares, terminó en 124.389 millones, equivalentes al 40,2% del PIB.

Los megaproyectos están semiparalizados porque la corrupción espantó a la banca local, mientras el Gobierno busca financiadores externos. Se les cayó el puente de Chirajara, el túnel de La Línea en aplazamiento y la Ruta del Sol está en veremos, y lo peor es que todos tan tranquilos, comenzando por las exministras de la adición ilegal (Parody – Álvarez) para la vía Ocaña- Gamarra.

La corrupción fue la marca del gobierno Santos, que hizo y dejó hacer. Reficar, Odebrecht, los carteles de los cuadernos, los pañales, la alimentación escolar, la hemofilia, el sida y hasta de los locos para desfalcar a Colpensiones, además del vergonzoso cartel de la toga. Todos corrompían a todos, con el Gobierno en primera fila. Lo que mal acaba, cuando menos acaba. El sol saldrá para Colombia el 27 de mayo, cuando elegiremos a Iván Duque.

Columnista
14 abril, 2018

“Lo que mal empieza, mal acaba”

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Félix Lafaurie Rivera

Todo empezó mal cuando Santos decidió que el fin de la paz justificaba todos los medios, y pagó con mermelada la “Unidad Nacional” que la impuso a pupitrazo, llevándose por delante la dignidad del Congreso. Y había empezado mal con una traición: no tanto por haber negociado con las Farc, sino por el desmedido alcance […]


Todo empezó mal cuando Santos decidió que el fin de la paz justificaba todos los medios, y pagó con mermelada la “Unidad Nacional” que la impuso a pupitrazo, llevándose por delante la dignidad del Congreso.

Y había empezado mal con una traición: no tanto por haber negociado con las Farc, sino por el desmedido alcance de las negociaciones al ritmo extorsivo de las armas. Se desconoció la voluntad popular, se socavaron las instituciones, se perdieron la Seguridad Democrática y 15 años de lucha contra el narcotráfico, y se consagró la impunidad para las Farc.

A Santos le quedaba la credibilidad externa, gracias al costoso lobby internacional que le valió su Nobel de Paz. Pero la cuestionable gestión de la ONU -cobra 135.000 millones-, la corrupción en los recursos para la paz, que incluyen a Marín, sobrino de Márquez, socio de Santrich en narcotráfico y comisionista de proyectos con tarifa del 20%; y para rematar, la captura de Santrich, despertaron recelo en la comunidad internacional.

Entretanto, ocho policías asesinados en Urabá por el Clan del Golfo y dos líderes sociales por el ELN, que en enero demostró de lo que es capaz para mantener al Gobierno en la mesa de Quito: siete policías muertos, 41 heridos, cuatro voladuras y hostigamientos a municipios.

En febrero, las disidencias de las Farc volaron una torre de energía y dejaron sin luz a San José del Guaviare; en marzo volaron dos más y, por enésima vez, apagaron las luces de Tumaco. El mismo día secuestraron tres periodistas ecuatorianos, que asesinaron de manera infame. ¿Dónde quedó la paz que florecería después del acuerdo?

Pero no es solo la seguridad lo que mal acaba. En 2017 la economía creció apenas 1,8%; la industria tuvo crecimiento negativo de -0,6%; el comercio, con IVA al 19%, sufrió una caída de -0,9% y con proyecciones pesimistas. El desempleo volvió a dos dígitos y la deuda externa, que Santos recibió en 64.792 millones de dólares, terminó en 124.389 millones, equivalentes al 40,2% del PIB.

Los megaproyectos están semiparalizados porque la corrupción espantó a la banca local, mientras el Gobierno busca financiadores externos. Se les cayó el puente de Chirajara, el túnel de La Línea en aplazamiento y la Ruta del Sol está en veremos, y lo peor es que todos tan tranquilos, comenzando por las exministras de la adición ilegal (Parody – Álvarez) para la vía Ocaña- Gamarra.

La corrupción fue la marca del gobierno Santos, que hizo y dejó hacer. Reficar, Odebrecht, los carteles de los cuadernos, los pañales, la alimentación escolar, la hemofilia, el sida y hasta de los locos para desfalcar a Colpensiones, además del vergonzoso cartel de la toga. Todos corrompían a todos, con el Gobierno en primera fila. Lo que mal acaba, cuando menos acaba. El sol saldrá para Colombia el 27 de mayo, cuando elegiremos a Iván Duque.