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Columnista - 24 diciembre, 2020

¿Llorar, para qué?

Eso de andar llorando sobre la leche derramada es cosa del pasado, sobre todo lo mal que huele la leche derramada. Así encontramos este fin de año, lleno de cosas distintas y estrenando una peste que pasadas generaciones padecieron, tal vez con mayor rigor,  al menos esta con su carga de dolor,  tiene la esperanza  […]

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Eso de andar llorando sobre la leche derramada es cosa del pasado, sobre todo lo mal que huele la leche derramada. Así encontramos este fin de año, lleno de cosas distintas y estrenando una peste que pasadas generaciones padecieron, tal vez con mayor rigor,  al menos esta con su carga de dolor,  tiene la esperanza  de la vacuna, al parecer más rápido de los pronósticos iniciales.

De nada vale para la  memoria y la vida encontrarnos personas llenas de desesperanza, compungidas de llanto, lástimas, necesidades y lamentos, cuando en verdad deberíamos estar contentos por la gran obra de seguir vivos y si aplicamos los consejos de expertos, pasamos el año tranquilos, en pequeños grupos, contando pequeñas cosas que al final hacen grande los momentos.

Las personas positivas influyen esa energía que nos hace felices, dan un optimismo efectivo, miran la vida de manera distinta, saben que los quejosos y las desesperanzas solo traen más de lo mismo. Los positivistas comprenden que los momentos buenos son mayores que los tristes, pero mucha gente se empeña solo en recordar  momentos negativos, que en cualquier circunstancias los humanos tenemos, y al final nos dan fortaleza, nos  hacen más humanos, actuamos de mejor manera, comprendemos con valor la situación, y nuestra carga en lo venidero ocurre con mejores fuerzas.

La gente toxica, así las llaman, solo cuentan historias desagradables, buscan angustias en todas las personas, olvidando la carga de defectos que todos llevamos, y algunos tratamos de manejar mejor, otros la desarrollan con una maestría  implacable, tanto que convierten los buenos momentos en un muro de lamentos donde las lágrimas son la lluvia, y el cielo la amenaza fatal.

Encontrar personas capaces de reír de sus propias historias, de volverlas fantásticas, creíbles, así sean inventadas, nos enternece, hace que la vida tenga sonrisas por montones y que las cosas sean siempre mejores en la mente donde todo  se construye. No hay necesidad de ser payasos, para arrancar sonrisas, hay cuentos – y los vallenatos tenemos por montones- que con su sencillez desprenden, incluso, los tropeles diarios que la actual situación requiere.

Piense que en estos meses no gastó los zapatos, ni pagó por su lustrada, pero igual en el lustrador que vive de sus zapatos; en su ropa sin planchar, pero igual en la señora que vive de ese humilde oficio; ocúpese de todos los libros, prensa, revista leída y en los editores y su mundo de libreros; piense en la tienda donde tomaba cervezas con sus colegas de oficio, para hacer llevadera las tardes; piense en sus amigos de toda la vida, en los hijos que crecen en un mundo enfermo, pero mejor no olvide aquellas novias inolvidables hoy gordas y achacosas en las colas de las EPS, ellas lo miran igual, pero tienen en su mente  días juveniles de locuras realizadas y las que fueron incapaces de cometer, porque en aquellos tiempos, La Prudencia tenía sus límites.

Hoy son otros tiempos, felices como la exministra que tiene 25 años de poder en el gobierno y se va para Suiza, o en los  infelices  vecinos de Venezuela que ya anuncian que para ellos no habrá vacuna; en los partidos de fútbol del equipo Santa Fe, que tanto aman los capitalinos, y los rojos de América, a pesar de llevar el trinche del mismo diablo, sus seguidores ruegan al Altísimo para  ganar. Son las contradicciones, pero la vida está llena de esas vainas, usted cumpla con ser buena gente, ayer y hoy, el mañana traerá su afán. Hasta enero.

Columnista
24 diciembre, 2020

¿Llorar, para qué?

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Edgardo Mendoza Guerra

Eso de andar llorando sobre la leche derramada es cosa del pasado, sobre todo lo mal que huele la leche derramada. Así encontramos este fin de año, lleno de cosas distintas y estrenando una peste que pasadas generaciones padecieron, tal vez con mayor rigor,  al menos esta con su carga de dolor,  tiene la esperanza  […]


Eso de andar llorando sobre la leche derramada es cosa del pasado, sobre todo lo mal que huele la leche derramada. Así encontramos este fin de año, lleno de cosas distintas y estrenando una peste que pasadas generaciones padecieron, tal vez con mayor rigor,  al menos esta con su carga de dolor,  tiene la esperanza  de la vacuna, al parecer más rápido de los pronósticos iniciales.

De nada vale para la  memoria y la vida encontrarnos personas llenas de desesperanza, compungidas de llanto, lástimas, necesidades y lamentos, cuando en verdad deberíamos estar contentos por la gran obra de seguir vivos y si aplicamos los consejos de expertos, pasamos el año tranquilos, en pequeños grupos, contando pequeñas cosas que al final hacen grande los momentos.

Las personas positivas influyen esa energía que nos hace felices, dan un optimismo efectivo, miran la vida de manera distinta, saben que los quejosos y las desesperanzas solo traen más de lo mismo. Los positivistas comprenden que los momentos buenos son mayores que los tristes, pero mucha gente se empeña solo en recordar  momentos negativos, que en cualquier circunstancias los humanos tenemos, y al final nos dan fortaleza, nos  hacen más humanos, actuamos de mejor manera, comprendemos con valor la situación, y nuestra carga en lo venidero ocurre con mejores fuerzas.

La gente toxica, así las llaman, solo cuentan historias desagradables, buscan angustias en todas las personas, olvidando la carga de defectos que todos llevamos, y algunos tratamos de manejar mejor, otros la desarrollan con una maestría  implacable, tanto que convierten los buenos momentos en un muro de lamentos donde las lágrimas son la lluvia, y el cielo la amenaza fatal.

Encontrar personas capaces de reír de sus propias historias, de volverlas fantásticas, creíbles, así sean inventadas, nos enternece, hace que la vida tenga sonrisas por montones y que las cosas sean siempre mejores en la mente donde todo  se construye. No hay necesidad de ser payasos, para arrancar sonrisas, hay cuentos – y los vallenatos tenemos por montones- que con su sencillez desprenden, incluso, los tropeles diarios que la actual situación requiere.

Piense que en estos meses no gastó los zapatos, ni pagó por su lustrada, pero igual en el lustrador que vive de sus zapatos; en su ropa sin planchar, pero igual en la señora que vive de ese humilde oficio; ocúpese de todos los libros, prensa, revista leída y en los editores y su mundo de libreros; piense en la tienda donde tomaba cervezas con sus colegas de oficio, para hacer llevadera las tardes; piense en sus amigos de toda la vida, en los hijos que crecen en un mundo enfermo, pero mejor no olvide aquellas novias inolvidables hoy gordas y achacosas en las colas de las EPS, ellas lo miran igual, pero tienen en su mente  días juveniles de locuras realizadas y las que fueron incapaces de cometer, porque en aquellos tiempos, La Prudencia tenía sus límites.

Hoy son otros tiempos, felices como la exministra que tiene 25 años de poder en el gobierno y se va para Suiza, o en los  infelices  vecinos de Venezuela que ya anuncian que para ellos no habrá vacuna; en los partidos de fútbol del equipo Santa Fe, que tanto aman los capitalinos, y los rojos de América, a pesar de llevar el trinche del mismo diablo, sus seguidores ruegan al Altísimo para  ganar. Son las contradicciones, pero la vida está llena de esas vainas, usted cumpla con ser buena gente, ayer y hoy, el mañana traerá su afán. Hasta enero.