BITÁCORA Nos quejamos que la juventud es cada día más rebelde, menos comprensible y poco responsable, pero mucho tenemos de culpa en lo que les afecta. Desde niños los obligamos a comportarse como adultos. Les exigimos hablar como grandes y a muchos padres les fascina ver a sus hijos vestirse como adultos, especialmente a las […]
BITÁCORA
Nos quejamos que la juventud es cada día más rebelde, menos comprensible y poco responsable, pero mucho tenemos de culpa en lo que les afecta. Desde niños los obligamos a comportarse como adultos. Les exigimos hablar como grandes y a muchos padres les fascina ver a sus hijos vestirse como adultos, especialmente a las niñas que hoy usan tacones, maquillaje, minifaldas, bolsos y carteras entre otros, permitiendo que las leyes del comercio y la moda terminen condicionando el comportamiento de los mayores y más el de los infantes; pero luego cuando esos niños se acostumbran al mundo de los adultos, sin que hayan podido agotar su infancia, comienzan los grandes vacíos, en los que cualquier día se descubren acompañados sólo de comodidades y prebendas dadas por los padres para suplir su ausencia constante.
Seguimos planeando un futuro en el que los niños tienen que acomodarse a los adultos, y no al contrario, porque los legisladores de la patria están más interesados en hacer leyes para poner la justicia a su servicio, que en pensar un país que esté al alcance de los niños, con una reforma educativa coherente a nuestra realidad y necesidades; con una normatividad severa en lo que atañe a la asistencia alimentaria para protegerlos del abuso de los padres irresponsables.
Muchos padres continúan argumentando su ausencia de los hogares desde la necesidad de trabajar, con respuestas tan naturales, pero tan simples como: -debido a mi trabajo no puedo compartir todos los días con mi hijo, pero trato de dedicarle un tiempo de calidad, aunque sea corto-; lástima que el concepto de calidad sea elaborado y acomodado a lo que quieren justificar, pues para los niños calidad va de la mano de cantidad, porque en realidad necesitan más tiempo con ellos, para poder conocerlos desde la dimensión del juego y no de los juguetes que le regalan para pagar su ausencia.
Los niños siempre nos dan lecciones de vida, porque desde su manera asombrosa, simple y creativa de ver la realidad, proponen una manera descomplicada de ser felices a través del afecto que en ellos supera la apariencia.
La tarde del domingo estuve jugando al campamento con mi sobrina Marycarmen, quien improvisó colchones y carpas que sólo existían en su capacidad transformadora de la realidad para compartir con los demás desde ese mundo de los niños, libre y dispuesto al goce, que al igual que el de los locos y los enamorados se aleja de la convención para disfrutar la felicidad que les produce sacudirse del encasillamiento al lado de quienes quieren.
Bastó una decena de periódicos viejos, sábanas y almohadas en el piso, para que ella disfrutara transformándolos en carpas y colchones para su campamento; elementos que por más que trató de explicármelos, no pude percibirlos desde mi mirada adulta. Sólo cuando empecé a dejarme llevar por su lógica del disfrute, sentí comodidad en lo que hacía al lado de una niña de cinco años.
Ese día estaba destinado a aprender de los sobrinos; esta vez era Sergio Andrés, quien desde sus cinco añitos me enseñó algo que jamás se me olvidará. En el ejercicio cotidiano de los domingos está llevar a mi hermano a la terminal para tomar su transporte hacia La Guajira, donde trabaja de lunes a viernes. En medio de la lluvia vimos alejar rápidamente al hermano y padre. Estuve siguiéndolo con la mirada desde que salió del automóvil hasta cuando abordó el otro carro. Me había olvidado de mi pequeña compañía, hasta cuando rompió el silencio para hacerme una pregunta que no pude responderla desde la lógica. – ¿Tienes ganas de llorar tío? De inmediato, entendí que en su interrogatorio sólo había intención de buscar un cómplice para su llanto de protesta ante la lejanía de su padre. No supe cómo sortear la situación, entonces contesté de la manera más absurda que cualquier adulto puede hacer. – ¡No! Los hombres no lloran ¡Ya papá vendrá el viernes y lo veremos de nuevo! Para secar sus ojos que casi estallaban, le sonreí, prometiéndole un juguete y entonces sonrió también a pesar de la tristeza y el vacío que habitaba en él.
@Oscararizadaza
BITÁCORA Nos quejamos que la juventud es cada día más rebelde, menos comprensible y poco responsable, pero mucho tenemos de culpa en lo que les afecta. Desde niños los obligamos a comportarse como adultos. Les exigimos hablar como grandes y a muchos padres les fascina ver a sus hijos vestirse como adultos, especialmente a las […]
BITÁCORA
Nos quejamos que la juventud es cada día más rebelde, menos comprensible y poco responsable, pero mucho tenemos de culpa en lo que les afecta. Desde niños los obligamos a comportarse como adultos. Les exigimos hablar como grandes y a muchos padres les fascina ver a sus hijos vestirse como adultos, especialmente a las niñas que hoy usan tacones, maquillaje, minifaldas, bolsos y carteras entre otros, permitiendo que las leyes del comercio y la moda terminen condicionando el comportamiento de los mayores y más el de los infantes; pero luego cuando esos niños se acostumbran al mundo de los adultos, sin que hayan podido agotar su infancia, comienzan los grandes vacíos, en los que cualquier día se descubren acompañados sólo de comodidades y prebendas dadas por los padres para suplir su ausencia constante.
Seguimos planeando un futuro en el que los niños tienen que acomodarse a los adultos, y no al contrario, porque los legisladores de la patria están más interesados en hacer leyes para poner la justicia a su servicio, que en pensar un país que esté al alcance de los niños, con una reforma educativa coherente a nuestra realidad y necesidades; con una normatividad severa en lo que atañe a la asistencia alimentaria para protegerlos del abuso de los padres irresponsables.
Muchos padres continúan argumentando su ausencia de los hogares desde la necesidad de trabajar, con respuestas tan naturales, pero tan simples como: -debido a mi trabajo no puedo compartir todos los días con mi hijo, pero trato de dedicarle un tiempo de calidad, aunque sea corto-; lástima que el concepto de calidad sea elaborado y acomodado a lo que quieren justificar, pues para los niños calidad va de la mano de cantidad, porque en realidad necesitan más tiempo con ellos, para poder conocerlos desde la dimensión del juego y no de los juguetes que le regalan para pagar su ausencia.
Los niños siempre nos dan lecciones de vida, porque desde su manera asombrosa, simple y creativa de ver la realidad, proponen una manera descomplicada de ser felices a través del afecto que en ellos supera la apariencia.
La tarde del domingo estuve jugando al campamento con mi sobrina Marycarmen, quien improvisó colchones y carpas que sólo existían en su capacidad transformadora de la realidad para compartir con los demás desde ese mundo de los niños, libre y dispuesto al goce, que al igual que el de los locos y los enamorados se aleja de la convención para disfrutar la felicidad que les produce sacudirse del encasillamiento al lado de quienes quieren.
Bastó una decena de periódicos viejos, sábanas y almohadas en el piso, para que ella disfrutara transformándolos en carpas y colchones para su campamento; elementos que por más que trató de explicármelos, no pude percibirlos desde mi mirada adulta. Sólo cuando empecé a dejarme llevar por su lógica del disfrute, sentí comodidad en lo que hacía al lado de una niña de cinco años.
Ese día estaba destinado a aprender de los sobrinos; esta vez era Sergio Andrés, quien desde sus cinco añitos me enseñó algo que jamás se me olvidará. En el ejercicio cotidiano de los domingos está llevar a mi hermano a la terminal para tomar su transporte hacia La Guajira, donde trabaja de lunes a viernes. En medio de la lluvia vimos alejar rápidamente al hermano y padre. Estuve siguiéndolo con la mirada desde que salió del automóvil hasta cuando abordó el otro carro. Me había olvidado de mi pequeña compañía, hasta cuando rompió el silencio para hacerme una pregunta que no pude responderla desde la lógica. – ¿Tienes ganas de llorar tío? De inmediato, entendí que en su interrogatorio sólo había intención de buscar un cómplice para su llanto de protesta ante la lejanía de su padre. No supe cómo sortear la situación, entonces contesté de la manera más absurda que cualquier adulto puede hacer. – ¡No! Los hombres no lloran ¡Ya papá vendrá el viernes y lo veremos de nuevo! Para secar sus ojos que casi estallaban, le sonreí, prometiéndole un juguete y entonces sonrió también a pesar de la tristeza y el vacío que habitaba en él.
@Oscararizadaza