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Columnista - 4 octubre, 2015

Lenguaje real

Todo problema de comunicación es un asunto de semántica y subjetividad. Estaba sentado en el balcón de mi casa, preparándome sicológicamente con una pipa de cannabis para ir a trabajar, cuando me enteré de que con irresponsable frialdad habían censurado una frase de mi columna del domingo anterior, seguramente por una expresión a la cual […]

Todo problema de comunicación es un asunto de semántica y subjetividad. Estaba sentado en el balcón de mi casa, preparándome sicológicamente con una pipa de cannabis para ir a trabajar, cuando me enteré de que con irresponsable frialdad habían censurado una frase de mi columna del domingo anterior, seguramente por una expresión a la cual llegué luego de haber escudriñado sobre la vida de mis personajes. Era una palabra que no podía ser otra, una palabra nueva, una expresión nuestra, una de esas que logran un significado que trasciende la rigidez de las letras y la significación de las palabras de las que se vale para llegar a su fin.

Va más allá de la estética o la ética. Una vez existe la necesidad de comunicar algo que no está dentro del conjunto del glosario que se conoce como posible, que no logra el nivel de significación de la nueva necesidad de comunicación, ocurre la invención del vocablo; en este caso particular, uno que con el tiempo tal vez hasta La Real Academia de la Lengua Española quiera adoptar como suyo- si adoptaron “murciégalos” , por qué no “valeverga”, que suena mejor y logra un todo gracias a la renovación del lenguaje, que exige producir palabras actuales para las necesidades de comunicación actuales.

Es algo que va más allá de los medios de comunicación y sus estereotipos de lenguaje, de sus cursilerías.

Se trata de lenguaje real, lenguaje de la calle, que es universal porque lo conoce hasta el que por pudor o ignorancia no lo usa. Si lo reducimos a filología podría ser algo así como la mierda metafísica de García Márquez en el coronel no tiene quien le escriba; algo que tal vez no tenga mucho peso pero que define, conceptúa. Además, agotadas las descripciones ¿cómo más iba a denominar a esos tristes personajes míos? ¿Existencialistas, Nadaistas, Importaculistas? Están “demodés”- como dice un amigo- además, es de mal gusto usar expresiones que no corresponden al universo del texto. Hubiese sido una anomalía semántica incluso cambiar la expresión.

Una de las primeras discusiones del estudio de la literatura colombiana es precisamente definir desde cuando se podría hablar de literatura colombiana, y resulta que, desde la literatura prehispánica y luego pasando por la literatura de la conquista y de la colonia, todo lo que se expresaba a través de este medio no se podía considerar como tal colombiano porque los indígenas no eran colombianos ni los conquistadores (ni los africanos) eran colombianos, porque ni siquiera se había consolidado la Nueva Granada ni ninguna de nuestras instancias políticas. La literatura colombiana nace a partir de Jorge Isaacs, y José Eustacio y su Vorágine, que es cuando se empieza a construir una idea, una noción de colombianidad, pero ¿qué se hacía con el lenguaje? Lo mismo que la novela tradicional había hecho, con algunas pequeñas variaciones en la técnica narrativa.

Pero el lenguaje era el mismo, la expresión era muy semejante y las técnicas de narración a las que se recurrían igualmente. Solo cuando se le da una diferenciación en el lenguaje y se pone en la orilla colombiana es que se puede comenzar a hablar de literatura colombiana. De ahí la importancia de adoptar sin temor palabras o expresiones para sumar a nuestro léxico regional, local, e incluso personal. No es una expresión lo que hace vulgar a un texto sino su contenido, lo que dice. El lenguaje es dinámico, como el resto de las cosas, y constantemente se están sumando a él infinidad de acepciones, gústennos o no.

Columnista
4 octubre, 2015

Lenguaje real

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jarol Ferreira

Todo problema de comunicación es un asunto de semántica y subjetividad. Estaba sentado en el balcón de mi casa, preparándome sicológicamente con una pipa de cannabis para ir a trabajar, cuando me enteré de que con irresponsable frialdad habían censurado una frase de mi columna del domingo anterior, seguramente por una expresión a la cual […]


Todo problema de comunicación es un asunto de semántica y subjetividad. Estaba sentado en el balcón de mi casa, preparándome sicológicamente con una pipa de cannabis para ir a trabajar, cuando me enteré de que con irresponsable frialdad habían censurado una frase de mi columna del domingo anterior, seguramente por una expresión a la cual llegué luego de haber escudriñado sobre la vida de mis personajes. Era una palabra que no podía ser otra, una palabra nueva, una expresión nuestra, una de esas que logran un significado que trasciende la rigidez de las letras y la significación de las palabras de las que se vale para llegar a su fin.

Va más allá de la estética o la ética. Una vez existe la necesidad de comunicar algo que no está dentro del conjunto del glosario que se conoce como posible, que no logra el nivel de significación de la nueva necesidad de comunicación, ocurre la invención del vocablo; en este caso particular, uno que con el tiempo tal vez hasta La Real Academia de la Lengua Española quiera adoptar como suyo- si adoptaron “murciégalos” , por qué no “valeverga”, que suena mejor y logra un todo gracias a la renovación del lenguaje, que exige producir palabras actuales para las necesidades de comunicación actuales.

Es algo que va más allá de los medios de comunicación y sus estereotipos de lenguaje, de sus cursilerías.

Se trata de lenguaje real, lenguaje de la calle, que es universal porque lo conoce hasta el que por pudor o ignorancia no lo usa. Si lo reducimos a filología podría ser algo así como la mierda metafísica de García Márquez en el coronel no tiene quien le escriba; algo que tal vez no tenga mucho peso pero que define, conceptúa. Además, agotadas las descripciones ¿cómo más iba a denominar a esos tristes personajes míos? ¿Existencialistas, Nadaistas, Importaculistas? Están “demodés”- como dice un amigo- además, es de mal gusto usar expresiones que no corresponden al universo del texto. Hubiese sido una anomalía semántica incluso cambiar la expresión.

Una de las primeras discusiones del estudio de la literatura colombiana es precisamente definir desde cuando se podría hablar de literatura colombiana, y resulta que, desde la literatura prehispánica y luego pasando por la literatura de la conquista y de la colonia, todo lo que se expresaba a través de este medio no se podía considerar como tal colombiano porque los indígenas no eran colombianos ni los conquistadores (ni los africanos) eran colombianos, porque ni siquiera se había consolidado la Nueva Granada ni ninguna de nuestras instancias políticas. La literatura colombiana nace a partir de Jorge Isaacs, y José Eustacio y su Vorágine, que es cuando se empieza a construir una idea, una noción de colombianidad, pero ¿qué se hacía con el lenguaje? Lo mismo que la novela tradicional había hecho, con algunas pequeñas variaciones en la técnica narrativa.

Pero el lenguaje era el mismo, la expresión era muy semejante y las técnicas de narración a las que se recurrían igualmente. Solo cuando se le da una diferenciación en el lenguaje y se pone en la orilla colombiana es que se puede comenzar a hablar de literatura colombiana. De ahí la importancia de adoptar sin temor palabras o expresiones para sumar a nuestro léxico regional, local, e incluso personal. No es una expresión lo que hace vulgar a un texto sino su contenido, lo que dice. El lenguaje es dinámico, como el resto de las cosas, y constantemente se están sumando a él infinidad de acepciones, gústennos o no.